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Antonio Pérez Morte

Sísmico (Pedro Sánchez Sanz)

Sísmico    (Pedro Sánchez Sanz)

La vida me dolía
como se duelen los volcanes
minutos antes
de sepultar las islas.

 

Pedro Sánchez Sanz

(La piedra nocturna -poesía vertical- Editorial Origami, 2012)

Propuesta para reducir la ansiedad (Marwan)

Propuesta para reducir la ansiedad  (Marwan)

¿Y si en lugar de querernos tanto
probamos a querernos bien?

Marwan

(La triste historia de tu cuerpo sobre el mío, Editorial Origami, 2012)

 

Sentidos (Yolanda Aldón)

Sentidos    (Yolanda Aldón)

Oigo, saboreo, respiro y siento
con la compañía ausente
de tu salobre mirada.

Yolanda Aldón

(Cádiz y la orilla, a sorbos de a-mar y versos, Editorial Origami, 2012)

Contra las cuerdas (David González)

Contra las cuerdas    (David González)

no

arrojes

nunca

la toalla:

 

no la arrojes nunca:

 

luego

tendrás

que agacharte

a recogerla:

 

¿qué vas a hacer:

varlam shalámov

 

David González

(No hay tiempo para libros -Nadie a salvo- Editorial Origami, 2012)

La Noche 351 de Ángel Petisme (Juan Carlos Sierra)

La Noche 351  de Ángel Petisme (Juan Carlos Sierra)

Antes de entrar en La noche 351, es conveniente saber de qué noche está hablando exactamente el poeta aragonés Ángel Petisme. Por ello, quizá lo mejor será empezar el libro por su último texto "El hombre que fue a Basora", adaptación en clave autobiográfica de la misma noche de Las 1001 noches.

En el libro de Petisme, el protagonista viaja de Madrid a Basora -vía Estambul y Bagdad- guiado por un sueño en el que se le promete que encontrará la fortuna que perdió; una vez allí, los acontecimientos no se suceden según pronosticaba el sueño y vuelve a su casa madrileña donde le espera su más preciada riqueza, la carta que le anuncia que ha de ir a Zaragoza a recoger a su hija adoptiva. El relato termina así: “El hombre que fue a Basora buscando tesoros los tenía esperando en su casa. Y su sueño fue un viaje de ida y vuelta como todos los sueños de quienes buscan lejos de casa el paraíso”.

La noche 351, por tanto, es una especie de libro de viajes o, mejor, un poemario que da cuenta de un viaje concreto, el realizado por Petisme y otros poetas a Bagdad y Basora invitados por el ministerio de cultura iraquí entre el 23 y el 28 de marzo de 2010. La noche 351 será, así pues, un recorrido por las ruinas de Irak, pero también un viaje interior.

Del dolor de esta experiencia surgen los poemas más crudos que componen La noche 351; pero también de un concepto muy claro de poesía, el del compromiso, el de aquella “arma cargada de futuro” de Gabriel Celaya. Y para que nadie se llame a engaño, Ángel Petisme lo explica en "Vocabulario básico", el primer poema ‘sensu stricto’ del libro: “¿A dónde irá mi poesía/ si mis versos no tienen eco/ ni maldicen a quienes despellejan/ a los pueblos?/ ¿A dónde irá mi vida?”. Si alguien no está interesado en esta manera de afrontar la creación poética y la vida, está avisado desde el inicio.

No obstante, no todo en La noche 351 son ficticias armas de destrucción masiva, expolio petrolífero, zapatos de indignación contra Bush y compañía, cadáveres en las cunetas o los torturados de Abu Grhaib. En medio de la desolación y el hedor de los cadáveres, el libro de Ángel Petisme se oxigena con la nostalgia de los cafés perdidos y de sus conversaciones, con la reivindicación apasionada de una cultura milenaria, con la sensualidad de la antigua poesía árabe y de Las 1001 noches, con el amor y sus cuerpos dando fe de él,… “Días de acero, noches de terciopelo”, como queda escrito en "Cinco veces en Nínive".

A esta bipolaridad temática se ajusta perfectamente el horizonte lingüístico y estilístico manejado por Ángel Petisme. Mientras los versos más directos, rocosos y narrativos acuden en ayuda del poeta para moverse entre las ruinas materiales y humanas de Irak, la imaginería y el vuelo lírico los reserva para cantar la belleza y el amor, el sexo y la poesía; en definitiva, la esperanza y la vida en medio del horror y la destrucción. Porque la poesía -la literatura, en general- es el clavo ardiendo al que nos agarramos, al que se agarra el poeta, cuando alrededor naufraga la dignidad.

Este es realmente el compromiso poético de la obra de Ángel Petisme, más allá de principios sociales, políticos o ideológicos: un compromiso con la realidad y con el lenguaje, porque si de algo es responsable cualquier escritor es de ese binomio y de su coherencia. Es más, creo que este es el valor más destacado de La noche 351, más allá del significado u oportunidad del viaje, alfa y omega de la obra.

Como el niño despierto

Como el niño despierto

Para Ana María Drack

Mientras en Sarajevo los niños descubren la muerte
y el hambre en Somalia se llama matar,
mientras el bloqueo pesa sobre el pueblo de Cuba
y la OTAN impone el Nuevo Orden Mundial...
¡Mientras la injusticia manda en la cabeza del hombre
no tenemos derecho a desear nada más!

Perdóname si te vuelvo a escribir en esta noche,
mientras el mundo duerme en lugar de luchar,
perdóname si te robo palabras
como el niño despierto de veinte años atrás.

Perdóname
si vuelvo en silencio como los viejos fantasmas,
con los viejos fantasmas que te hicieron cantar:
"Mientras en Belfast, los niños han de jugar a la guerra,
mientras hay hambre en la India y se soporta Vietnam..."

¡Mientras la injusticia manda en la cabeza del hombre,
no tenemos derecho a desear nada más!

Antonio Pérez Morte
(Del poemario Escombros 1978-2008, Editorial Origami, Sevilla 2011)

MARZO...

Marzo llega cargado de recuerdos que quisiera olvidar, pero tenía que llegar como siempre llegó, como Abril, como Mayo, sin pedir permiso, sin más.

Me ha pillado, de nuevo, con el paso cambiado, con el pulso acelerado, con el "mono" del café bien cafeinado, controlándome la tensión.

Marzo: Hermoso mes para preparar la primavera y olvidar el invierno, para tropezar con la amnesia o morir por un sueño.

Página de la actriz Carmela Quijano Facio

Página de la actriz Carmela Quijano Facio

WEB OFICIAL

DE CARMELA QUIJANO FACIO

http://www.carmelaquijano.es.tl/

 

presentación: NOCHE DE LOS ENAMORADOS

presentación: NOCHE DE LOS ENAMORADOS

LUNES 27 DE FEBRERO, A LAS 20.30, TEATRO PRINCIPAL:

 

‘NOCHE DE LOS ENAMORADOS’ DE FÉLIX ROMEO

Esta tarde, a las 20.30, en el hall del Teatro Principal se presenta la obra póstuma de Félix Romeo, ‘Noche de los enamorados’ (Mondadori).  La novela narra la historia de amor y muerte de Santiago Dulong y María Isabel Montesinos, una investigación, la crónica de un crimen y la descripción de un método narrativo. Félix conoció a Dulong en la cárcel de Torrero el día de enamorados de 1995.

En el acto, organizado por la librería Portadores de Sueños y por Mondadori, intervendrán Luis Alegre, Eva Puyó y Daniel Gascón. Luis y Eva trazarán el retrato del amigo escritor, del viajero, del intelectual inmerso, siempre, en numerosos proyectos. Daniel Gascón, analizará la novela. En el acto, intervendrá también, Miguel Aguilar, editor de Mondadori y Debate, y amigo de Félix Romeo.

Félix Romeo visto por Lina Vila (Antón Castro)

Félix Romeo visto por Lina Vila    (Antón Castro)

"FÉLIX ROMEO QUERÍA VIVIR EN ABSOLUTA LIBERTAD"

-“Quería entenderlo todo en la vida. Tenía un ansia incansable por saber”

-“Lo que da rabia es que un extasiado constante como él haya tenido tan poca vida”

 

La pintora Lina Vila, seis meses después de la muerte del escritor, recuerda sus cuatro años de convivencia, su personalidad y su pasión por Zaragoza y por el mundo, y cuenta cómo se gestó ‘Noche de los enamorados’ (Mondadori), su novela póstuma.

 

Lina Vila trabaja en su estudio de San Mateo de Gállego entre arbustos y flores, el canto de los pájaros y los canales de riego. Allí vivió los últimos cuatro años con el escritor Félix Romeo Pescador (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011). Es la primera vez que habla de él, de su carácter, de sus años de convivencia y de la vitalidad de un hombre incansable que, en su finca, se convirtió en un pequeño alquimista de las pequeñas cosas: cocinaba, hacía pan, improvisaba menús, observaba los almendros, las higueras o las distintas luces del cielo. Lina Vila también vivió muy de cerca la redacción de su novela ‘Noche de los enamorados’ (Mondadori), que se presenta mañana en el Teatro Principal. “Félix y yo ya nos conocíamos. Yo admiraba su faceta de discutidor: aquella facilidad y vehemencia que tenía para defender sus ideas. Me fascinaba no el hecho de que discutiera, sino que defendiera con valentía lo que pensaba, sin miedo al qué dirán, con libertad, con pasión y lejos de pudores. Félix siempre estaba aprendiendo. Poseía una gran curiosidad. Le interesaba todo: libros, arte, política cultural, hasta la inseminación de cerdos. Tenemos un gran amigo en Ejea que se dedica a eso, y Félix siempre le preguntaba cosas”.

¿Era fácil asumir su papel de discutidor o no?

Félix podía discutir por todo. Y en ocasiones, cuando las cosas llegaban a un extremo tenso, podía levantarse de la mesa. Lo hizo alguna vez; luego mandaba un correo o un sms de cariño y de cierto sentido de culpa. Fue siempre un ser que defendía con entusiasmo y convicción lo que creía. Él siempre decía que lo más difícil es ser libre y él quería vivir en absoluta libertad. Félix era muy inteligente y eso también le hacía ser exigente con los demás. No siempre estaba dispuesto a hacer concesiones a la estupidez, pero en el fondo, incluso en esos instantes, era un rudo tierno.

Sin embargo, en muchas ocasiones, en él también aparecía la trastienda: el miedo, la inseguridad...

Es cierto. Por ejemplo, Félix tenía pánico a los hospitales, a la enfermedad, a los médicos. No era miedo a la muerte, exactamente. Su madre tuvo que pasar por el hospital, y eso le inquietaba mucho. Tenía pesadillas con los hospitales.

¿Qué le enseñó?

Era una de esas personas que te descubren mil mundos. Aprendías a tirarte a la piscina. Era como un buzo que se zambulle en el agua un poco a ciegas y encuentra tesoros todo el rato. Su teoría era que todo te puede enseñar y abrirte caminos. Un libro le llevaba a muchos libros, un pintor a muchos cuadros y pintores. Ibas con él por cualquier sitio, y te decía, mira ese cielo, mira esa torre iluminaba, fíjate en los árboles, contempla el vuelo de ese pájaro. Y te animaba siempre: a mí y a muchos. Creía en el talento. Desde que empezó a venir a San Mateo de Gállego, le interesaban hasta las nueces. Se aprovechaba del silencio, le gustaba estar ahí solo, cerca del avellano y del almendro.

¿Era un vitalista, entonces?

Sin duda. Últimamente he conocido mejor a su padre, Félix Romeo, también. Y tengo la sensación de que son idénticos: personas con una gran entereza y sensibilidad muy preocupadas por los demás. Ves a su padre y entiendes mejor a Félix: tienen fortaleza, decisión y voluntad. Y hay algo más que les une: casi nunca hablan de sí mismos.

Félix usaba un término para explicar sus bajones: “estoy melancólico”. ¿Qué quería decir exactamente?

Se daba tanto a los demás, generaba tantas ideas y proyectos, ponía tanta pasión en cosas que eran para todos que cuando no salían o caían en un saco roto se ponía melancólico. A veces le costaba entender por qué algunas cosas que desarrollaba no salían. Pero no era quejoso en absoluto, ni triste. Creo que la tristeza y Félix eran incompatibles.

¿Qué le disgustaba?

La cerrazón de algunos responsables políticos. Y la queja. Incluso cuando había una cosa mala, algo que no funcionaba, te daba diez cosas buenas. A él le gustaba mucho este mundo en libertad: decía que no podemos menospreciar nuestras conquistas y privilegios. Aquí podemos hablar, manifestarnos, podemos besarnos por las calles, incluso las mujeres, decía con humor, ja, ja. Siempre encontraba razones que contrarrestasen los malos momentos, y al final casi no te fijabas en ellos.

 

Uno de los descubrimientos de Félix en sus últimos años fue su padre: Pedro Vila.

Cuando Félix vino a casa y vio los materiales de mi padre, que falleció de cáncer, se quedó fascinado. Hizo como solía hacer cuando iba a la casa de alguien: miraba los libros, los cuadros, escudriñaba los rincones, etc. Aquí descubrió sus escritos, sus poemas, su pasión por Aragón y la cerámica, proyectos que había apoyado, como el vídeo ‘La sabina’. Le gustó mucho una idea que tuvo mi padre de plantar sabinas en Villamayor. Félix tenía un ansia incansable por saber y tocarlo todo y tenía una memoria de elefante. No he conocido nada igual.

Hablemos de otra pasión suya que compartieron: los viajes.

Siempre he sido muy viajera. Eso se lo debo a mis padres, que nos llevaban de aquí para allá siempre para conocer mejor Aragón. Félix no conducía y me llamaba “mi choferesa”. Lo que más le gustaba era salir de España: estaba un poco agotado de nuestro país. Le aburría la queja y el victimismo, le aburrían la bipolaridad política, el terrorismo... Le encantaba ir a Francia.

¿Dónde?

A muchas ciudades. Lyon le encantaba, una ciudad europea, burguesa, con un gran poso cultural y mucho dinero. Le encantaba ir de librerías y de galerías, y ver el cine en versión original. Y Niza, que era una ciudad llena de evocaciones literarias y artísticas, porque allí habían vivido Picasso, Matisse y Chagall. Marsella no le gustó tanto. Y también le gustaron Burdeos y París, claro. Recuerdo que en París fuimos a ver una exposición de Louise Bourgeois...

¿Y qué pasó?

Era curioso: siempre me había dicho que no entendía su arte. Félix no era feminista, pero sí era un gran defensor de la mujer: en los últimos años, quizá por un poco de contagio (a mí me interesa mucho el arte de mujer), se apasionó por la creación de las mujeres. Recuerdo que más de una vez me leyó en la cama ‘La ciudad de las mujeres’ de Cristina Pizán. Al final, Bourgeois le interesó mucho y me propuso que fuéramos a verla a Nueva York. Falleció poco antes, en 2010. También hemos ido a Milán, a Roma y a Venecia. Y a Lisboa...

¿No era Lisboa una de sus ciudades favoritas?

Sin duda. Yo tengo allí una prima y hemos ido mucho. A él le encantaba ir de pequeñas galerías, que a veces no tenían más de cuatro metros cuadrados. Con lo que veía, hacía proyectos, pero luego se topaba con las exigencias, en Zaragoza, de una legislación que no trabajaba a favor de los ciudadanos. Su teoría era que no eran necesarios grandes espacios para el arte, sino cosas pequeñas bien cuidadas.

¿Cómo vivía Félix esta ciudad?

Era una de las razones de su vida. Siempre pensaba en proyectos para ella: ahí están La Harinera de San José, el proyecto Noreste, un desarrollo que había hecho para cambiar el MICAZ de Ibercaja y su política e artes plásticas, que pasaba por exponer de otro modo a Goya, invitar grandes artistas e impartir talleres didácticos. Entre los libros en los que trabajaba hay cuentos de animales y de brujas, dos novelas empezadas, un diccionario de Zaragoza, quería crear un cine de versión original. Siempre pensaba cosas para mejorar la cultura de la ciudad.

¿Cómo se gestó su novela póstuma ‘Noche de los enamorados’?

A mí me parece que aquí está el escritor más sólido y más cuajado. El escritor que Félix quería ser. Este libro lo trabajó muchísimo: se documentó, recuerdo que tanto en San Mateo como en su casa de Conde de Aranda recreamos el crimen: yo hacía de María Isabel y él de Dulong. Quería entenderlo todo en la vida.

¿Estaba Félix obsesionado por el crimen?

Le daba pánico la violencia. Había escrito de escritores asesinos y delincuentes, tenía un proyecto de autores suicidas, pero a él le horrorizaba la violencia, y en particular la violencia de género. En ‘Noche de los enamorados’ lo que hace, entre otras cosas, es una investigación policial y se pregunta cómo un crimen tan espantoso había podido tener ese castigo.

¿Cómo han sido estos seis meses de ausencia para usted?

Durísimos. Tengo la sensación de que estoy viviendo una pesadilla y que no salgo de ella, pero eso es la vida: la vida es una pesadilla que hay que ver despierta. ¡Félix tenía tantas cosas por hacer! Lo que da rabia es que un extasiado constante como él haya tenido tan poca vida.

 

 

LA COCINA DE LA CREACIÓN

 

A CUATRO MANOS

 

Lina Vila dice que su pintura es esencialmente autobiográfica, que es una pintora intuitiva, que pinta lo que “le sale de sus tripas”, sus obsesiones, sus animales. Desde la inesperada partida de Félix Romeo –además de ‘Noche de los enamorados’, Mondadori publica el libro de artículo ‘¡Viva Félix Romeo!’ y Anagrama rescata en bolsillo sus dos primeras novelas: ‘Dibujos animados’ y ‘Discothèque’- apenas ha podido pintar: se siente agarrotada, insegura.

Recuerda que Félix no creía en la vida interior; a él le gustaban las personas, los amigos, salir, las tertulias nocturnas, y eso también era el alimento de su trabajo. “Escribía mucho. Demasiadas reseñas. Trabajaba de noche. Impartía muchos talleres y deja muchos proyectos en sus cuadernos de notas. Había barajado una revista de arte, con sus corresponsales en Madrid, Barcelona, Huesca. Y todo está anotado. En los últimos tiempos, además de dos novelas, una inspirada en la torre familiar y una historia de amor, habíamos empezado a trabajar en un proyecto muy bonito: se llama ‘La cocina de los escritores’. Leía libros de distintos escritores, de Colette, de Andrea Camilleri o de Donna Leon, entre otros muchos, buscaba escenas de comida y preparaba él mismo la receta y los platos; cuando los había preparado me pedía que los fotografiara. También quería hacer un libro de viajes por Aragón: íbamos por aquí y por allá, y me pedía que tirase fotos”.

Félix le dejó otro vívido recuerdo: defendía las cosas hechas, los proyectos que se culminaban. Y siempre “estaba animando. Animando. Animando. Decía que un artista debe dar siempre lo mejor de sí mismo: exponga en el Reina Sofía o en un bar de su ciudad. Y él era muy exigente con lo que escribía. Y decía que le habría gustado ser como Fernando Beltrán: nombrar las cosas, suministrar ideas, inventar sueños. Como escritor admiraba especialmente el oficio, el talento y la carrera de Pisón”.

 

Decir que la vanguardia... (Antoni Tápies)

Decir que la vanguardia...    (Antoni Tápies)

"Decir que la vanguardía ha muerto, es una traición a la lucha para cambiar el mundo."       A. Tápies

+ápies (homenatge)

+ápies                       (homenatge)

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Elogio de mi hermana (Wislawa Szymborska)

Elogio de mi hermana  (Wislawa Szymborska)

Mi hermana no escribe versos.
y dudo que empiece de repente a escribir versos.
Lo sacó de mi madre, que no escribía versos,
y de mi padre, que tampoco escribía versos.
Bajo el techo de mi hermana me siento segura:
el marido de mi hermana por nada en el mundo escribiría versos.
Y aunque esto suene a obra de Adam Macedonski,
ninguno de mis parientes se dedica a escribir versos.

En los cajones de mi hermana no hay viejos versos,
ni recién escritos en su bolso.
Y cuando mi hermana me invita a comer
sé que no es con la intención de leerme sus versos.
Sus sopas son exquisitas sin premeditación
y el café no se derrama sobre sus manuscritos.

En muchas familias nadie escribe versos,
pero si lo hacen, es raro que sea sólo una persona.
A veces la poesía fluye en cascadas de generaciones,
creando peligrosos remolinos en sus mutuos sentimientos.

Mi hermana cultiva una buena prosa hablada,
y toda su escritura son postales de sus viajes
con textos que prometen lo mismo cada año:
que cuando vuelva,
me contará todo,
todo,
todo.

 

Wislawa Szymborska

CULTURA -TAMBIÉN EN SABIÑÁNIGO- : LA PARIENTE POBRE.

CULTURA -TAMBIÉN EN SABIÑÁNIGO- : LA PARIENTE POBRE.

Sabiñánigo 29 de Enero, Auditorio de la Colina, 12:19 horas. Un niño de diez años llega corriendo, en ayunas (se le han pegado las sábanas), ilusionado y dispuesto a disfrutar de un concierto de cuerda pulsada.

Un minuto antes la taquillera (todavía quedaban localidades libres) ha cerrado.   El niño pregunta al portero y éste le exije el tiket de entrada que no lleva;  el  niño le cuenta lo sucedido, pero da igual.  El niño quiere pagar al portero,  pero el portero no cobra,  el  portero  sólo recoge  el tiket de los adultos  que continúan llegando tarde.  El portero recoge también los tikets de quienes un  poco más tarde, abandonan la sala para fumar en el hall.  El niño no entiende que no le dejen entrar habiendo asientos libres y siendo un acto municipal. El niño quiere pagar, pero no...    Llega a casa disgustado y el padre enfermo también se disgusta y abandona la cama.   Va con su hijo al auditorio: Ahora es el alcalde el que sale a fumar y se felicita a sí mismo, y en voz alta,  por la alta asistencia  al local, en una actividad que podrá contabilizar en los activos de su gestión al final de ejercicio. 

Los ciudadanos estamos entre dos frentes, el de aquellos que nunca apostaron por la cultura porque es más fácil manejar a una sociedad analfabeta, y el de los otros, que utilizan  la  cultura como herramienta,  de  forma  arbitraria y sin preocuparse de los resultados, tan sólo para rentabilizar su labor política. ¡No sé qué grupo de los dos me da menos grima!

Despedida (Salvador Iborra)

Despedida       (Salvador Iborra)

 

 Adiós pequeña y dulce amiga. De todas las cosas posibles,
 cuánta vida te pierdes y cuánta me dejas, cuánta vida,
 cuántas noches de cuerpos compartidos y de tiempo infinito,
 cuántas ciudades y libros para comentar y recorrer juntos,
 cuántas batallas para afrontarlas con una mano en la espalda,
 con un confío en ti, en el momento justo en qué tú no confías,
 ahora que ya no puedes conscientemente causar más dolor del que causas,
 ahora que por dentro estás hecha de sombras y restos de un sueño,
 ahora que dudas preocupada todavía de mi fuerza,
 con la luz apagada mientras camino sin sonreír,
 puedes recordarme y volver a esta página si de tanta
 soledad alguna noche tiemblas y sudas con la piel helada,
 y tienes miedo, ven a estos ojos que vuelven lentamente
 de la duda,  acuérdate  de mi corazón corsario,
 que quién tanto te  ha amado no puede dejar nunca de hacerlo,
 sin más pronóstico amenazante que el tiempo y la distancia.

 Salvador Iborra

 Traducción-Versión en castellano: Antonio Pérez Morte

Cultura (La pariente pobre) -Viñeta de Cano-

Cultura (La pariente pobre)     -Viñeta de Cano-

La autopista (David González)

La autopista      (David González)

ya que tanto insistes
en que me lo corte
voy a explicarte
y será la primera
y última vez que lo haga
por qué llevo el pelo largo

llevo el pelo largo
porque el ejército estadounidense
ofrecía una recompensa
de dos dólares
por cada cabellera de indio
que se le entregara
y los que la cobraron
así como los soldados
y mandos superiores
del ejército estadounidense
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo
porque el ejército franquista
en la corrada de la casa en la que nací
le rapó la cabeza
a una de las mujeres de mi familia
cuyo hombre
acababa de ser fusilado
por negarse a defenestrar
niños de pecho republicanos
y los soldados que le raparon la cabeza
así como el resto de las tropas
y mandos superiores
del ejército franquista
incluido el puto francisco franco
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo
porque en el campo de concentración de mauthausen
los deportados españoles
como ramiro santisteban
el superviviente octogenario que me lo contó
a los deportados españoles
una vez a la semana
los sábados
les hacían lo que entre ellos se conocía
como
La Autopista
esto es
les rapaban el pelo al cero
desde la frente hacia atrás

la autopista

y más adelante
cuando hitler estaba perdiendo la guerra
con ese pelo
se forraban las botas de los soldados alemanes

con ese pelo

y todos esos soldados alemanes
como también los que los sábados colaboraban
en el mantenimiento de la autopista
juntos con sus respectivos mandos superiores
el hijo de la gran puta del fuhrer a la cabeza
y junto con el resto del pueblo alemán
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo
porque en la tercera galería
de la cárcel provincial de oviedo
la galería de los menores
los que mandaban en ella los kíes
en cierta ocasión me dijeron:

o te cortas el pelo tú
o te lo cortamos nosotros

y encendieron sus mecheros

y tanto ellos
como los funcionarios de prisiones
cuyo trabajo consistía precisamente
en evitar que se produjeran hechos como ése
llevaban el pelo corto
o muy corto

llevo el pelo largo por otra razón también:
muchas de las mujeres que conozco
me aseguran que con él así de largo
estoy mucho más guapo
y aparento muchos menos años de los que tengo

así que en vez de estar dándome la brasa a todas horas
con que a ver cuando voy a que me corten el pelo
mejor te callabas la puta boca eh
y te dejabas
crecer el tuyo.

David González  (ALGO QUE DECLARAR, BARTEBLY EDICIONES, 2007)

Insomnio (Jorge Espina)

Insomnio   (Jorge Espina)

Hace un par de horas que he cenado.
No puedo dormir.
Abro el mueble de cocina y cojo una cucharilla.
Abro la nevera y cojo un yogurt desnatado,
Cierro.
Como el yogurt y abro la nevera.
Saco la mermelada y la unto en pan de molde.
Cierro la nevera.
Abro el congelador.
Lleno una tacita con helado de almendras.
Cierro el congelador, abro la nevera...
Esta tarde ha venido a visitarme.
No quiere que su madre la vea así.
Mil imágenes de su infancia amarradas a mi memoria.
Su voz llamándome desde la habitación de al lado.
-¡Papaaaá, quiero agua!
Yo levantándome de mi cama,
Yo caminando a oscuras por el pasillo,
Yo encendiendo la luz de la cocina,
Protegiéndome los ojos con el antebrazo.
-¡Papaaá, quiero pis!
Yo caminando con ella hacia el servicio,
Yo acompañándola de nuevo a la habitación,
Yo tapándola con las sábanas.
-¡Papaaá, teno hambre!
Yo entrando sigilosamente en su habitación:
-Duérmete mi vida que vas a despertar a mamá.-
Yo contándole un cuento,
Yo bostezando,
Yo quedándome dormido.
-¡Papá no te duermas porfa!
Yo sobresaltado,
Yo haciendo esfuerzos por no dormirme,
Yo terminando de contar el cuento,
Yo emocionándome al verla dormir como un angelito,
Yo secándome los ojos al salir de su habitación.
Inclinada sobre la taza del váter.
Su frente reposando en la palma de mi mano,
Expulsando mucosidades
Lágrimas,
Alcohol,
Palabras inconexas...
Vomítalo todo cariño,
También los recuerdos.
Le acerco una toalla.
Un vaso de agua para que se enjuague la boca,
Un beso en sus cabellos,
Una tímida caricia.
Cenamos juntos sin apenas dirigirnos la palabra,
Nos sentimos incómodos y extraños.
De no habérselo pedido
Se habría ido con su madre sin darme un beso.
Abro el mueble de cocina y cojo una cucharilla.
Abro la nevera y cojo un yogurt desnatado.
Cierro...
Tengo ganas de beber,
Ganas de orinar,
Ganas de comer,
Ganas de que me cuenten un cuento.
Bebo un Jack Daniel’s y me concentro en mi respiración.
Respiro de forma honda y pausada y me duermo.
Recordando
El increíble y maravilloso olor
De unos pañales sucios




"Reverdecer", de Jorge Espina. Baile del Sol, 2010.

Verano del 75 (Félix Romeo)

Verano del 75     (Félix Romeo)

Era el siglo pasado. El verano de 1975. El último julio de Francisco Franco y su último agosto. Yo tenía siete años. Dormía en un colchón, extendido en el suelo, en una de las habitaciones del piso de Castellón que mis padres y mis tíos habían alquilado para pasar juntos treinta días de vacaciones, en un edificio alto de un ensanche reciente. Era la primera vez que lo hacíamos y sería la última vez que lo haríamos. Castellón era un lugar extraño para veranear, no era como hacerlo en Salou o en Benidorm o en Sitges o en las Islas Canarias o en un pueblo del interior, en un país lleno de pueblos que habían ido quedándose vacíos. Éramos muchos en el piso, que era más grande que el piso en el que vivíamos en Zaragoza y que el piso en el que vivían mis tíos y mis primos en Aranda de Duero, y no había un lugar en el que se pudiera estar verdaderamente solo, ni siquiera en el baño, pero yo me sentía completamente solo entre tantos padres, madres, primos, hermanos, cuñados, sobrinos, hijos. El piso estaba lejos de la playa, junto a una plaza parque rodeada por unas palmeras muy altas y en la que por la noche, cuando huíamos a buscar la brisa, que a menudo no llegaba, atrapada en el laberinto de edificios, había vendedoras de altramuces, cuyo sabor, agua con sal, me gustaba. Las ventanas había que tenerlas cerradas para que no se llenara todo de arena y de moscas. Las persianas tenían que estar siempre bajadas para evitar que entrara el calor en el piso.

Plaza de toros de Castellón

Era de noche. Hacía calor. Los focos que iluminaban el ruedo añadían calor seco al calor húmedo de Castellón. El olor de los animales era muy intenso y sólido: se quedaba en el cerebro, agarrado con ganchos. Los tendidos estaban casi vacíos. Solo en la zona en la que estábamos sentados había algo más de público, pero disperso, sin forma. Se podía oír con claridad la respiración de los enanos cuando estiraban con fuerza la cola de un toro, que se movía con fatiga. Era un toro negro y flaco y viejo. Otro toro corneó al Bombero Torero, que empezó a sangrar abundantemente. Mi padre me dijo que no era sangre de verdad, que era una broma que formaba parte del espectáculo. Luego el Bombero Torero volvió a entrar en la arena, con un aparatoso vendaje en la mano, manchado de rojo, que no le impedía seguir dando pases con la muleta a otro toro igual de negro e igual de flaco que embestía cabeceando al aire. Eran los mismos lances taurinos que había dibujado Goya. Eran los mismos enanos que había pintado Velázquez, y seguían ahí, como entonces, y es posible que fueran descendientes de aquellos bufones, Sebastián de Morra, el de la perilla, Juan Calabazas, apodado Calabacillas, el de la mirada estrábica, moviéndose para hacer reír a sus espectadores: ya no hacían reír a los reyes y a la corte española, porque ya no había reyes ni corte, pero seguían intentando hacer reír a una clase media que estaba de estreno, asombrada de la distancia que habían logrado poner entre sus padres y ellos, entre los terrones y los trajes. Dos enanos se subieron encima de un toro y caminaron por su lomo, imitando los gestos de un equilibrista sobre el alambre. El toro no se movió en ningún momento, como si estuviera disecado, pero volvió a los corrales trotando, con un paso distinguido, diferente al de los otros animales. Mi padre y mi madre se reían con el Bombero Torero y con sus enanos, pero yo no conseguía reírme con las volteretas y con los revolcones. No me sentía bien por ello, me molestaba no entender el espectáculo y me parecía que esa incomprensión estaba empezando a fabricar un camino que me alejaba de la vida de los otros. Los enanos iban vestidos con minúsculos trajes de torear, cuyos dorados brillaban cuando los focos les iluminaban. Años después, vi en casa de mi amigo Ángel Golet Peg docenas de maniquíes con trajes de torear: su padre era mozo de espadas y ganaba un dinero extra alquilando trajes de torear a los chavales que soñaban con ser toreros, y que escasísimas veces llegaban a tomar la alternativa. Al acercarme a los maniquíes, vi los costurones zurcidos y las abundantes manchas de sangre, ya desleídas, sobre las chaquetillas rosas y azules. La sangre se resiste al agua y al jabón. Los enanos se inclinaban hacia adelante y se quitaban las monteras y las lanzaban al aire y las recogían con cabriolas. El olor de los animales, más caliente y más sólido conforme la noche avanzaba, se enganchaba cada vez con más fuerza en mi cerebro y no sabía cómo sacarlo de allí. Los animales formaban parte de la compañía del Bombero Torero, y aquí me gustaría ahora anotar sus nombres, como si hubiera llegado a saberlos alguna vez. Los enanos se marcharon del ruedo en un camión de bomberos de miniatura, mientras hacían sonar con fuerza unas campanas. Aplaudimos. Las luces que iluminaban la arena se apagaron.

Avenida del Mar de Castellón

Entre nuestro piso y la playa del Grao había varios kilómetros de separación, pero algunas mañanas los recorríamos caminando, siguiendo la Avenida del Mar durante más de una hora. Atravesábamos el centro de Castellón y luego avanzábamos por zonas industriales, con talleres mecánicos y naves industriales, y aun pequeñas zonas agrarias, que habían quedado encerradas, sembradas de verduras sucias, y antes de llegar a la arena entrábamos en el barrio de pescadores del Grao, construido con casas pequeñas y apiñadas, que tenían sillas bajas de enea en las puertas.

Museo de Ciencias Naturales el Carmen de Onda

Era una construcción anexa a un convento, donde todavía vivían unos monjes, aunque no se notaba su presencia. Había varias salas en las que se amontonaban vitrinas acristaladas: con fósiles, con mariposas, cientos de mariposas, con serpientes, con insectos, con huesos que componían esqueletos incompletos, con animales disecados, como los de los escaparates de las tiendas de taxidermia, pero las salas del Museo de Ciencias Naturales el Carmen no tenían el olor químico que salía de las tiendas de taxidermia, con animales hechos de papel maché o de algún otro material ligero y que no guardaban ninguna proporcionalidad con su verdadero tamaño. Algunas de las vitrinas eran grandes diaporamas y representaban a los animales en su hábitat: reproducían una escena apacible de su vida en la naturaleza. Me quedé fascinado por uno de los animales, que no estaba en una vitrina sino en una campana de cristal, quizá porque era imposible recrear en un diaporama una escena pastoril que nunca se había producido, situada en una estantería muy alta que resultaba difícil de ver: un cordero completamente blanco, de una lana rígida, que tenía dos cabezas, las dos con cuello. Además de disecado, el animal, o los animales, porque no compartían el cerebro, parecía haber sido reducido con la técnica que los jíbaros utilizan para reducir cabezas humanas. Una de las cabezas del cordero miraba hacia la derecha y otra de las cabezas miraba hacia la izquierda, pero esa simetría, que quitaba realismo a la anomalía cierta de la mutación natural, parecía habérsela dado el taxidermista jíbaro. ¿Habrían nacido también niños con dos cabezas? ¿Se dejaba que vivieran? ¿Lograban vivir durante mucho tiempo? ¿Necesitaban comer las dos cabezas? ¿Sería una cabeza la de una hembra y la otra cabeza la de un macho?

Manicomio de Jesús de Valencia

Mi padre y mi madre iban a Valencia a ver a una prima de mi padre, Marieta, que estaba ingresada en un centro psiquiátrico, desde poco después de la Guerra Civil, que era la medida del tiempo todavía entonces. Mi madre había nacido durante la guerra y su primera fotografía fue tomada en el frente, probablemente en Guadalajara, donde mi abuelo luchaba en el ejército de los sublevados. Mi madre decía “como llegue una guerra sabrás lo que es bueno”. Mi madre hablaba del miedo que causaban los maquis y de los secuestros exprés que realizaban. No sabía nada de Marieta, pero les propuse sumarme a la visita, y mis padres accedieron a que fuera con ellos. ¿Van hoy los niños de siete años a los manicomios? ¿Hay todavía manicomios? ¿Hay locos que ingresen en un manicomio y ya no vuelvan a salir jamás? En el asiento trasero del coche, un Renault 6 blanco, me pegué a la ventanilla, que estaba subida para evitar que entrara el calor, y miré el paisaje durante todo el trayecto. Los árboles y los pueblos que cruzábamos y las lomas y el cielo y los coches descapotables, dos, uno, con matrícula extranjera, conducido por una mujer, y, a veces, algún pájaro que se movía rápidamente para tratar de espantar el hambre. Marieta se alegró mucho de vernos. Su sonrisa era enorme y no guardaba en ella nada oscuro. Mis padres habían hecho su viaje de bodas a Valencia en 1958, y desde entonces, diecisiete años antes, no se habían vuelto a ver, pero para ella el tiempo no seguía la misma dirección que para nosotros. Estábamos en el jardín del manicomio, que se llamaba de Jesús, sentados ellos tres en un banco de piedra, junto a un seto verde, y yo de pie, y hablábamos como si no hubiera una frontera entre Marieta y nosotros. Marieta, lo supe muchos años más tarde, había tenido una vida en este lado en el que ella ahora ya no estaba y en el que ella no volvería a estar jamás, y había viajado y se había enamorado y se había casado y en un grave problema económico, quizá relacionado con el almacenamiento ilícito de productos en la posguerra o con el estraperlo que había terminado en juicios y cárcel, y es posible que todavía estuviera cumpliendo su condena en ese manicomio de Valencia, había estado en el origen de su enajenación. No vi a otros locos en el manicomio de Jesús, ni en el jardín ni asomados a las ventanas. No vi locos hasta veinte años después, todavía en el siglo pasado, en el manicomio de Mondragón, adonde fuimos con un equipo de televisión para grabar una entrevista a Leopoldo María Panero: cientos de locos que caminaban por un patio no muy grande y atestado, locos con la mirada perdida, desaseados, todos hombres, alcohólicos, solteros, según me dijeron, vestidos con trajes oscuros y que se acercaban a tocarme para comprobar que no era una imagen que existiera solamente en su cabeza y que al comprobarlo se quedaban durante un instante a mi lado esperando algo que yo ignoraba y al no obtenerlo volvían a caminar recuperando la dirección trazada con anterioridad. También nos sentamos en un banco con Leopoldo María Panero, que solo quería fumar, un cigarrillo tras otro, y beber Pepsi-Colas, como el loco investigador de las novelas policiacas de Eduardo Mendoza, y no quería responder preguntas, si acaso recitar sus poemas llenos de sapos: “Tengo cinco poemas / escritos contra mí mismo / contra mi máscara y deseo / de ser verdad, como la muerte, / como el sapo obsceno de la muerte / que escupe aún un tardío poema / un poema ya para nadie / la imagen del lector contra / treinta monedas”. Marieta preguntaba a mi padre y a mi madre por personas que habían muerto mucho tiempo atrás. Mi padre y mi madre le respondían diciendo que esos muertos estaban muy bien, e inventaban la prolongación de sus vidas fantasmas. A mí me confundía Marieta con un primo suyo, con el que había estado muy ligada de niña, que también había muerto, y me hablaba de un río en el que yo no había estado pero del que notaba el contacto con sus aguas en mis pies. Yo no le llevé la contraria, movía la cabeza asintiendo. Josep Carles Laínez vivía en el barrio del manicomio de Jesús de Valencia y ha escrito que “a los locos los dejaban salir muy de vez en cuando, y pululaban por el barrio”. ¿Si hay ahora manicomios y si hay locos en ellos, los dejan salir por las calles? ¿Hay niños que los miran? Marieta me acarició la cara y quiso darme un caramelo, se rebuscó en los bolsillos de la chaqueta de algodón fino que llevaba, pero no tenía caramelos, y de repente perdió el interés en nosotros, dejó de hablar, se levantó y se dirigió hacia una puerta, donde la esperaba una monja, que la envolvió en sus brazos como si se tratara de un animal herido. Levantamos las manos para despedirnos. Salimos, cruzando una puerta de hierro. Pregunté a mi padre por todos los muertos que habían resucitado y fue mi madre la que me respondió. Me habló de la necesidad ocasional de la mentira y de sus beneficios. Sin embargo, yo, de momento, no tenía que practicarla: yo tenía que seguir diciendo siempre la verdad. Siempre. Anocheció mientras regresábamos a Castellón, muy despacio, en una carretera llena de camiones. Cuando mi padre aparcó el coche cerca de la gran plaza parque en la que estaba nuestro piso, mi madre me despertó sin violencia, como tantas veces hacía para que yo fuera al colegio, diciendo en un susurro mi nombre: Félix, Félix.

Lonja de pescado del Grao de Castellón

El suelo mojado y continuamente remojado por unos operarios que llevaban una larga manguera y botas altas de goma verde. El olor a pescado suspendido en el aire y el olor a sangre fresca de pescado suspendido en el aire. Las cajas llenas de sardinas. Los pulpos. Los atunes. Los vendedores subastando los lotes. Uno de ellos me pidió que me acercara. Llevaba un delantal de rayas horizontales negras y verdes. Cuando llegué, cogió mi brazo, como si fuera un ventrílocuo y yo su muñeco, e hizo que mi mano acariciara el lomo de un pescado, siguiendo solo una dirección. Diles que es más suave que la seda, me dijo. Y yo, que todavía no podía mentir, pero que todavía no reconozco el tacto de la seda, decido decir mi primera mentira benéfica y digo que sí. La gente se rió. El vendedor cogió el pescado y me lo entregó. Lo cogí por la cola y cuando regresé al lugar en el que me esperaba mi padre, me dijo, mientras se sonreía: la pesca ha sido tan buena que ha merecido la pena madrugar. Por la noche, después de volver de la playa, mi madre preparó el pescado y me lo sirvió entero en un plato para mí. Tenía muchas espinas: algunas se me clavaron en la boca.

Desierto de Las Palmas, Benicàssim

La distancia entre Castellón y el Desierto de Las Palmas, junto a Benicàssim, es de poco más de diez kilómetros, pero parecía que lleváramos horas en el coche. ¿Éramos también nosotros figuras dentro de un diaporama? ¿Éramos una representación de la vida y no la propia vida? Cuando nos estábamos acercando vimos humo que se elevaba hacia el cielo, que estaba gris, la razón por la que habíamos cambiado el día de playa por la excursión pedagógica, y cuando nos estábamos acercando todavía más vimos las llamas y vimos cómo ardían las copas de los árboles. Cuando empezábamos a alejarnos el olor y el calor del incendio entraron en el coche. Mi madre sacó de su bolso un bote de plástico rosa lleno de colonia, empapó su pañuelo y me lo dio para que me lo pusiera cerca de la cara. Cuando estábamos más lejos, el pañuelo apretado en mi nariz, me giré completamente para mirar el fuego a través del cristal trasero del Renault 6 blanco. El humo iba ganando espacio y consistencia en el cielo. Las llamas eran de un naranja intenso.

Félix Romeo (Letras Libres, Julio de 2011)

Índigo (Pablo Guerrero)

Índigo      (Pablo Guerrero)

                                 Para José Antonio Labordeta

 

Siento un poema, el que voy a escribir.
Miro un cuadro. Paso, despacio, sus hojas.

Acaricio un rostro, tersura de la arena.

Una ribera de astros entre jirones rojos.
Está al llegar la noche.

Pero aún en la calle vemos lo que tanto perdura,
gente desconocida que respira luz blanca,
el índigo veloz de las auroras vivas.

 

Pablo Guerrero