Tuve un sueño (Antonio Pérez Morte)
Un poema de Antonio Pérez Morte
Recitado por Javier López Clemente
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com.es/2013/03/tuve-un-sueno-un-poema-de-antonio-perez.html
Un poema de Antonio Pérez Morte
Recitado por Javier López Clemente
http://lacurvaturadelacornea.blogspot.com.es/2013/03/tuve-un-sueno-un-poema-de-antonio-perez.html
Para Antonio Huerta Orihuela
La poesía es mi válvula de escape.
Lo he venido diciendo desde niño,
en entrevistas, periódicos, en libros:
Asomado a la Ventana de mi Estudio,
Ricardo Arnó conversó conmigo
y llegó a la conclusión de que Antonio,
el poeta de Zuera, pensaba poemas
y vivía versos.
Quizá fuese verdad, quizá lo fuera,
como lo son estas noches despiertas
con los ojos y las hojas en blanco:
Mi atormentado, fatigado corazón
se niega a crear a cualquier hora.
Sólo consigo un par de arcadas
donde ayer una metáfora
y un pinchazo en medio del pecho
sustituye a aquel oxímoron
que justifique el dolor
y alimente el recuerdo.
La poesía, durmió con la hipertensión
para soñar con mi amigo,
tan testarudo como yo,
y con esa campechanía y bondad,
que un día hallará nuevo cauce,
como esta sangre desbocada
o esta hemorragia rectal
que hoy viene a salvarme la vida,
mientras yo busco palabras,
con las que cerrar las viejas heridas.
Antonio PÉREZ MORTE
EL JOVEN FRAILE
Y pensar que nadie desabrochará mi camisa
con manos de paloma,
ni hará caracoles en el vello de mi pecho
porque ya tengo un amor que es Todo y Nada...
Y saber que soy un guerrero
que reza como un almendro
(Antonio Praena. «De Humo verde». Amarú. Salamanca 2003)
GRÚAS
Me conmueven las grúas en invierno.
Parecen estar vivas y cumplir
su vértigo llenándose de grajos
que bordan en su acero un pentagrama.
La esencia de las grúas son las aves
de paso. Las cruces de este siglo,
donde todo se mueve, son las grúas:
inmóviles, calladas, imposibles.
Yo he querido ser grúa muchas veces,
recibir la nevada antes que el mundo,
los pájaros, los rayos matutinos…
y ser desmantelado cuando acabe
la obra en la que elevo humilde carga.
Las grúas son amigas de los pájaros.
Que vengan y se posen en mis hombros
mientras huyen del frío es mi deseo.
Que canten para mí, ser para ellos
el árbol más sencillo, pues apenas
un eje vertical y un brazo abierto
conforman mi estructura permanente.
(Vendrá la muerte a dar vida a este sueño
haciéndome también ave de paso).
Y, mientras, ser tan sólo un trasto útil
entre el cielo y la tierra. Algo invisible
a los ojos de todos pero nunca
al ojo diferente de los grajos.
(Antonio Praena. De «Grúas», ganador del premio Tilfos de Poesía)
María, María Asquerino, Maruja. "¿No te parece asqueroso lo de Maruja? Me lo quité en seguida. Y no digamos Marujita, como otras". Musa trasnochatriz de toda la izquierda festiva, ,los ojos más profundos y hospitalarios del cuarentañismo, como para quedarse a pasar la noche bajo el puente de esos ojos, cuando el estado de excepción arreciaba. Un izquierdismo bien llevado al lado derecho y una arboleda perdida de hombres encontrados en su corazón o en mitad de la noche. María, amor, Mariamor me espera en un restaurante de nuestro viejo mundo, esa rueda de cafés, galerías de arte, restaurantes, tiendas de la moda unisex y tabernas para el dominó de los pintores (escuela de Vallecas), y acudo a la cita como un enamorado del periodismo y un platónico de María Asquerino. Cenamos bacalao, que es como si cenásemos los amantes en salazón de sus comedias y de su vida, más los suicidas siberianos y los Minayas castellanos que la orlan de sangre, de machos y de noches.-Empecé unas memorias, Paco, y me dijiste que eran una mierda cuando te di los cien primeros folios.
-No es eso, exactamente. Lo que pasa es que, como todos los no profesionales, te habías olvidado de ordenar el material. Para hacer un libro hay que distribuir los materiales de modo que la cosa dure un rato. Por ejemplo decías: "Salí con Jorge Mistral y lo pasábamos bomba". Y ya estaba resuelto Jorge Mistral.
-No iba yo a contar intimidades. No me da la gana.
-Pero la gente quiere saber cómo era Jorge Mistral, por qué era bajito, por qué se fue a Méjico, por qué era homosexual, por qué se suicidó...
-¿Por qué se suicidó? -Y pone un gesto exquisito de entredudosa fina de Colette- Ay, hijo, yo no sé por qué se suicidó.
Con el alma tranquila, le entra el bacalao como si fuera faisán.
-Tú me diste, Paco, ¿te acuerdas?, un gran título para mis posibles Memorias, que era Mis pobres hombres; lo que pasa es que ahora me apetece más hablar de mi familia, de mi vida, de mi trabajo, aunque cuento cosas de hombres, claro: Marsillach, Fernán-Gómez, Paco Rabal, todos. Tú seguro que me darías un título bueno. A tus cosas, que siempre son autobiográficas, les pones títulos preciosos.
-Llámalo "Mis pobres hombres y otros pobres".
Ríe. Cenamos von agua y muchos camareros. Hay una duplicación mareante de espejos y camareros en la que nuestra intimidad de tantos años se pierde un poco. Pienso que este distanciamiento es bueno para la entrevista, o lo que coños sea esto. María es una mujer de 57 años que ahora lleva el pelo casi corto, que gasta los ojos profundos y hospitalarios de siempre, como asilo de caminantes en la noche oscura del alma macho. Se ve que ha comido en buenos restaurantes. Tiene, como sellando su belleza, un lunar bajo el párpado izquierdo y otro en la nariz. A lo mejor me los estoy inventando yo, a lo mejor son pintados, a lo mejor no tiene lunares. A lo mejor. María es honda, lenta y secretamente irónica.
-Qué, ha pasado, Paco, dime, qué ha pasado, por qué no he sido yo una gran estrella del cine español.
-Eres una gran actriz del teatro español, y eso está mucho mejor.
-Sólo hay actores buenos y malos. Sean Connery, antes de hacer James Bond, había hecho mucho Shakespeare. Para hacer bien lo pequeño, hay que haber hecho lo grande. Yo aún no me había operdo la nariz cuando hice Surcos, de Nieves Conde, que es mi mejor película.
(El pintor Verdes, que está en Jaén, entre cerdos, y que hace los retratos de esta serie, más que por fotos, por la descripción que yo le hago de los personajes, me interrumpió esta mañana, al teléfono, cuando yo le estaba haciendo la descripción telefónica de una María entre lírica y trágica, una de esas mujeres que le dan barbitúricos a su perro, una maravillosa bruja: "¿Pero tiene buenas telas?". Estos plásticos son así. Le cuento la anécdota a María -"pues son de las cosas que mejor conservo"- y, a propósito de eso, le recuerdo sus desnudismos corno doña Jimena:
-No me creo yo, María, que doña Jimena, viuda del Cid, anduviese en bolas por el medioevo.
-Pues verás, hay en la obra una frase de la hija que dice "Madre, ¿qué haces desnuda en la ventana?". Y entonces yo me confeccioné un traje de gasa con dos tapitas para los pechos, porque aún vivía aquel señor que hubo cuando entonces. En cuanto murió el señor que digo, me quité las tapitas.
-¿Quién eres tú, María Asquerino, hija natural, mujer de mil hombres?
-Uy, hijo, cómo te pones y Ahora, para estas memorias que estoy, haciendo, he pedido fotos a la familia de mi padre, a la cual casi no había tratado, y encuentro que son una gente maravillosa, sobre todo los pequeños, mis sobrinos, como si dijéramos, y con les que me entiendo mucho mejor que con los parientes de mi edad. Los chicos me quieren mucho y hasta hay uno que quiere ser actor. De pronto, Paco, tengo una familia.
-Tu padre.
-Mariano Asquerino. Ya sabes. Pero además he descubierto otros dos ancestros: dos Asquerino que hacían teatro juntos, como los Quintero, y que están retratados en el Conde Duque. Tengo que ir a verlos. De ellos me viene, quizá, la manía de escribir.
-Tu madre.
-Pasamos la guerra juntas, en Madrid, bajo los bombardeos, y eso es lo que más me gusta contar en mis memorias.
-Un adjetivo para ti.
-Inconstante. Por eso me gusta viajar. Por eso he cambiado algo (bueno, mucho) de hombres. Por eso me fui con un amigo, hace pocos años, a San Sebastián, y por el camino, sabiendo que yo soy así como un poco roja, todo el rato me cantaba canciones republicanas. A la altura de Burgos ya tuvimos unas palabras más altas que otras. Y al llegar a San Sebastián, al hotel, pedí habitaciones separadas. Naturalmente, desapareció y me dejó tranquila.
-Te vistes mal, María.
-Sí, siempre he dudado entre el estilo progre, que ya no me va, y no sé qué otro estilo. Todo menos la señora de collares que no soy. De modo que lo mío es un mitad y mitad.
-Tus noches míticas de Bocaccio, como antes las de Oliver, que tanto viví, cuando pagas en monedas de whisky (esa moneda dorada que queda en el fondo del vaso) el precio por llegar viva hasta el alba. ¿Cuántos whiskies tomas en una noche?
-Creo que nunca más de tres. Y jamás me emborracho. Lo que pasa es que al final quiero mucho a todo el mundo.
-Tus joyas.
-Ya ves que no llevo nada, ni pendientes, ni sortijas, ni pulseras, nada; y es que me atracaron este verano, a plena luz, y un tío de navaja se lo llevó todo, pero me gustaba ponerme los anillos de mi madre, era un poco como llevarla conmigo, cuando allá, hacia las doce de la noche, levanto el vuelo y no sé a qué hora voy a volver.
. Los hombres.
-Hace mucho que no espero grandes sorpresas de los hombres. Después del amor, todos se duermen. Lo comprendo, porque es un trabajo. Pero por eso prefiero ir yo a su casa, para poder marcharme.
-Yo siempre había creído que eras la sacerdotisa de tu capilla erótica y que preferías llevar los amantes a tu espacio sagrado.
-No creas. Yo me he acostado en todas partes, en casa de cualquiera. Eso tiene la ventaja, como te digo, de que puede una irse. De casa hay que echarles. Pero, como te he confesado alguna vez, yo hubiera preferido encontrar el hombre maravilloso, mejor que todo este jaleo sexual (que ya va parando, afortunadamente). Claro que ha habido hombres maravillosos, pero pocos, y, lo que es peor, ay, no han durado.
-Ya, en unas Memorias de los cincuenta, se te define en el Gijón como "existencialista".
-Ahora sólo soy una señora más bien de izquierdas. Y me gusta don Santiago, porque he oído hablar de él en casa toda la vida.
La actriz cuasi eslava, madre madrastra, ciudadana y lasciva, con el medio velito del adulterio por la media sonrisa de la insinuación. Uno diría, si supiese un poco más de mujeres, y ella iba a estar de acuerdo, que María, más que un Donjuán femenino, es la mujer que busca su hombre, su realización sexual plena, y, por falta de información, ha creído que iba a encontrar eso en la promiscuidad, cuando lo que necesita una mujer de orgasmo duro, digamos, y generalmente único, es el hombre que llegue a hacerse experto en ella: su especialista. Esta fascinante mujer que veis aquí, queridos lectores, no es sino una dulce suma de equivocaciones profesionales y sentimentales, suma que nos ha dado la más interesante mujer del teatro español actual. La doña Jimena histórica, histérica y salida toda de pechos contra la Historia.
-María.
-Paco.
Del restaurante espejeador y tranquilo tendríamos que ir a una fiesta remota que se da en algún asteroide con relaciones publicas. Cuando todo Madrid es como un violín sonando por calles mojadas. Una cosa lontana, brillante y equivocada.
-Mejor nos quedamos aquí, ¿no, Paco?
-Mejor, María.
Siendo la primera liberada de España, todavía tiene el dandismo femenino de preguntarle al hombre qué prefiere, para que prefiera lo mismo que ella. La napolitana de Darío Fo, estrellada de gritos y de manos, aquella noche de embajadores en que Pitita se obstinaba en llamarla "Maruja", como si no se hubiese operado el apellido y la nariz. Mediados los sesenta, cuando uno andaba descalzo, con sandalias de agua de la mangarriega, como Cristo (aunque Cristo no alcanzó la mangarriega), yo pisaba la moqueta frambuesa de Oflver con pie desnudo, y me. senta-, ba en el suelo, a lo moro, en el amplio coro y fresco caño de la tertulia de María, por verla desde abajo, por verla simplemente. La primera vez que la vi, tuve algo así como un falso enamoramiento de mi corazón falsario. Era una recepción de Luis Esco.bar en el Eslava (hoy Joy / Eslava), y salían juntos, María y él. Yo no era nadie, nada, menos aún que hoy. Luego, como digo, aquellas tertulias de Oliver, donde triunfaban Eduardo Rico, algún galán joven y mi querido y admirado y grande poeta Ángel González. María tenía a los lados, como ángeles de cabecera o ángeles custodios, a Cándida Losada y Lola Gaos. Maria jamás se fijó en mí.
-María, ay, te has fijado tarde, si es que te has fijado, caundo ni tú ni yo estamos ya para nada. Sobre todo yo.
Me lo dijo un reportero con más suerte o más astucia:
-Es una bruja. Le da píldoras al perro.
Escribí y publiqué, un cuento dedicado a ella, que se llamaba "La cómica". Ni enterarse. Ho, somos dos carrozas carrocísi mas, dos carrocísimas imponentes. El taxi corre, como tantas noches, hacia una fiesta irreal que se da en algún asteroide, y a la que nunca llegaremos.
-Pero no van a cometer la grosería de no esperamos, ¿no?
-No lo sé, María. A lo mejor no hay fiesta, o no es hoy, o nos hemos equivocado de asteroide Nuestra vida, María, no es otra cosa que una fiesta equivocada.
-Ahora he renunciado a un función preciosa, Paco, porque me ponían por delante a una pequeñita, y eso sí que no. Ya veo que tienes, la elegancia de no preguntarme de qué función se trata. La verás en seguida en la cartelera.
Viejos pleitos de cómicas.
-Es igual, María. Habrías acabado devorando a la pequeñita.
La actriz cuasi eslava, madre madrastra, ciudadana de Ibsen, paisana de Cliejov, con el medio velito por la media sonrisa del adulterio. El coche corre barrios que son como calles en las que suena un violín mojado. Aquellas noches de Oliver, ya digo, cuando nos acojonaba un estado de excepción de Carrero Blanco, noche sí, noche no. Marsillach vestido de Sócrates. Tere del Río vestida de egipcia. Bódalo vestido del Goya de Buero, con cap¡rote de la Inquisición. María vestida de viuda de tantos hombres vivos. Jorge Fiestas me lo dijo un día: "Ponte las sandalias, Um bral; no está bien andar por aquí descalzos". Pero luego llegó un amigo suyo, se conoce que más íntimo, y estuvo descalzo toda la noche -era verano- y hata puso los pies en el sofá. María ha repetido todo aquello con su tertulia de Bocaccio, al alba, y le ha salido bastante bien, con Paco Valladares como marqués de un bradomínazgo que cae por Doctor Esquerdo, con Balbín, de pipa y suéter, con los que van llegando, en fin. María es la última romántica de una noche que ni siquiera llega a románica, aunque tenemos enfrente el Palacio de Justicia, cerrado a estas horas, claro, y sobre el cual pesa tanto Derecho Romano.
-Te lo prometo, Paco. Unos hombres se duermen. Otros, se acobardan. Otros roncan y otros son insoportables a la mañana siguiente y hasta piden el desayuno en la cama.
-María Asquerino, hoy.
-Escéptica. Ni aburrida, ni resentida, ni despectiva: escéptica.
-La cosa profesional.
-Ya no me cojo los cabreos que me cogía.
- La cosa sentimental.
- He descubierto que lo paso mejor en la presentación de un libro tuyo que en la cama con un particular.
Hace tiempo que no voy a su casa. "Ahora tengo un retrato muy grande, con un pecho fuera ’(para que hable Verdes de pechos), y muchos libros, que una vez escribiste que yo tenía pocos libros en casa, Paco, amor. Me paso el día leyendo".
-¿Qué sientes el repasar tu vida en las Memorias?
-Aburrimiento. A veces he probado un diario íntimo’. Me tira más lo actual. El caso es escribir algo.
-Richard Burton.
-Para qué te voy a decir que me lo tiré, si no me lo tiré.
La voz grave, profunda, modulada y quebrada. Ya sólo con esa voz se puede salir a un escenario o conquistar a un hombre. El taxi corre sin sentido por calles sin nombre. Jamás llegaremos a la fiesta que nos espera, a la guerrilla urbana de los fotógrafos. "En mis Memorias me meto un poco con las folklóricas, que cuentan tantas mentiras en las suyas. El modelo, para mí, son la de Simone Signoret, aunque ella ha sido una mujer política a tope, y yo un poco menos.
En mi libro no quiero contar cosas de cama. Prefiero dar los personajes. Cómo eran, cómo se lo hacían".
-El perro.
-Para un día que cubrió a una perra, lleva una semana durmiendo.
-Como los hombres.
-Como los hombres. Pero los hombres es mejor que se duermen; así no hay que hablar con ellos.
-Para las nuevas generaciones eres un mito, María, y para mi generación eres una precursora.
-Simplemente, he vivido.
Parece de Quevedo esto que ha dicho. Ha encontrado mil formas de barroquizar, su soledad. No soporta la prepotencia de los jóvenes ni las dolamas de los viejos. Lo tiene’crudo. El taxista, que nos ha tocado hermético, jamás encontrará la fiesta, el astro de whisky, luces y famosos adonde vamos/íbamos. Rapto en este taxi una actriz eslava, una madre madrastra, una doña Jimena con los pechos fuera, una María cotidiana. Acaricio su mejilla, donde reflorece por enero una tercera juventud.
(Para Angelines Villacampa)
Para Óscar y Rafa
Necesito un refrán de aquellos
que sabías de memoria,
o de aquellos otros que dejábamos a medias,
a capricho de la memoria y la intención.
Lo necesito urgentemente para aliviar este dolor
que me atenaza y que todavía arrecia.
Hablar contigo, al lado del fuego,
de todas esas cosas importantes
que no pueden comprarse
y que tú encontraste muy cerca de aquí,
en Susín, en Sobrepuerto,
muy cerca del cielo.
Porque para vivir basta la vida,
el calor de la amistad y cuatro astillas
dos gatos, un perro,
un libro, el sol, un prado, la era,
las montañas, el cielo lleno de estrellas,
una noche de tormenta…
Necesito un refrán de aquellos.
¿El de febrerillo el loco?
Loco sí, pero no tonto:
Nos hizo un siete del calendario al alma
y te llevó, dejándonos, de nuevo,
el imborrable dolor
de los duros versos de Juan Luis Panero:
Vivir es ver morir.
Repienso:
Morir es ver morir cuando quien se va
se lleva dentro de sí, parte de ti
en una filosofía de vida basada sólo en la vida
-interior y exterior- : en el amor y en el respeto.
Antonio PÉREZ MORTE
La esperanza avanza
hacia ciudades y pueblos
y los políticos,
que siempre ignoran
los sueños ajenos,
como caracoles se refugian
en los cargos que arrastran;
por lo demás nada:
algarabía de pájaros,
risa de niños,
colores más intensos y nítidos
y las huellas transparentes
de un rastro viejo
y larguísimo de babas.
Antonio Pérez Morte
Oigo la voz de Juan en mitad de la noche, pero Juan, aquejado por un virus gastrointestinal, no me llama, así que le miro dormir relajado y le contemplo guapo e inmenso. Tomo un poco de agua y vuelvo a la cama.
¿He dormido algo? La verdad es que no lo sé, creo que no, pero ahora, como en un segundo, el reloj me acaba de robar una hora y las cervicales todavía me duelen más. Me doy un masaje rápido con alcohol de romero y en unos segundos descubro que no es el cuello lo que más me duele, sino las piernas: Se me han vuelto a subir los gemelos, cada vez me pasa más a menudo, y la intensidad no remite, por más que presiono fuertemente contra el suelo. Dicen que esto pasa por falta de magnesio o por problemas de oxigenación, pero yo tomo magnesio y hago respiración diafragmática lenta, así que serán los nervios, seguro que son los nervios. Mis puñeteros nervios, que acaban de despertar a Pablo y se levanta una vez más. Le escucho, pero no salgo, no quiero desvelarlo, así que vuelvo a mi cuarto con los ecos del llanto infantil de mi madre, y ese pinchazo que me hace recordar a Salva Iborra, un poeta amigo, asesinado en el vano intento de recuperar a otro amigo su bicicleta robada.
Estamos en crisis y los precios bajan, las vidas ya no valen nada. Nada. Ahora, que estaríamos todos de acuerdo, en comprar aquella hermosa vida, llena de oportunidades, a Félix Romeo, vemos que no, que no es posible todavía. No podemos hacernos de nuevo con nuestro amigo, en ese chollo indescriptible de los outlets de lujo. Habrá que apechugar, como lo hicimos siempre, y seguir adelante, poniéndole ilusión y fantasía como lo hacía, también, Maribel Marco, cada día, al levantarse. ¡Creo que voy a tomarme un café y a intentar una sonrisa!
La cultura es mi refugio, lo poco que me salva de la vorágine cotidiana, el último rincón donde me aíslo de la actualidad política, de la intoxicación periodística, de la desinformación. Llevo años intentando ponerme a salvo de los conspiradores de uno y otro signo y si me acerco a ellos, rascándome el bolsillo, es única y exclusivamente para hacerme con esas pocas páginas en las que se habla de las letras y la música, del cine y el teatro, de la escultura y la pintura, y en las cuales, quizá con menos éxito, también intentan meter sus sucias zarpas.
No necesito, para nada a quienes erigiéndose en únicos portadores de verdades absolutas, pugnan y conspiran por captar nuestra atención y mantenernos desinformados minuto a minuto con su bombardeo de triquiñuelas, mentiras y patrañas. Los gobiernos siempre hacen lo que prometieron que no harían, a cambio de olvidarse las promesas; y la macroeconomía hiere a la democracia real y colectiva, en lugar de ser ésta la que reforme una política económica capitalista ineficaz e injusta.
Los censores de otras épocas, los banqueros y políticos que nos robaron a manos llenas, se suben juntos a la noria, para bajar, del brazo, en el mismo lugar en que ascendieron. Es la feria de la noche permanente, para quienes al fin sabemos que ya no podemos creer en nadie, ni siquiera en los jueces de tribunales supremos.
Nos llaman reaccionarios porque aprendimos a pasar de partidos y sindicatos, de tele-predicadores y medios, y porque una vez que nos lo han robado casi todo, no estamos dispuestos a darles la razón ni nuestro tiempo.
Los sindicatos, como siempre, vuelven a llamar a la calle, mientras aplican la reforma laboral a sus propios trabajadores; otros reclaman, como si tuviesen amnesia, aquello que no fueron capaces de realizar durante su larga gestión. El Gobierno se escuda en la herencia recibida, transformándola en un cheque en blanco, construyendo a placer, en solitario, su hoja de ruta. Yo quiero huir, seguir huyendo, y permanecer aislado de escándalos y alegrías, de alegrías y escándalos, en el triste espectáculo de una alternancia vergonzosa e inmoral. Me voy a escuchar a Carlos Cano, a Labordeta…
A Leopoldo Alas Mínguez
Puedo recordar
aunque me duela la tristeza de aquel jueves,
hace dos décadas al menos:
Yo llevaba para ti un libro mío.
Tú traías, de Madrid, en la mochila,
unos ejemplares agotados de "Signos"
y tres o cuatro inéditos
en el bolsillo inmenso
del abrigo de tu padre;
en el otro, sólo un pañuelo.
Un pañuelo, a veces, es suficiente
para ahogar la espita del dolor
cuando el desamor es pequeño
y huidizo como un gato.
Y si el amor crece
para hacerse proyecto poético vital,
somos otros, más reflexivos,
menos locos divertidos, casi siempre,
aunque a veces el pasado nos devuelva
la carcajada silenciosa de otra vida
en su mirada cómplice.
Decir todo lo que pienso
sobre Félix Romeo,
sobre su injusta muerte
"cual flor antes de tiempo cortada",
sobre la respuesta unánime,
sobre el dolor de tantos...
es escribir sobre las aguas del desierto.
Siento dolor por mi hija,
por los hijos de tantos amigos
a los que Félix atendía
con el apremio de un tío soltero
(quizá, con la urgencia de quien sabía
o intuía que no iba a ser padre nunca)
me duelen los días,
las horas que corroen los años
y las miradas
de quienes nunca supieron
de verdades absolutas,
de mentiras ocasionales.
¿Dónde están todos aquellos
que miraban y mentían,
que decían y callaban,
que proclamaban y ocultaban?
¿Dónde encontraremos la verdad de los días,
las noches silenciadas,
los rayos X de las palabras,
la burda realidad de los sueños?
Antonio Pérez Lasheras
-antonio pérez morte-
(¿y ahora, qué?, trad. menino mau)
Para Antonio Pérez Morte
Eres un hombre a quien se ve de lejos,
un luchador cosido con fuerza y con ternura.
Tienes una sonrisa como un sol de invierno
y una hemorragia de vainilla interior.
Envejeces cuando dejas de amar.
Tienes muchos sueños que tirar del ovillo
y un puñado de amigos que te adoran y están
cuando las ratas abandonan el barco.
Permítete un rato el lujo de la tristeza,
luego compra una escoba, sácala de tu alma,
la primavera estalla en lirios y minifaldas.
Encontrarás la excusa para que el corazón
trepe de nuevo al árbol y se ponga a bailar.
Ya sabes dónde estoy. Donde escuchan las rosas,
mi móvil siempre está despierto para ti.
Lo he oído en el bar y sé que os interesará saberlo:
Fue un "asterisco" lo que acabó con los dinosaurios en todo el Planeta.
¡Ay, Daniel! Daniel...
¿Está o no, para comérselo?
¿Quién dijo que este año no habría Navidad?
¡Cómo me gusta que los amigos me llenéis de sobrinos!
¡Besos!
Aquí estamos después de la broma maya, sin desaparecer. Aquí lo único que se esfuma después de tantas navidades con Magia Borrás es el poder adquisitivo, la liquidez, los derechos fundamentales y la extra de los funcionarios. La cosa se ha puesto tan fea que ya nadie saca el Monopoly sino es en privado. La crisis, con malas artes se lleva la ciencia y la cultura junto a la memoria de los culpables y de los plumillas que todavía les apoyan. La amnesia se llama unos días Rubalcaba y otros Aznar o Rodrigo Rato. Sólo hay un Quijote de ficción, un quijote alucinado, rodeado de fantasmas por todos lados que se llama Mariano Rajoy. Rajoy, que querría ir de Rey Mago con las sacas llenas de ilusión, arrastra en ellas el lastre del pasado y las dudas e improvisaciones del porvenir. En eso, su antecesor fue un gran maestro: Zapatero sabía nadar y guardar la ropa, sabía aparecer y desaparecer en el momento idóneo, como decía mi querido Labordeta: “Ni sí, ni no, sino todo lo contrario...”
Rajoy sólo tiene la barba de Gaspar y la terca, argumentada oposición de Llamazares. Rajoy es pelirrojo y si suavizase un poco el gesto, podría pasar lo mismo por socialdemócrata que por demócrata cristiano. Rajoy es en manos de la Merkel un muñeco, un muñeco que quisiera estar de vuelta, como lo están las muñecas de Famosa. Las muñecas de Famosa, que vuelven cada vez más cojas, camino del portal, para ofrecer al niño su cariño y su amistad…
Y Jesús en el pesebre, busca la mula y el buey,
la estrella y los reyes de años anteriores…
y se va de manifa con los mejores Pastores.
Antonio Pérez Morte
ANTONIO PÉREZ MORTE. TRES POEMAS
[Próximamente, Antonio Pérez Morte publicará un poemario de poesía erótica en Celya. Me envía aquí tres poemas con este motivo de Santiago Arranz, que irá en portada. La foto es por cortesía del autor. Dice Antonio: "El poemario está compuesto por una amplia colección de poemas amorosos y eróticos, escritos entre 1978 y 2008, se llama ’Cuerpos de luna’ -Canción de amor’.]
CON PICARDÍA
Volviendo a casa,
de la farmacia,
cruzamos el parque,
vacío de madres y de niños
de perros y juguetillos.
No queda nada
de la algarabía
de hace sólo unos minutos:
Sólo el rastro de algunos
envoltorios de aluminio y plástico
cáscaras de pipas
y cuatro globos rotos
que te veo mirar con picardía.
VIEJA CAJA
Tomo de mi vieja caja de hojalata
peladuras de silencio,
mondados recuerdos de penumbra,
desgarraduras,
y reconstruyo con ellos
el vacío cuerpo de la fruta
que alimentó nuestro deseo.
De palabras desnudas lo relleno,
mientras sobre la piel reseca del olvido,
vuelve a brillar de nuevo
el rostro luminoso del amor,
de aquel amor tan luminoso que fue nuestro.
SALÓN DE RECREO
Las flipper siempre te dieron lo mismo,
tampoco te gusta el futbolín,
ni el billar, ni el billar americano.
A ti lo que te gusta es el currela,
el tipo de la caja,
ese chulillo de la guitarra y el tupé
que tararea todo el día
y viene hasta el curro en bicicleta.
Parezco idiota pero no,
nunca me he dejado engañar por ti,
sino por él: a mi también me gusta
-claro que de otra manera-
y cambiaría un par de polvos contigo
por escuchar de nuevo, en su voz,
la misma vieja chacarera.
Antonio PÉREZ MORTE
Alza la pierna derecha, estira el pié, lo arquea, parece la protagonista de Escuela de Sirenas. Hijo mío ¿ves? Le pregunto cómo sabe que soy su hijo y me dice que es sólo una forma de hablar y así es, habla con sinceridad porque a los cinco minutos me llama papá para decirme que tiene miedo “de las sombras y de los niños-florero que saltan a la comba” allí mismo, a nuestro lado, con los cables llenos de electrodos.
El doctor Voltios, tiene un despacho aquí desde hace tiempo, está en la segunda planta del Hospital Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, al que todo el mundo llama “el provincial”. El doctor Voltios, según mi madre, debe ser uno de los mejores médicos de geriatría y ella ya le había oído nombrar antes de venir a Zaragoza para ponerse, literalmente, en sus manos. El médico, que como ya he dicho ostenta un gran éxito profesional, por lo que realmente se ha hecho famoso ha sido por “vender zapato artesano de calidad, al peso”.
Mi madre, que ya ha tenido un puñadico de hijos, quiere comprarle a Voltios una bolsa con kilo y medio de zapatos pequeñines, entre los que haya, al menos, alguno de cuello alto y alguna zapatilla de fresa. Me dice que tendré que ir pronto porque siempre hay mucha cola de pacientes-clientes y además si no lo hago, la enfermera se olvidará del abriguito de piel blanca que Conchita eligió para regalar a Jaime, el nietecico más pequeño de su hermana Carmencita, a la que entre sueños llama algunas noches Caperucita, Caperucita Morte, para que no haya errores o equívocos.
Un poco antes de salir de la habitación hacia la tienda-consulta, mi madre, me reta: “¡Sube ahí, a esa ventanica!” Le digo que no, y que no es una ventana sino el ojo de buey que ilumina la habitación 279. Me dice una vez más que me equivoco y que en este hospital, lleno de secretos, sólo los más viejos saben realmente lo que ocurre: En la planta de arriba, al parecer, vive un prestigioso carnicero y a partir de las cuatro y media de la madrugada, comienza a despachar sus especialidades. Debo encontrar esa escalera para entregarle la lista de la compra; espero que para entonces mi sudor haya remitido un poco y vuelva a sentirme bien, valiente, con los cojones de antes, los cojones de cuando fui mi abuelo.
A mi abuelo yo no le conocí. Sólo sé que Víctor volvió enfermo de África tras la guerra civil y la tuberculosis obligó a las tres hermanas a separarse entre sí… alejándose de él. Si no fuese por aquella extraña fotografía en blanco y negro –enmarcada en portafotos rojo de piel-, que mi abuela Petra tuvo siempre en el cuarto de labor, yo nunca le hubiese imaginado así, con esas gafas pequeñitas, negras y redondas y con esa eterna tristeza que ella recogió para sí, casi como única herencia.
¡Antonio! ¡Marido! ¡Jorja! ¡Petra! ¡Maribel! ¡Víctor! ¡Carmencita! ¡Consuelito! ¡Luisito! ¡Paula! ¡Marta! …
Cuando ella se desespera, no hay nada ni nadie que la calme. Cuando ella se siente sola, está sola aunque no lo esté:
¡Angelita! ¡Carmen! ¡Maribel! ¡Toñín! ¡Petra! ¡Mamá! ¡Yaya! ¡Bebola! ¡Marta! ¡Antonio! ¡Marido! …
Mi madre me pide unos zapatos que ya no me valgan. Unos zapatos viejos para una calor vieja, “porque hace mucha mucha calor aquí, como si hubieran nacido seguidos siete hijos menudos. Siete muñequines sin padres. No sé cómo decirlo. Se rompió el pantalón del tiempo y llamamos para reclamar unas sábanas decoradas, unos platos en los que cene la novia de Napoleón, Napoleón que vivió aquí al lado, en la Carrerilla de Ambirteles. Venga, venga. Vamos, vamos, que están muy frías las sombras de los árboles y el sótano para hombres donde nacen los hijos. Hijos limpios como la luz de esa nube que nos llama al salir de un cine donde los gitanos comían pasteles de merengue y un sarampión negro como los días de la guerra, rompía los bordados de las cuadras más amables. Una calle donde nadie se ahoga ni se limpia la saliva que fue un tesoro para los abuelos, que llamas después de muertos:
“¡Yayo, yayo, soy la Conchita! ¡Tu Conchita, yayo! ¡Yaya! ¡Yaya Jorja! ¡Yayo! ¡Yayo Pepe!”
Dios mío, ahora tengo que preparar la reunión de las fiambreras y no se aún si enfrían tanto como dice la madre de tu hermana. ¡A mi no me gusta esa mujer, pero claro, como se comían en su casa los nombres de todos los perros, ahora, que acabo de volver de Villanueva me dicen que si mire usted, que si tal, que si cual y yo no encuentro las cuatro pastillas que dejé en el colgador cuando volvió la Caballé del fútbol…!”
"Todos los jueves dijo que vendría tu hermana Maribel, pero ya ves, aquí nadie trae más mandarinas ni la plástica del dinero. Y la chica de Madrid mira si se peina los largos hacia abajo. El otro, que os llaman siempre igual, es tan grande y tan cariñoso que tengo miedo hasta de que me toque. Los demás días viene la familia de las blancas, las del bar de ahí fuera, a pasar y a pasar para traerme lapiceros, bolicas y pastillas, nada que no se sepa, pero que les quiero agradecer si me encuentras la tarjeta... Y tú, hijo mío ¿eres mi hijo, verdad? lo que quieras, por si tienes que volver a tu país con el hermano aquél, que salía en las revistas y me mandaba sus libros y llamaba para decirme que era tu padre…”
Mi madre busca ahora al padre y al hijo ¿Tú sabes dónde están? ¿el padre y el hijo?¿Sabes que ya no vienen a verme desde más allá del juicio? Si no fuera por la luz y este frío de sudores estamos tan contentos a ratos de este hotel.
¿Comen bien tus hijicos? ¿Comen solos? ¿Aún puedes darles de comer? Yo ahora, ya no quiero nada. ¡Dile que apague la lengua esa mujer!
100, 99, 98, 97, 96 95, 94, 93, 92, 91, 90, 89, 88, 87, 86, 85, 84, 83, 82, 81, 80, 79, 78, 77, 76, 75, 74, 73, 72, 71, 70, 69, 68, 67, 66, 65, 64, 63, 62, 61, 60…
¿Te acuerdas? Me acuerdo también de ellos todo el tiempo. Mejor no verte así. Caricatura cruel del deterioro, de un amor convertido en miedo y desconfianza.
59, 58, 57, 56, 55, 54, 53, 52, 51, 50, 49, 48, 47, 46, 45, 44, 43, 42, 41, 40, 39, 38, 37, 36, 36, 35, 34, 33, 32, 31, 30, 29…
Creo que le has dado una bofetada al enfermero, pero no lo sabes. El enfermero un chico joven y cariñoso, que unos días es lo más bonito del mundo y otros tu enemigo. Hoy hace pucheros, en broma, y te dice que no vas a volver a verle (mañana tiene fiesta).
¡Antonio! ¡Antonio! Dile a la del carro que no pienso merendar y que hagan lo que quieran, porque yo no me lo creo... ¿Oís? No me hagáis hablar. Sólo quiero encontrarles la carica a las catervas y ya son menos cuarto, por eso cuando llegué ahora mismo les dije adiós a las pispajeras que venían conmigo en el coche de línea y que el pan lo pondríamos nosotros como cuando tu tía Blasa repetía los rezos mientras cosía. ¿Vive la tía Blasa? Me acuerdo que era una cuñada de las mías y de las otras no sé.
La tía Blasa era la hermana mayor de mi padre, dieciséis años mayor que él… y vivía con Elisa, otra hermana viuda y con tres hijas, en la calle Santa Isabel de Zaragoza…
“La Blasa tenía una hermana negra y más ancha. Ella tenía la cara menuda y las dos eran muy buenas... Una hija era monja –también como tu tía- y las otras dos eran normales. La que más fumaba era la gorda. La otra trae pasteles ”
28, 27, 26, 25, 24, 23, 22, 21, 20, 19, 18, 17, 16, 15, 14, 13, 12, 11, 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2 , 1…
¿Por qué me miras así? ¿Por qué me miras así? ¿Te doy mucha pena o es que me quieres? ¿Sabes que me han robado las gasas que me regaló la monja?
Ayer tuvo muchas visitas y hasta creyó ver a Carmelo Zubieta -por la tarde- sabía que se había muerto y me lo dijo: “Fíjate, ha estado Carmelo a verme y yo que creía que se había muerto, no sabes lo que me alegré de ver que no”. Hacía tantos años que no le había visto, ni a las que subían a cantar al coro, cuando se cayó Conejico de la torre y se salvó. Yo no sé si fue milagro.
¡Constantino! ¡Constantino! ¡No tenías que haberte ido con la moto! ¡La moto es un peligro! ¡Mi hermana entró con ella hasta el casino!
50,49, 48, 47, 46, 45, 44, 43, 42, 41, 40, 39, 39, 37, 36, 35, 34, 33…
La gente dice y dice pero no se molesta y ahora se les van a caer encima todas las persianas de palabras repetidas y repetidas hacia fuera y tendremos que acordarnos de como colocábamos la vida antes de irnos a dormir.
¿Son tus padres buena gente? Igual les conozco si son de Zuera, allí tengo yo mucha familia y una casa con escaleras en la acequia de Villanueva... ¿Sabes dónde está Villanueva? Como ahora cambian tanto las cosas, vendrá la Chon del paralítico y nos traerá las cremalleras hasta casa de Sorrosal. ¿Sabes que me tengo que mover despacio, despacio? ¿Por qué me miras así?
A mi marido le gustaban unas películas horrorosas, jeje, pero yo no decía nada y me iba a verlas con él. Le daba tanta risa que hasta alguna vez se despeinaba, con lo repeinado que le gustaba ir... La Antonina ponía cara de chufla cuando nos veía en la puerta de su cine, porque sabía el tostón que me iba a tragar sólo por ver reír a Antonio así. Antonio que ya no está, ni el cine que lo tiraron, ni la Antonina, pobre Antonina, que se murió.
¿Aquí estás? ¿Cuándo has venido yayo? La Dolores del moño me ha traído el termómetro, pero no me ha querido contar lo que decía, ni cantarme ninguna canción, para que las otras no lo sepan y no molestar a la mujer sorda de delante del balcón. ¡Dios mío! ¡Qué calor hace en el convento! Será por sellar los pañales. Las prevaricias no podrían vivir en un sitio así si lo supieran y los chicos de las motos retoñan como culebreras de los árboles de alberges para beberse las canastas por la pluma en el jardín de las flores.
Al patio al que nos lleva la sobrina de las hambrunas le han crecido los peces del mantenimiento por eso mi madre quiere que vayamos a verlos, con el cura de la habitación de enfrente, sentada en su silla de ruedas, y que la hija grande no tire la leche de aquel susto.
No, no me traigas el orinal. ¡A ver si me levantan cuando vuelva y se cubra todo de despuntes y una bolsa de basura llena de nubes rojas, blandas y sucias. Araceli dice que leía El Caso, que se lo vendía yo en la tienda ¿En qué tienda?
Tiene el pelo amarillo la mujer del mono, las piernas largas largas que le suben hasta arriba y se rie y le da besos al mono que le quiere robar los estropendos que lleva por encima y salta y salta. Ahora, enseguida, me peinarás y nos iremos a ver a la tía Conchita, que no aparece por el hotel desde el día que se fue la Milagritos a Zuera. Venga, dime cuántos pañuelicos, de los mojados, nos quedan y así se lo digo a la repartidora cuando me toque la oreja o me abra la tripa. Corre, corre. Vamos, vamos. Venga, venga. Que vengan mis nietos sí. Podían venir mis nietos hoy, para verlos de dos en dos y decirle a Eloy que no es mal chico, pero que lo que pasa es que cada uno dice lo que tiene que decir por las cosas de la vida. No le hago caso y se enfada, cuando él dice cosas del médico también, pero no quiero, así que hagan ellos lo que quieran y me dejen vivir o morirme que soy ya muy mayor y son buenos estos zumos, cariñico.
120,119,118,117,.116,115,114,113,112,111,110,109,108,107,106,105,104,
103,102,101,100,99,98,97,96,95,94,93,92,91,90,89,88,87,86,85,84,83,82…
Ahora tengo ganas de orinar y dicen que haga aquí, que ya está todo bien para yo hacer, pero yo no hago marranadas y quiero ir y salir sin baladeras a hacer el pis de todos, como yo quiera, que lo hagan ellos así y me traigan a cantar a la del moño, que acaba de cantar en un pueblo aquí cerca. La del moño que siempre nos gu la playa cuando ninguno de todos los míos, tenía ningún hijo y se bañaban.
Dolores, la del moño ya le cantaba a tu abuela, aquella canción en la que sacaba flores de la cesta y fíjate, ahora de enfermera, aquí, tan cariñosa, seguro que las otras no saben quien es. En todos los días que estoy aquí la he oído cantar: Me trae papeles y amarillicos blandas, agua me trae y me trae todas las ropas de las heridas que se me caen, cuando se nos mueven los paticos. Te acuerdas de ellos y paseas por los “come y calla” en tardes de tormenta, que nos dijeron con tanto miedo que vendrían. Estoy así, así así, como el mirimarloque de los años que nos han ido robando para que tú y tú no lo sepáis de ninguna manera elegante en los demás jueves que nos queden por venir.
¡Vamos pues hijo mío! ¡Vamos, vamos! ¡Corre, corre! ¡Venga, venga! Acércate las zapatillas y ponérmelas una y una en los dos pies y le dices a Toñín, que nos vamos a ver a la Gloria otros seis viernes y volveré para hervir el agua y recoger la ropa que haya secado después de una misa para pobres…
¡Papá ven, dame la mano!
Mi abuelo se murió sólo un día –mi madre me lo dijo-, pero otros cantaba y cantaba canciones de Fleta y jotas de José Oto y aquella otra de "La paloma vendrá", que conocí muchos años después en la voz de Mireille Mathieu. Luego fue mi abuelo, su padre quien se fue como una paloma y… “ nosotras las que nos quedamos para siempre solas, porque siempre se queda ahí ese hueco como un vacío en el centro del vientre y se te van las ganas de tantas tontadas y por eso no quiero que me hagan tantas cosas, que me dejen ya de relujir, de pincharme las concordas y los almeñiques que luego se les sale todo y otra vez verdura y marranadas.
895,894,893,892,891,890,889,888,887,886,885,884,883,882,881, 880,879,878,877,876,875,8754,873,872,871,870,869,868,867…
Díselo a la Marta, a la Martica buena que se volvió una mujer hace ya mucho. Otras no, otra se llamaba como la hija de la Carmen, pero con más sabor y yo me la llevaba a misa de la mano, por las plazas en la radio de Ángel Soler, en la Posada de los Reyes. Ángel Soler, aquel locutor de tantas vocerinas y teatros, que se ponía el cuello para arriba del abrigo y decía cosas importantes para que yo supiera que sólo yo era la muñeca más pequeña, y luego, con las ocas, en casa de la comadrona... ¡Qué embarazo Dios mío! Tu ya no te acordarás, pero nosotras estuvimos muchos años allí y allí nos paramos de crecer muchas tantas tardes entre el casino y la carnecería de la tía Milagros...
¡Si me sigues dando agua voy a apretarte el cuello!”
¿Aquí estás? ¡Anda! ¿Cuándo has venido?
Tengo como una peluca rara y a veces se me baja y no me doy cuenta de las cosas que se me rebullonan por aquí, a los lados del trapo tan bonito que me han puesto. ¡Qué risa! Les debe parecer bonito vestirnos así, a estos idiotas tan elegantes. No me gustan nada estas tragancias que me traen, pintujureadas con letras y números que no se sabe nadie.
¿Había muchos árboles en la calle? En la puerta de abajo, hay uno muy grande para guardar las bicicletas de todos los que se pasean por estos pasillos: Un hombre loco con una botella hablando del gobierno y de la crisis, pero lo demás ya es agua y me la dan con una cucharilla para que se abra la voz tragada de decir las tantas cosas por los bancos. ¡Qué lo sepa el presidente! No quiero más yogures...
Un rosquillo bonito como la rueda de una noria, y el jugo de una fruta que nació entre dos libros. Una fruta que no andaba hasta que aprendió equilibrismo y nació al color de las plantas castañas.
¿Anda, estás ahí? Yo acabo de llegar en el coche de línea con la prima de riesgo, sin tocarme el pañal. Tanto que dicen, se columpian. Sólo pienso comprar un colanderico para tu hermana Maribel, para ella sola, con cordón que le ajuste a las corbatas y así se pueda ir a las carreras de caballos a jugar al 19… y a los mercaditos de barrio y entredichos.
¡Papá dame la mano! me vuelve a pedir de nuevo Conchita y se la doy: ¡Papá, ahora tengo calor! Son las sombras otra vez y no quiero ni pensarlo, porque ello se llama manos prietas como tu padre y quién sabría abrir la cafetera y los trozos de pan que se escondía y las gafas para ciegos, llenas siempre de tornillos gigantes. ¡Dame un beso hijo mío! ¿Cuánto me quieres?
¡Sepárame las piernas! ¡Quítame esa almohada! ¡Tápame los pies! ¡Tápame los pies, que se nos rompe España!