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Antonio Pérez Morte

Escritores

Un mundo sin Félix (Daniel Gascón)

Un mundo sin Félix    (Daniel Gascón)

Las reacciones al fallecimiento de Félix Romeo (Zaragoza, 1968-Madrid, 2011) demuestran que era un personaje excepcional de la cultura española. Músicos, cineastas, escritores, editores, artistas y la ministra de Cultura han mostrado su pesar por la pérdida de una figura irrepetible y generosa. Es asombroso y emocionante ver cuánta gente tenía una relación especial con Félix Romeo. En un episodio de autismo desalmado, las instituciones aragonesas no enviaron ningún representante al funeral.

Félix Romeo publicó tres libros en vida. 'Dibujos animados' (1994) era una novela fragmentaria y perequiana que retrataba su infancia en el barrio zaragozano de las Fuentes, y que desplegaba una poética poderosa y una forma especial de mirar la niñez. 'Discothèque' (2001) era un relato polifónico que mezclaba la experiencia en la cárcel del autor –condenado por un delito de insumisión- con las alusiones literarias y un humor salvaje, y donde cabían tanto el imaginario del cine y la literatura norteamericana como el iluminado Miguel de Molinos y el futbolista del Real Zaragoza Nayim. 'Amarillo' (2008) era un mensaje a Chusé Izuel, el gran amigo que se había suicidado en Barcelona en 1992, y también el testimonio estremecedor de las heridas y la culpa que habían dejado su acción.

Poco antes de morir de forma totalmente inesperada a causa de un fallo cardiaco, Félix Romeo había entregado a su agente un nuevo libro –'Noche de los enamorados'-, una reflexión sobre el crimen, la justicia y la libertad donde investigaba el caso de su compañero de celda en la prisión de Torrero. Además, escribió miles de artículos, impartió centenares de conferencias, colaboraba en la radio, tradujo del italiano y del portugués, y estuvo durante cinco años al frente del programa 'La Mandrágora' en Televisión Española.

Publicaba reseñas desde adolescente y su trabajo como crítico literario en los últimos años, tanto en Heraldo de Aragón como en ABC, lo convirtió en uno de los mejores reseñistas de nuestra lengua: valiente, lúcido y honesto, ha cubierto como nadie la actualidad literaria y sus análisis aunaban un vastísimo conocimiento con una idea estética –la literatura como parte de la vida- y una concepción moral sobre los libros y el mundo. Esa idea moral estaba en todos sus textos, pero la expuso con especial claridad en sus colaboraciones para Letras Libres: una defensa cerrada de la libertad y la democracia, de la responsabilidad individual, y una intolerancia hacia quienes justifican la opresión con la coartada de la diferencia cultural.

Es una obra muy importante, pero la influencia de Félix Romeo no termina ahí. Si digo que era un superdotado, puede parecer una exageración, pero a quienes lo conocían les parecerá una obviedad o un 'understatement'. Era el gran curioso: uno no solo tenía la sensación de que había leído a casi cualquier autor que saliera en la conversación o de que conocía todas las revistas, sino que también le apasionaban el arte, la televisión, los tebeos, el pop, los programas de cocina, el fútbol o el urbanismo. Era un polemista nato y en muchos campos competía en erudición con los expertos. Tenía razón muchas veces, pero, incluso cuando no la tenía, su punto de vista era interesante: siempre te hacía pensar.

Es imposible sobrevalorar la influencia de Félix en la vida literaria zaragozana. Su presencia y sus consejos fueron determinantes en la editorial Xordica, en los suplementos literarios, en la obra de Ismael Grasa, Ignacio Martínez de Pisón, Eva Puyó, Cristina Grande, Octavio Gómez Milián, Aloma Rodríguez, Miguel Mena, Antón Castro, Rodolfo Notivol, José Antonio Labordeta y muchísimos más. Les sugirió títulos, leyó sus originales, les recomendó decenas de libros con una pasión contagiosa, y les convenció de que lo que ellos escribían era algo valioso y necesario.

Esa invasión generosa de Félix Romeo no se limitó a una ciudad, una estética, una generación, una editorial o una disciplina: su influencia está detrás de cuadros de su novia, Lina Vila, del cine de Jonás Trueba, de muchos proyectos editoriales y de muchas amistades. Sería imposible enumerar la cantidad de ideas regaladas, o el número de receptores. Yo sería otra persona si no me hubiera cruzado con él. Y nunca he escrito una línea, ni me he enfrentado a un tema, sin preguntarme qué opinaría Félix.

En una entrevista con dos de sus grandes amigos, Jonás Trueba y Lara López, Félix Romeo decía que detestaba la idea de la inmortalidad. La conciencia de la muerte era lo que hacía que quisiera disfrutar de la vida y del amor al máximo. Para argumentarlo, explicaba la desesperación que siente el protagonista de 'Atrapado en el tiempo' cuando descubre que no puede escapar de ese día. Pero la vida de Félix Romeo se parecía más a otro momento de la película, en el que Bill Murray va salvando a los personajes del pueblo. Félix presentaba a la gente, regalaba chucherías y viajes en la feria a los hijos de sus amigos, nos recordaba las fechas de los cumpleaños de los amigos y nos ayudaba a descubrir qué libro o qué película queríamos hacer. Le gustaba repetir el lema de la revolución francesa, y su vida se puede entender con esas tres palabras: la libertad, la igualdad (que le hacía combatir la discriminación de la mujer, desdeñar los argumentos de autoridad, y también tener una conexión especial con los niños, a quienes hablaba en su mismo idioma) y la fraternidad (con su vida, fabricó una gran familia; con su muerte, muchos hemos perdido a un hermano mayor).

A veces, en la cultura tienen prestigio la oscuridad y la originalidad aparente. Félix Romeo, un hombre rabiosamente único, reivindicaba una sencillez esencial: la de ser amigos, de contar chistes y celebrar los libros de los otros, de festejar el cariño y decir te quiero de todas las formas posibles. Era un hombre obsesionado por la felicidad, que siempre intentaba mantener a raya sus impulsos melancólicos. Una de sus grandes lecciones era la conciencia de los privilegios: de la gran suerte que es estar vivo, tener y recibir afecto, vivir en democracia, tomar un helado en el Paseo de la Independencia. Todos sus amigos nos sentimos vacíos y solos, pero somos conscientes del enorme privilegio de haberlo conocido.

Daniel Gascón. Filólogo y escritor aragonés


(EL MUNDO, 13 de Octubre de 2011)

Ayer murió Félix (Pepe Cerdá)

Félix murió ayer. Y ayer escribí un instante después de enterarme la entrada de abajo. Había pensado reescribirla, corregirla o matizarla. Quizás eliminarla. Pero no lo voy a hacer, así se va a quedar. Así salió y así es.

Félix murió ayer. Y yo ya no tengo con quien hablar, ya no tengo de quien fiarme como me fiaba de él. Félix quería mi bien y el bien de la totalidad de las personas que conocía. Nunca se sabrá la cantidad de proyectos, artísticos o no, que son consecuencia de su entusiasmo e inteligencia. Félix entusiasmaba a los demás, les hacía creer en sí mismos y les impulsaba hacia su destino. Ni más ni menos.

Félix murió ayer. Y con él el nexo entre cientos de personas que él unía para que las cosas fuesen posibles, agradables y amorosas.

Félix murió ayer. Y ya no regalará centenares de ideas y proyectos a cualquiera que le escuchase.

Texto : Pepe Cerdá

Muere Félix Romeo (Iván González)

Muere Félix Romeo     (Iván González)

Anoche paseaba los ojos por la edición digital de ABC cuando me tropecé con la noticia de la muerte, a los 43 años, de Félix Romeo. Abrí otro periódico por si era mentira, pero en El País también se lamentaba por ello Elsa Fernández-Santos. A veces asomarse a la información es atragantarse con la madalena podrida de Proust y recordar que los escritores que conociste también mueren.

Félix Romeo solía venir a Madrid. Seguramente el viaje Zaragoza-Madrid y viceversa era el que más veces había hecho en su vida. No sabía que este, en el que acudía al décimo aniversario de la revista Letras Libres, iba a ser el último por culpa de una parada cardiaca.

Romeo estaba gordo como un tonelillo. Era de buen comer y mejor beber. Pero se ha largado a una edad indecente. Me acuerdo cómo pimplaba en aquel bar de Atocha donde nos reuníamos un grupillo de escritores -hasta un premio Adonáis de poesía andaba por allí- en un curso sobre minimalismo literario, o algo así, impartido por él, al que asistimos con la excusa de estudiar esa asignatura inestudiable de la escritura pero con el motivo real de intercambiar ideas y toparnos con otros especímenes de nuestra especie.

Todavía recuerdo aquella vez que le sonó el móvil. Era Javier Cercas. Íbamos a hablar de no sé qué pero acabamos charlando del éxito mediático de Soldados de Salamina. Romeo era un improvisador, acaso por su paso cinco años por la tele como director de La Mandrágora. No era de esos escritores tímidos y atrincherados en su obra. Tenía madera de buen crítico porque sabía escuchar y hablar con ecuanimidad de voces que le resultaban disidentes. Prefería leer a escribir por eso sólo compuso -era orfebre de poca palabra y frase precisa- tres novelas escasas pero siempre llevaba algún libro grandote sobre el que hablarnos bajo el brazo. Se reía con la extroversión de un dinosaurio y parecía un hombre feliz que comprendía el dolor, o sea un escritor metido en la vida hasta las mangas y no encajonado en ella.

Gracias a Romeo, colaborador de ABC hasta su muerte, al que gustó mucho mi primer libro, Otras alas, me sacaron en el suplemento cultural de dicho periódico una crítica bastante positiva. Se lo agradezco así como que cuando le conté que, aunque iba a escribir otro libro, sentía que jamás podría dejar del todo el Periodismo, me animas asegurándome que no era tan bizarro y que hasta a escritores consagrados como Vargas Llosa les ocurría lo mismo. Ahora tengo entre mis manos, leyendo la noticia de su muerte, aquella edición de bolsillo de La verdad sobre las mentiras, prodigio de periodismo entreverado con literatura, del premio Nobel peruano, que me regaló.

Hasta meses después de acabar el curso en La Casa Encendida mantuvimos contacto por mail, luego me parece que llegó el verano y yo me fui a no sé dónde y cuando acabé otro libro y le escribí, un par de años después, él ya no me contestó y no quise ejercer del inexcusable oficio de mosca cojonera, así que le perdí el rastro aunque seguí leyendo de vez en cuando sus chispeantes críticas de libros.

Jamás he sido heavy pero sé lo que significa todo eso porque nací y crecí en los primeros ochenta en Carabanchel, aunque los años y los barrios más al norte me han ido despojando de lo que allí se me pegó, y cuando vi por primera vez a Félix con sus patillas goyescas y su acento levemente maño creí que era uno de los nuestros. Así de primeras tenía aire de motero macarra y daba un poco de miedo con esa perilla de ángel del infierno y su currículum de encarcelado por insumisión que le llevó a protagonizar un corto de Trueba. Aquel comecuras dogmático que me pareció al principio se me vino abajo en las primeras conversaciones. Tenía una vasta cultura y era un tipo que no juzgaba al parroquiano que tenía enfrente por la ropa ni por la ideología porque tenía las orejas de la curiosidad enormes. Me enseñó cosas tan inútiles como componer palíndromos o la importancia del acné en la literatura de Amis o Bukowski y algo tan útil como leer a Georges Perec y que la mayor fuerza de un narrador es la elipsis.

Si la vejez es un camino de retorno a lo surrealista de la infancia, la muerte en otoño de Félix a una edad mediana donde seguro que si hubiese intuido que iba a dejar de estar lo que más le hubiese gustado es volver a estar, es, como su último libro y las hojas de los árboles en esta estación, amarilla. La parca nos visita por razones que a menudo no comprendemos. Félix se ha muerto de repente, viniendo a la capital para una fiesta, sin enfermedad ni silencio previo a la tormenta, sin parecer jamás, como los moribundos vocacionales, demasiado serio, como para no llenar de gravedad las cosas.

Repaso Dibujos animados, su primer libro, y veo lo que siempre leí en su mirada, un acercamiento a la escritura para sublimar la melancolía de lo que no volverá, intentando, aunque las rocas de la vida le erosionen a uno con la persistencia obsesiva de la marea, cenar, aunque sea en la otra orilla, con el mantel y cubiertos impolutos. El orden cósmico es ajeno a los entresijos de nuestro sainete existencial. Pero ya voy a callarme, a ver si Félix se cabrea y me echa de clase por ponerme estupendo. Sólo espero que encuentre una buena librería abierta allí donde va.

 Iván González

Felix Romeo (David Trueba)

Felix Romeo         (David Trueba)

La pérdida de Félix Romeo es una pérdida enorme. Su envergadura intelectual le convertía en un suceso único. Aspiraba al absoluto, donde cada letra merecía ser leída y cada imagen mirada. Su cabeza era una catedral de conocimiento, que en lugar de apartarlo de la vida, lo unía más a ella, enamorado como estaba de cada detalle. Durante cinco temporadas dirigió La Mandrágora en La 2, abonado al entusiasmo por todo lo que cabía dentro de una revista cultural, desde la última novela gráfica a la más desprotegida exposición, entrevistando con mimo a una lista sagaz de invitados a los que quería escuchar con transparencia.

A lo que fue insumiso Félix Romeo, entre otras cosas, fue al abandono del conocimiento y la cultura, a la desidia por los destellos del arte y la inspiración frente a la victoria que fue cobrándose en nuestro país, en sus mejores años, el dinero y el cortejo a la zoquetería. Muchas de esas derrotas tuvieron lugar en la televisión, colocándonos a la cola de Europa en aspectos que delatan que nuestras carencias no son todas ocasionales ni históricas, sino provocadas con cálculo. Nunca cejó y si le era negado dirigir un programa o coordinar una emisión de radio, en lugar de optar por el resentimiento y la queja, siguió colaborando por poner en circulación los valores que defendía. Sus críticas literarias en el ejemplar suplemento cultural de El Heraldo de Aragón y su mirada a la televisión desde la revista Letras Libres se mantuvieron, hasta el último día, como la rima perfecta entre inteligencia y exigencia.

Félix Romeo defendía una televisión más libre, más abierta, más accesible, que pudiera enriquecer la urgencia empresarial de las concesiones estatales, una televisión que se pareciera a la edición torrencial de libros o fanzines, llena de voces diversas. No le temía al ruido ni a la pluralidad, no le parecía marginal lo marginal ni minoritario lo minoritario. Quería oír, ver y palpar todo a su alrededor, mientras él se sostenía, siempre disponible, siempre informado, como un pilar en Zaragoza para todo aquel que se perdiera en la jungla del desconcierto. Su cabeza era una cabeza que enriquecía este país. Su corazón, ah, amigos, esa es otra historia que no cabe aquí.

David Trueba,  El País, 10-10-2011

Félix (Antonio Pérez Lasheras)

Félix                            (Antonio Pérez Lasheras)

 

Félix lo llenaba todo y su ausencia dejaba un vacío inconmensurable. Sobre todo en las piscinas. Félix era una sirena en un cuerpo extraño, equivocado. Félix amaba el amor y la familia. La suya, sobre todo, pero también las de los amigos. Félix era el tío soltero que todos los niños quieren tener. Siempre venía con algún regalo. Félix sabía lo que le gustaba a cada hijo de sus amigos y sabía regalarles su cariño como si necesitara comprarlo, como un padre separado o un primo americano. A Félix le dolía el dolor ajeno y sangraba por las heridas de todos. Félix sabía pedir perdón antes de necesitarlo y creía en la amistad como otros creen en la vida eterna. Félix era un huracán de luz, un torrente de ideas, un sifón de razonamientos y, a veces, una mina de aporías. Félix buscaba la felicidad, sobre todo la ajena, porque él sabía, como Gracián. que la felicidad es una isla desaparecida en medio de un océano de tribulaciones.

Félix tenía un conocimiento intuitivo de las cosas. Llegaba antes que nadie y sobravolaba la abstracción. Por eso le costaba aterrizar en lo concreto. Cuando los demás llegábamos razonando, Félix se alejaba en su vuelo. Félix siempre estaba más allá de no se sabe dónde, más acá de ninguna parte. Félix fue el hijo que Labordeta no tuvo: le acompañó a cientos de conciertos, le reprochaba cuando algo no le había salido como él creía que debía de salir. Félix cantaba mal, peor que yo (lo que es difícil), pero lo hacía con un empeño y una contundencia similar a un Caruso a punto de estrenar.

Félix teorizaba sobre todo: sobre literatura, sobre urbanismo o sobre la morbosidad del bonito. Pero no cabe duda de que sus opiniones literarias han dejado una honda secuela en su generación y en la posterior a la suya. Félix estaba obsesionado por la literatura emanada de la vida y la vida sacudida de la literatura. Por eso le horrorizaba la literatura falsa e impostada, los cielos y las mentiras. Félix no pertenecía a la Asociación Aragonesa de Escritores. A Félix le encantaba que las novelas hablaran de su ciudad y que Zaragzoza se tuviera un imaginario literario. Félix odiaba el rencor y a quienes utilizaban el poder para lucrarse y trepar. A Félix se le quería como se quiere a un hermano, sin preguntar nunca el porqué de las cosas.

Félix aparecía y desaparecía. Félix fingía estar contento cuando sabíamos que por dentro algo le corroía; expandía alegría cuando más triste estaba. Félix sabía todo de nuestras vidas y nosotros apenas adivinábamos en su semblante qué se escondía en su interior. Felix era ciclotímico y de carácter voluble. Félix era mi amigo y se ha ido. Pero esta vez no volverá. Félix, Félix: esta vez el juego ha ido demasiado lejos. ¡Vuelve ya con una caja de bombones y di aquello de «¿Qué tal, amiguitos?», la broma ya ha durado demasiado! Nuestros hijos preguntan por ti.
 
 
Antonio Pérez Lasheras

Adiós a Felix

Adiós a Felix

Hoy domingo, hacia las seis de la tarde, llega el cuerpo de Félix Romeo al Velatorio Nº 22 de Torrero,  el más grande de todos. 

El entierro será el lunes diez, a las diez de la mañana. 

Félix Romeo In Memoriam (José Luis Piquero)

Félix Romeo In Memoriam     (José Luis Piquero)

Ha muerto una de las personas más cordiales y queribles que se podían encontrar en el mundillo literario español. Cuando ahora pienso en Félix Romeo, le recuerdo brindando, expansivo, jovial. Le echaremos de menos.

Nos veíamos de pascuas a ramos, en esas idas y venidas de la literatura, en Madrid, en Oviedo, en Zaragoza… Conversar con él era una experiencia deslumbrante. Parecía habérselo leído todo y tenía un olfato literario y una curiosidad como he visto pocas. Era también un hombre generoso, que se ocupaba de la obra de los otros más que de la propia. Y era el autor de uno de los libros más emocionantes que haya leído sobre la amistad y sobre la muerte: Amarillo. Leedlo para tener una prueba de su inmenso talento como escritor.

Siempre nos reuníamos alrededor de una mesa, comiendo y bebiendo bien. En cierta ocasión, en Oviedo, yo quería hacerle una entrevista para el periódico en el que trabajaba entonces. Él hizo un gesto que quería decir: “Déjate de entrevistas y vamos a darnos un festín”. A los postres se nos unió Xuan Bello y las horas pasaron tan alegremente que ni Xuan ni yo volvimos esa tarde a la redacción. Casi nos cuesta el empleo pero valió la pena. Estar con Félix era un placer. No querías irte: querías seguir allí, hablando interminablemente.

La última vez que le vi fue en Huelva y fuimos a cenar con Eva Vaz. Félix estaba feliz, enamorado como un loco, con muchas ilusiones. Nos hicimos confidencias como si fuéramos adolescentes. Y brindamos por todas las cosas buenas del mundo. No mostraba fácilmente su parte atormentada. No era impúdico. Él quería ser ese feliz. Ahora comprendo todo.

Un corazón se ha parado y no era un corazón cualquiera. Hoy es un día muy, muy triste. He perdido a un amigo.

José Luis Piquero.

Guinda (Félix Romeo)

Guinda     (Félix Romeo)

Ángel Guinda es una persona extraordinaria. LLeva 25 años siendo extraordinario conmigo: desde que yo tenía 14 años y quería ser Rimbaud. Me abría su casa de Zaragoza, que me fascinaba, y me prestaba los libros de su biblioteca...  Así devoré, sin entender del todo, buena parte de la poesía mundial. También devoré su poesía, ya ligada a Olifante: me ragaló "Vida ávida", dedicado con su letra picuda.

Ángel era generoso con los libros, pero sobre todo con su tiempo, capaz de gastarlo con un nadie como yo, y esa fue una gran lección, que sigo: si hay un amor o un amigo nada hay más importante.

Yo buscaba los libros que él daba por muertos. Libros como "La senda" o como "Las imploxiones".  Eran pequeños tesoros, aunque para él fueran piedras en el riñón, que había que extirpar.

Me encanta la maravillosa risa de Ángel, que es la embajadora de sus ganas de vivir, de disfrutar y de celebrar el mundo. Una vez me contó, hablándome de sus campañas políticas, que en un pueblo le reprocharon que fuera en un deportivo, y él respondió: "quiero la riqueza para todos y no la pobreza para todos".

Con el tiempo he apreciado otras virtudes de Ángel, que entonces no entendía, como el entusiasmo y el trabajo.

Sé, cansado de soportar el cinismo social, y también de contribuir a veces a él, lo difícil que resulta ser entusiasta a partir de una edad. Su entusiasmo por la poesía es maravilloso. Su entuasiasmo por la educación es admirable. Entusiasmo que le ha convertido en el gran poeta que es, capaz de escribir un libro tan hermoso como "Claro Interior".

Ángel ha trabajado sin parar en sus poemas, en sus clases, en sus traducciones, en sus editoriales y en sus revistas. Muchas veces he tenido la sensación de que sus poemas estaban tallados. A la inspiración, sin duda, la ayuda constantemente con la dedicación.

En "Claro interior" todo viene de la vida. Es un libro desnudo que me emociona y que me pone los pelos de punta. Hace unos meses, Ángel nos dio un pequeño susto, porque su salud se desplomó: afortunaddamente, no fue más que un susto.

El susto, creo, le ha venido muy bien a su poesía, escrita para agarrarse a la vida, con el corazón y con las tripas y con  una fuerza increíble. "Claro interior" es un libro bello y verdadero.

Félix Romeo (Publicado en Heraldo de Aragón, Domingo 13 de Enero de 2008)  

Félix Romeo 1968-2011 (José Ángel Barrueco)

Félix Romeo  1968-2011      (José Ángel Barrueco)
Lo conocí en persona hace exactamente dos años; lo conté en este blog. Recuerdo que me preguntó por el estado de salud de mi madre; también me preguntó por ella mediante el correo electrónico. Ahora ninguno de los dos habita este mundo. Su muerte, a los 43 años, nos deja bloqueados, absortos. Recuerdo que se ofreció para ser el maestro de ceremonias si iba a Zaragoza a presentar un libro. Ya lo haremos, creo que le dije. Pero luego la vida pasa y te destroza los planes. Ya apunté que su Amarillo perdurará como un libro de culto y lo mantengo. Gran tipo, Félix.


José Ángel Barrueco

LLorar (Un artículo de Félix Romeo para los lectores de esta página)

LLorar                                    (Un artículo de Félix Romeo para los lectores de esta página)

Llevo un tiempo llorando sin parar. Los martes y los domingos. Y también los sábados. Aunque no se me ve. Lloro delante del espejo y tumbado en la cama. Casi nunca se desbordan mis lágrimas, porque se quedan suspendidas en los ojos. A punto de saltar y agujerear el suelo. Como ácido sulfúrico.

Lloro de emoción en las bodas: en la de Anda Lydia y Óscar y en la de Ánchel e Ignacio y en la de Sole y Óscar. Lloro de tristeza en los entierros: el último, el de Boni.

Lloro cuando debo llorar y también lloro cuando no debo. Lloro de alegría. Y también, de pena, como lloraba cuando niño. Lloro por las guerras, por el hambre y por los huracanes. Lloro cuando me devora la impotencia, claro.

Llevo un tiempo llorando sin parar y de verdad. Lloro y es como si tuviera dentro una brigada de limpieza. Sin detergente. Sin espuma. Sin lavadora. Aunque con centrifugado y secado.

Lloro cuando se acaban todas las palabras. O están tan escondidas y tan alborotadas que no consigo ordenarlas. Lloro en los cumpleaños. Lloro con las canciones y en las despedidas. Lloro después de hablar por teléfono. Y a veces antes.  Lloro cuando me gusta lo que leo. Lloro en el cine. Lloro en las cenas con amigos, donde se brinda y se exalta la felicidad y el tiempo compartido.  Y el tiempo desaparecido.  Loro viendo los talkshows de la tele: esa parte de la televvisión que es ficción fabricada con sentimientos verdaderos. Lloro por lo que más quiero. Lloro por los vesos. Lloro en el verano. Y lloro cuando llueve, que es cuando mejor se llora, como de camuflaje.

Llevo un tiempo llorando sin parar y empiezo a conocer el mecanismo. Primero se me encoge el estómago. Luego se me ponen telarañas en los párpados. Más tarde se me congelan las orejas. Y aparecen las lágrimas que quedan en equilibrio, como carámbanos de sal.  Lloro cuando veo a un amigo. Lloro mirando el paisaje desde el coche.

Llevo un tiempo llorando por todo. Y no lloro como un acto de la voluntad sino obedeciendo a mi cuerpo: de manera involuntaria, incontrolada. Aunque no me atrevo a escribir que indeseada. Lloro y el llanto me parece una extraña ITV de la vida.

Félix Romeo Pescador

(Zaragoza 5 de Octubre de 2005)

Vamos allá (Carlos Castán)

Vamos allá        (Carlos Castán)

No es que el médico le hubiera prohibido conducir del todo: podía ir al centro comercial o a merendar a la sierra, siempre viajes cortos, bien descansado y sin pasar de ochenta. El problema es que nadie se fiaba de montar con mi padre por pequeño que fuese el trayecto. Los momentos previos a los viajes eran tensos porque él era quien llevaba las llaves del coche, colocaba a conciencia los bultos en el maletero y daba por supuesto que conduciría, como siempre, aunque ese siempre, como todos los siempres más tarde o más temprano, había empezado a deshacerse como una pastilla de jabón sumergida en el fondo de la bañera. El problema volvía a ser quién iba a decírselo esta vez y con qué argumentos, con qué piadosos engaños acabaría en el asiento del copiloto, con los ojos llorosos y sin entender gran cosa. Él se ponía solemne: es que ya, si me quitáis hasta el coche, apaga y vámonos; mis hermanas se ponían más dramáticas todavía: desde luego ninguno de sus hijos iba a morir en la carretera por darle un capricho a él, se ponga como se ponga, que se adormece de improviso, que da un volantazo cuando pisa el arcén, que se pone nervioso tras los camiones.

De alguna manera su vida había sido eso, llevaba en la cabeza el mapa de carreteras de España, gasolineras incluidas, de cuando iba a ver clientes aquí y allá. Llamaba por teléfono desde un hotel de Bilbao y a la mañana siguiente ya estaba en la otra punta, comiendo con unos señores de Sabadell, cerrando operaciones, merendándose el mundo. Yo miraba con tristeza sus pies para siempre sin pedales, sus frenazos contra la alfombrilla del coche.

Este verano hemos tenido que ir juntos a la playa. Nunca olvidaré su cara cuando, en el garaje de casa, le tendí las llaves del coche, como si tal cosa, como siempre, como si todavía estuviésemos viviendo dentro de ese siempre que se había agotado. Por un momento pensé que iba a derrumbarse de pura gratitud, pero en seguida se recompuso, buscó en la americana sus gafas sol, ajustó asiento y espejos, dejó a manos sus chicles y sus puritos y arrancó el motor, mientras yo, con el cinturón desabrochado, me iba despidiendo de las cosas y la luz del día, apaga y vámonos, y de un mundo que no era ya el de siempre, cuando todo estaba en orden y mi padre telefoneaba desde el otro extremo de una carretera interminable.

 

Carlos Castán

Zaragoza, agosto de 2011

Vadillo (Daniel Gascón)

Vadillo     (Daniel Gascón)

El caso de Humberto Vadillo, el nuevo director general de Cultura del Gobierno de Aragón, es inquietante por varias razones. En primer lugar, parece indicar que el PP aragonés no tiene a nadie razonable que situar al frente del departamento, o que la formación se encuentra a una distancia astronómica de la realidad. Y también demuestra que la cultura y los profesionales de la cultura se han convertido en un chivo expiatorio.

El PP ha ganado las elecciones y tiene potestad de nombrar a quien considere oportuno. Sin duda hay muchas cosas que corregir en la gestión de la cultura aragonesa, y un cambio después de doce años de gobierno PSOE-PAR puede ser positivo y acabar con inercias y vicios. No creo que la cultura tenga que ser de izquierdas. Me tomo en serio muchas ideas conservadoras y liberales, y me molesta el rechazo automático a la derecha, que puede aportar cosas buenas a la gestión de la cultura.

Pero el nombramiento de Vadillo prueba una vez más que en Aragón el surrealismo surge de forma casi natural: el equivalente sería poner a Lorena Bobbit al frente de una planta de urología. Sus textos demuestran que pertenece a esa ultraderecha española que se ha apropiado de la palabra liberal, pero cuya ideología se parece al liberalismo como una escoba a una pecera. No es un intelectual, es un hooligan. Las convicciones de Vadillo están por encima del consenso científico. Niega la existencia del aragonés, del que existen abundantes testimonios, y tien un oído extraordinario, que le permite distinguir a la primera entre el catalán, el valenciano y el chapurriat, lo que constituye una prueba de que décadas de investigación filológica no tienen nada que hacer ante una oreja divinamente inspirada. Claramente se trata de una mezcla de ignorancia y mala fe, pero es difícil conocer las proporciones exactas.

Al ver su entrevista en Periodista Digital uno tiene la misma duda. Dice que, entre las cavernas y el romanticismo, los artistas vivieron siempre del mercado. Tras un periodo que se salta, pasamos al New Deal en EEUU y a 1946 en Gran Bretaña, cuando, gracias al malvado Keynes, el Estado empieza a subvencionar las artes, junto a otras ideas al parecer malas, como la sanidad pública y la educación pública en vez de una educación privada prestigiosa (que siguió existiendo aunque Vadillo habla de ella como si hubiera muerto). Según Vadillo, desde entonces, a los artistas les da igual que sus obras gusten al público: puesto que tengo cierta experiencia como autor y puesto que conozco a muchos otros autores, sé que eso es mentira. Siempre he visto el libre mercado en la literatura como un lugar en el que puede haber sitio para todos. Los creadores y comerciantes de la cultura tienen opiniones muy distintas sobre muchos aspectos, pero todos aceptan el mercado como una realidad. Todos estamos nadando en Peñíscola y el director general nos recrimina ignorar el Mediterráneo.

En un momento antológico, explica que Miguel Ángel no podría subsistir en nuestros subvencionados días: la tarea sería imposible para un tipo hosco y desapacible como él. Para aceptar los argumentos de Vadillo –que por cierto parece desdeñar el arte de vanguardia- habría que olvidar a los poetas o pintores que estaban vinculados a las cortes y a los nobles, además de los trabajos arquitectónicos hechos para ciudades o para la Iglesia: Las Meninas es un retrato de la familia real. Por el mismo despeñadero lógico, concluiríamos que los escritores de la Unión Soviética, a fin de cuentas, vivían del mercado existente. Resulta difícil pensar que el Antiguo Régimen fuera una economía de libre mercado, o que el patrocinio de aristócratas y nobles fuera preferible al patrocinio de un Estado que representa a ciudadanos iguales ante la ley. Vadillo construye una edad de oro totalmente falsa, como si nos hubiéramos caído de un mercado original. Al contrario: el libre mercado es una conquista y está vinculada con la modernidad y la libertad individual, un elemento esencial para que los artistas reivindicaran su independencia.

Vadillo parece tener poca simpatía por Francia, y en un artículo contra el bobo panfleto de Stéphane Hessel, Indignaos, dice que, además de ese libro, el país vecino nos trajo la sífilis. Es un chiste, y no muy bueno, quizá un poco mejor que su broma de “Marcelino Ovino” para Marcelino Iglesias. No podemos exigirle que sea gracioso, pero, si es lo mejor que se le ocurre decir sobre un país al que debemos muchas de las mejores cosas de la humanidad, resulta francamente desolador. Sin embargo, lo más curioso es que Vadillo propone una excepción cultural a la inversa. Podemos discutir sobre el dinero que deben recaudar los Estados, y sobre si los Estados deben ser mayores o menores. Pero el argumento contra el arte contemporáneo por su elitismo es profundamente demagógico –y pasa por alto que el Reina Sofía, ese museo lleno de cuadros que según él no interesan a nadie, tuvo 2.300.000 visitantes en 2010-, porque todos pagamos impuestos por cosas que no nos afectan directamente, y por cosas que no vamos a disfrutar: me parece bien que parte de mis impuestos vayan destinados a la educación aunque no tengo hijos, o que haya buenas carreteras y asistencia sanitaria en pueblos a los que no pienso ir. Aunque quizá Vadillo no esté de acuerdo, supongo que la mayoría de la gente cree que esas cosas deben existir, pero hay infinidad de ejemplos de sectores que serían inviables sin dinero público: agricultura, deporte, construcción, periodismo, automóviles, actos religiosos. La lista podría ser infinita. Algunas de esas ayudas son discutibles. Sin embargo, los esfuerzos para mantener esos puestos de trabajo nunca se cuestionan. Los trabajadores de esos sectores no tienen que sufrir insultos.

Esa demonización de la cultura se ha puesto de moda en los últimos años. Uno de los grandes perjudicados ha sido el cine español. Un sector marginal pero ruidoso percibe a los creadores como el enemigo, de una manera metonímica, porque las posiciones políticas no son homogéneas, y extraña, porque a lo mejor hay mineros a los que no les gusta mucho un partido político. Entonces se puede acabar con ellos: les convierten en parásitos sociales, en “cineastas y titiriteros”, como dice Vadillo, en privilegiados millonarios que roban al pueblo (y eso se redondea con la izquierda más estúpida, defensora de la cultura gratis). Esa imagen de los profesionales de la cultura es una construcción, es falsa y es una tragedia que aleja a los ciudadanos de una parte esencial del imaginario de su país.

Dolores Serrat debería destituir a Vadillo. O él, que cree que la cultura no debe recibir dinero público, debería empezar por ahorrarnos su sueldo. La única esperanza es que, como ocurre con algunos radicales, el contacto con la realidad le haga replantearse algunas cosas: así, quizá vea que sus ideas son irrealizables y están fuera del contexto de la gestión de la derecha en España y en los países de nuestro entorno, o en Estados Unidos, un país que, pese a sus guerras culturales, siempre ha valorado a sus creadores y ha inventado maneras de potenciar su industria cultural y al que, como a Francia, admiramos entre otras cosas porque ha sabido acoger a artistas y pensadores de muchos lugares.

La inmensa mayoría de la gente que se dedica a la cultura en Aragón son profesionales que intentan vivir de su trabajo dignamente, que generan ingresos y pagan sus impuestos, y que intentan vender su producto en el mercado. Entre ellos hay artistas, escritores o músicos, pero también muchos técnicos y comerciantes. No abundan los millonarios. Existen ayudas y la administración ha sucumbido a menudo a una tentación de control, prefiriendo gestionar cosas que podrían haber llevado empresas y a veces torpedeando la independencia de esas empresas, pero también hay muchísima iniciativa privada, sostenida con esfuerzo, talento y respeto al público. Es un sector económico importante, que debe ser apoyado como otras industrias, y cuando digo apoyado no quiero decir regado con dinero público, sino que la administración debe facilitar las actividades profesionales. Y además de eso, que debería preocupar un poco al director general, la administración debería recordar que la cultura existe y da un valor añadido a un territorio, y es algo mucho más grande e importante que Vadillo o que unos creadores particulares.

Vadillo, el redentor. (Sergio del Molino)

Vadillo, el redentor.   (Sergio del Molino)

¿Me permiten ustedes que distraiga el tedio y la tristeza de este insoportable  midsummer escribiendo sobre la actualidad? Hace mucho que no lo hago y me apetece comprobar si sigo siendo capaz de hilvanar dos ideas con sentido. Además, voy a hablar sobre actualidad local o autonómica, algo a lo que tampoco me dedico con mucha frecuencia ni entusiasmo. Pero la ocasión lo merece.

Mientras en casa vadeábamos ríos de horror conradiano en busca de nuestro particular coronel Kurtz, en el mundo cultureta aragonés estallaba una tormenta de verano de intensidad media. Bien es sabido que el PP ha desalojado al PSOE en el Gobierno de Aragón, que controlaba en coalición con el PAR desde 1999. Luisa Fernanda Rudi formó su ejecutivo con los primeros calores veraniegos y nombró consejera de Cultura a Dolores Serrat, una política bregada y fiel al partido que había sido su portavoz en el Ayuntamiento de Zaragoza durante los últimos años. Serrat debía nombrar a los dos directores generales que gestionan las dos grandes áreas de su competencia: Patrimonio y Cultura. Para el primero, escogió a Javier Callizo, un polémico ex consejero de Cultura bajo cuyo mandato empezó uno de los culebrones más vergonzosos y escandalosos de la historia reciente de Aragón, el del Teatro Fleta: un edificio de altísimo valor arquitectónico y simbólico que fue destruido y en el que se han dilapidado cientos de millones de euros en operaciones turbias sin que, más de una década después, se haya llegado a una solución.

Colocar a Callizo de director general de Patrimonio ya era algo así como poner a Nerón a dirigir los bomberos. Pero el nombramiento que más polémica ha causado ha sido el de director general de Cultura. Para este cargo, Dolores Serrat ha confiado en Humberto Vadillo, un personaje poco conocido hasta ahora fuera de los círculos peperos, pero muy significado ideológicamente.

Hasta aquí los antecendentes para foranos.

Humberto Vadillo es colaborador de Libertad Digital y era muy activo en el mundo de los blogs y las redes sociales. Y es en internet donde la gente ha leído sus opiniones sobre los asuntos que, como alto cargo responsable del diseño, planificación y gestión de las políticas culturales del Gobierno de Aragón, va a tratar y sobre los que va a tener —o tiene ya— poder de decisión.

Como Daniel Gascón ha escrito en un artículo muy medido y razonable sobre el tema, Vadillo es un hooligan, uno de esos personajes a los que ciertas cadenas de radio y TDT nos han acostumbrado en la última década. Hay veces que sus opiniones ni siquiera parecen tales y no pasan de ocurrencias ofensivas o ladridos desentonados. Niega con supuestos chistes la existencia de la lengua aragonesa, y cuestiona, contra toda prueba filológica, que se hable catalán en Aragón, pero lo más importante es que secunda o jalea ese runrún machacón contra los titiriteros. Desprecia a los artistas, a los músicos, a los cineastas y a los escritores, y por sus artículos (¡sobre cultura!) en Libertad Digital se puede deducir que ignora por completo cualquier manifestación cultural contemporánea y que, para él, el arte murió con las vanguardias históricas.

Su forma de despreciar el mundo de la cultura es grosera y altanera, más propia de un taxista o de un legionario retirado que de alguien que aspira a ser tomado en serio en ámbitos de responsabilidad. Y todas sus opiniones han sido expresadas con contundencia y reiteración desde mucho antes de su nombramiento, por lo que los ciudadanos hemos de entender este como una declaración de intenciones por parte del Partido Popular. Como casi siempre, el medio es el mensaje: cuesta mucho creer que Dolores Serrat o Luisa Fernanda Rudi no estuvieran al tanto de las aristas del perfil de Humberto Vadillo antes de proponerle para el cargo que ocupa. Pero, si no lo estaban y aspiran a que los ciudadanos en general y los culturetas en particular nos creamos que van a gestionar la res publica con seriedad, respeto y sentido del decoro, harían bien en rectificar este nombramiento y buscar a una persona competente, razonable y que sea capaz de sostener opiniones fundadas y sensatas sobre las materias que va a gestionar. Seguro que no falta gente así en las filas del partido o en sus aledaños. A mí, sin pensar mucho, se me ocurren varios nombres que serían bien recibidos.

Por otro lado, el nombramiento de Vadillo ha venido acompañado por una investigación abierta al Festival Luna Lunera, sobre el que el PP asegura tener sospechas de varias irregularidades en su gestión. Que se investigue y que se depuren las responsabilidades que hagan falta, por supuesto. Con el dinero público no se puede jugar ni un poco. Pero no deja de sorprenderme que, habiendo tantos frentes posibles por donde atacar, el PP haya decidido empezar por cuestiones culturales de muy poca enjundia. Habiendo aeropuertos sin aviones, empresas públicas de oscuro funcionamiento, asesores muy bien pagados de ignota función y operaciones especulativas a gran escala y más bien turbias sobre las que no se da ninguna explicación, extraña que empiecen a morder por trozos tan periféricos y prescindibles.

Será que les tenían ganas a los titiriteros. Será que han visto llegado el momento de cobrarse su venganza o de dar a sus hooligans un poco de carnaza para que se entretengan un rato. Una parte no despreciable de la base electoral del PP gozará viendo sufrir a esa farándula que se figuran hipersubvencionada, decadente y sodomita. Aplaudirán el castigo a Nabucodonosor y clamarán por una limpieza bíblica y ejemplar.

No seré yo quien defienda sin peros un mundo cultural que, efectivamente, ampara a individuos y prácticas eminentemente corruptas o, cuando menos, parásitas de las instituciones públicas. Creo que es necesario un cambio valiente y profundo en la forma en que el gobierno autonómico (o los gobiernos autonómicos, no creo que haya mucha diferencias de unos a otros) se relaciona con el mundo de la cultura y lo promueve o subvenciona. Hay mucho trabajo por hacer y muchas inercias enfermizas y caciquiles que podar, pero precisamente porque el trabajo es complicado y exige sondas de profundidad, no se puede encargar a alguien que carece de la sensibilidad y las habilidades políticas y sociales necesarias. No necesitamos a un hooligan, sino a personas discretas, competentes y trabajadoras, que conozcan a fondo el terreno que pisan y sepan desactivar las minas que hay en él. Necesitamos artificieros, no bombarderos.

Sólo nos queda confiar en que, pasado el entusiasmo inicial tras las elecciones, el PP se reacomode como el partido convencional y perpetuador del sistema que es cuando gobierna (o cuando lo hace sin presiones). Nos queda confiar en que se rindan a la realidad y que esas mismas inercias se acaben imponiendo a los ladridos de quienes nos quieren salvar de nosotros mismos. Porque yo sigo prefiriendo un sistema corrupto, imperfecto y perfectible que una utopía diseñada por redentores de espada y puño en la mesa.

MEMENTO MORI (Óscar Sipán Sanz)

MEMENTO MORI     (Óscar Sipán Sanz)

Todos los días hacía el mismo recorrido y allí, en ese punto del camino, no había ninguna tumba. Era una cruz de piedra tosca, sin basamento, con un sencillo epitafio: De un tiro aquí murió la Chana (2006-2008). Como homenaje a un animal de compañía, probablemente una perra, me pareció esperpéntico. Esos seis kilómetros de subidas y bajadas, atravesando un bosque de hayas y cruzando un río, entre el ulular del viento en las copas y una vegetación asfixiante, formaban parte de mi disciplina diaria: corría para escapar de un temario insufrible de oposición. ¿Funcionario de prisiones? Tú lo que quieres es cumplir el sueño erótico de todo hombre: convertirte en el carcelero de una prisión de mujeres, se burlaban mis amigos. Pero yo no sería reponedor de supermercado toda la vida.

A la semana siguiente, una nueva tumba acompañaba a la de la perra. Aquí yace Miriam Santolaria Urtaín, ahogada en un estanque por vanidad (1985-2008). Cuando leí la necrológica en el periódico, decidí cambiar la ruta para siempre.

Pero el día en que salieron las listas y conseguí la plaza de funcionario, con la adrenalina de un atleta llegando el primero en unas olimpiadas y, al mismo tiempo, con esa tranquilidad de futuro resuelto, me dejé guiar por el instinto. El bosque estaba muy silencioso. Un sudor frío, precedido de un bisbiseo en el aire, me anticipó la desgracia. Quedé paralizado ante una nueva tumba: Aquí yace Oscar Sipán Sanz, eterno opositor (1974-2008).

Paso las horas vagando por los alrededores de mi tumba, pidiéndole a Dios que me despierte de esta pesadilla, sin alejarme jamás de lo único que me ata a la vida.

Escombros (Joan Gonper)

Escombros     (Joan Gonper)
 
He tomado vermouth con Antonio Pérez Morte, ya no en la Plaza Mayor de Salamanca sino bajo el cielo cercano de Toledo, entre combates con hormigas, las formas femeninas del Tajo haciéndose remolón por tu tajo de Sabiñanigo. Porque, ahora, después de meses de trashumancia leo "Escombros" en la tranquilidad, sin distancia, contagiado por la amistad, soñándote desde hace miles de siglos, mientras te encuentro entre aljibes de memoria.

Antonio Pérez Morte en el blog de Inde

Antonio Pérez Morte en el blog de Inde

Escribe Antonio Pérez Morte en su último poemario:

Terrible, reencontrarse
después de tantos años y silencios.
Cruzar unas palabras como extraños
y hablar del tiempo.

Terrible reencontrarse.
Seguir profetizando sobre el agua,
el sol o el cierzo,
que nunca truncó nuestros proyectos.

En los últimos años he perdido tres amigos: uno murió y los otros dos se han retirado, furiosos, de mi vida. Me duelen mucho las tres ausencias, las tres me han hecho mucho daño.

Pero qué terrible es, exacto, la situación que describe el poema: descubrir, como si fuera algo trivial, que has de contabilizar una nueva pérdida…

Escombros, se titula el libro de Pérez Morte.

 

Marisancho Menjón

El trajín de las banderas (José Luis Melero)

El trajín de las banderas   (José Luis Melero)

Siempre cantábamos el Canto a la libertad con las manos entrelazadas. Un día fuimos todos los amigos a un concierto del abuelo en el Teatro Argensola. Era el año 1977. Iban a grabar ese concierto en directo y más tarde se editaría un disco con aquel recital. El disco se llamó naturalmente Labordeta en directo. Éramos tan jóvenes que duele recordarlo. Aún no se había fijado por ley cómo iba a ser la bandera oficial de Aragón y nosotros, los locos aragonesistas de entonces, impacientes y necesitados de símbolos, nos habíamos adelantado al legislativo y nos habíamos confeccionado ya nuestras propias banderas sin encomendarnos a Dios ni al diablo: colocamos la cruz de San Jorge en el lado de la izquierda y a continuación le cosimos la cuatribarrada. Mi amigo Nacho López Susín llevaba una de esas banderas que ondeaban en aquellos primeros recitales de Labordeta. Hay constancia gráfica de ellas en algunas fotografías publicadas por esos años y en el propio disco de Labordeta en directo, en el que salen reproducidas. Cuando ese día llegó el momento del Canto a la libertad, con el que siempre José Antonio cerraba por entonces los recitales (que indefectiblemente abría con Aragón), tuvimos que dejar nuestras aparatosas banderas para cogernos las manos. Total que, entre unas cosas y otras, entre tanto trajín, uno de los amigos que tenía a mi lado no sé qué hizo con la dichosa bandera que acabó arreándole con el palo un buen golpetazo al señor que teníamos delante. Se volvió con cara de pocos amigos. No parecía en verdad uno de los nuestros. Luego nos enteramos que era uno de la policía secreta. Por algún sitio estaremos, nosotros y nuestras banderas, en el informe (esta vez casi de vexilólogo aficionado) que redactara ese día aquel policía. Qué tiempos… No sé ni cómo hemos salido medio normales.   

 

José Luis Melero

(Publicado en el libro Canto a la libertad. Un himno para un pueblo. Zaragoza, 2011)

 

Hemorragia en el tejado del cielo de mi casa (Javier Corcobado)

Hemorragia en el tejado del cielo de mi casa      (Javier Corcobado)

Querida majestad: 

Nunca me has observado. Nunca me miraste. Jamás me has visto. Soy una mujer de 40 años que miento sobre mi edad entre veleidosas convulsiones. Me dirijo a tí porque Dios ya está jubilado y no atiende a mis peticiones. Tampoco le doy nada ya. Mi soledad hoy es un glaciar negro y tú eres mi único recurso. Pongo toda mi confianza en ti. Te presento aquí, en esta carta, unas pinceladas de sangre, que te aproximarán a mi vida: 

Mi momento es turbio, más aún que la adolescencia, esos restos de mutilación que se inyectan en la historia del ser humano hacia los quince años. 

Por aquellos días volaban los buitres como carne muerta alada, hambrienta de carne muerta estática. Llegaban los hombres a mí, casi siempre, de manera anal, porque mi abuelo de éllo sacaba su sueldo para que pudiésemos vivir. Mi abuelo y yo, en un coche, trabajábamos las carreteras de España, los hostales de camioneros. En fin, yo era prostituta especializada en camioneros. El primer encuentro que tuve con el sexo fue con uno de ellos, uno rubio, joven y guapo. No se desnudó ni me acarició. Dejó intacto mi himen, pero me metió una navaja de veinte centímetros por el culo. Ocurrió en un pegaso blanco vacío de carga, a las diez de la mañana de un abrasador día de verano. Esa fue también la primera vez que ingresé en un hospital. Tuve suerte. Anduve muy cercana a la muerte. Perdí mucha sangre pero no vi ese túnel ni esa luz de la que hablan los que vuelven de morir. Solo vi a Jesucristo bajar de la cruz; quitarse el taparrabos y hacerse una paja que terminó en eyaculación de confeti de reyes gitana. Siempre me adoraron los gitanos; decían que tenía piel de perpeló. 

Maté a ese cerdo güero de ojos azules que me rajó por el esfinter de aquella triste manera. Le coloqué un tiro en la boca y otro en los huevos con un viejo Colt 45 semioxidado que guardaba como diamante mi abuelo. 

Mi abuelo siempre me quiso con locura, me llamaba muñeca; él me enseñó todo lo que sé, y nunca me puso la mano encima. ¡Cómo le quiero! Todos los 11 de abril voy a besar su tumba. Nunca le guardé rencor por ejercer de proxeneta conmigo, al contrario. Era tierno como tallo de amapola a la vera de la vía del tren. Le recuerdo con todo mi amor, y cuando evoco su imagen noble, deseo que el cielo sea mi corazón. 

Me dediqué a la ruta de los camiones durante años, hasta que cumplí los 20. Aprendí todo lo que la aventura de la vida puede enseñar; lo ominoso y lo maravilloso, pero en todo ese tiempo no me enamoré de nadie que no fuera mi abuelo. 

No hay dos tipos de hombres. Los hombres no se pueden dividir; sólo hay un tipo de hombres: los que mueren. 

Bebía mucho en aquella época de puta de carretera. Solía tomar combinados. Todas las combinaciones que pueden hacerse con la ginebra, el vodka, el whisky, el ron y el vino. Iba con una minifalda negra de cuero tan corta que hasta en posición normal se me veían las bragas. Era guapa y tenía los pechos grandes y duros; se los enseñaba a cualquiera que me lo pidiera. Siempre me gustó parecer más alta de lo que soy, por eso usaba tacones. Huesos astillados que atraviesan el corazón del hombre cuando su deseo anochece. Hoy estoy descalza, porque es otoño en mi vida. Solía ir a las discotecas a mover las nalgas para provocar peleas. No había cosa más excitante para mí que ver fluir la sangre de un tipo al ser golpeado por otro, aunque siempre acababa follando con el ganador. El boxeo es la demostración pública de la escondida homosexualidad de los hombres, su acto sexual disfrazado de deporte. Bailaba a Sister Sledge y me emborrachaba hasta caer al suelo. Hice eso durante años. Al final la cosa degeneró mucho. Me gastaba todo mi dinero bebiendo e invitando. Así que cuando ya la esquizofrenia del alcohol se cebaba en mí, llegaba a cometer atrocidades que no me atrevo ni a contar. Bebía vasos llenos de pis. Le pedía a la gente que meara en mi vaso y lo hacían. Tenían un ataque de risa cuando veían que me lo acababa de un trago. A veces vomitaba, otras no. En alguna ocasión era yo la que jañaba en la copa. 

El cielo rosa y las nubes rosas de los amaneceres llenaban de alegría mi alma. Contemplaba completo el desfallecimiento del alba, y entonces las lágrimas irrumpían en mis ojos. Y al aparecer el sol por el sereno horizonte, se formaba un arcoiris de lágrimas. Lloraba de belleza. Siempre lloré por eso, nunca por otra cosa. 

A los veinte años me casé con un chaval de dieciocho, adicto al speed-ball de cocaína, speed y heroína. Ahí terminó mi carrera de coscolina de camioneros, y empezó mi etapa de esposa -ama de casa- yonqui. Dejé de trabajar porque mi marido lo quiso. Al principio me llenó de orgullo, pero al cabo del tiempo vi que nos deslizamos hacia el infierno de la miseria por un tobogan impregnado de aceite a la velocidad del amor. Mis ángeles tienen una factoría de arcos y flechas, pero en realidad es la tapadera de una red de traficantes de besos. Mi ángel de la guarda era el único en quien podía confiar, pero murió hace trece años. Mi marido aún vive. Consiguió dejar las drogas y ahora es subdirector de una empresa de venta de ordenadores. Yo jamás logré apartarme de las drogas ni del alcohol, creo que nunca lo intenté en serio. Amo mis adicciones porque son mis cremas interiores de belleza eterna. Soy una puta que leyó bastantes libros en una época en la que me tocó pasar una temporada en la carcel por sedición. Siempre supe escuchar. 

El recuerdo mas hermoso que guardo de mi ex marido (hace mucho tiempo que no le veo) es el de aquella frase que me dijo una noche, totalmente ciego, a la orilla del mar Mediterráneo,con las estrellas bailando a San Vito, con la luna hinchada de fulgor y la arena haciéndome cosquillas en el coño: "Estás preciosa con las medias rotas, los tacones rotos, y tan borracha que podría robarte, sin que te dieras cuenta, hasta el corazón". Realmente estaba drogada y ebria, pero jamás se me olvidarán aquellas palabras en susurro mezcladas con la brisa del mar, palabras que en el laberinto de mis huellas dactilares se perdieron por siempre en mí. Recuerdo aún con emoción el suave tacto de su piropo en mis dedos. Esta dulzura no era habitual en él. Se pasaba el día en casa sin hacer nada absolutamente. Dejó el trabajo y, por supuesto, tuve que empezar a trabajar de nuevo en lo único que sabía hacer hasta la fecha. Acudí a mi abuelo para pedirle que nos volviéramos a asociar, pero le encontré enfermo de cáncer y de amor por los recuerdos. Murió al poco tiempo. ¡Qué desierto de tristeza me invadió! Casi no pude soportarlo, pero ni una sola lágrima de mis ojos brotó. Su epitafio dice así: "Me cago en mis muertos. Amén". 

Un gran tipo, mi abuelo, el amor de mi vida. 

No hubo más remedio que ponerme a trabajar por mi cuenta fuera del circuito de los bares de carretera, porque sin la protección de mi abuelo estaba perdida. Empezé en la calle Desengaño. Tenía un amigo saxofonista que vivía por allí, y él fue presentandome a la gente adecuada. Apenas tuve problemas en aquella época, además tenía a los negros cerca para conseguir caballo. Bolsas de plástico bañadas en saliva de oro, que al desplegarse, ya vacías de la ilusión celestial, se tornan en paracaídas diminutos, parche para las cicatrices de la basura del alma. Un reloj en la esquina que siempre marca la sempiterna misma hora, y un barco encallado donde viven las condesas de las ratas y los duques espectrales del ruido, de la sordidez quieta, sangre helada de un mundo que está pidiendo a gritos de caricia el apocalíptico bombardeo último de los pétalos blancos de la muerte y una cuna con sonrisa de estrellas. Las margaritas nos hablan del amor, pero siempre hacemos trampas con las margaritas; hay una hoja que contamos o no contamos, y siempre dicen: "me quiere". La heroína es así. Y la ginebra una princesa. 

Voluntad, no existes, y Dios, como ya dije está jubilado, es inútil. Tú, mi rey, eres la unica esperanza que me queda, por eso he tenido la osadía de dirigirme a tí, contandote un poco de mi historia, para no serte totalmente desconocida. 

Los años van pasando y mi juventud se acaba. Eso es lo peor que puede ocurrirle a una mujer: tener consciencia de su fugitiva belleza. Buen horror. También cruza mis pensamientos mi ataud, mi garabuy, y el crepúsculo de los dioses del cine en mi infancia: un escritor de guiones, ahogado, flotando en la piscina de una vieja estrella del cine mudo. La hermosura se me va, y quiero que se reencarne para que sea eterna. Rey de mi cielo y de mis súplicas, quiero tener un hijo. Quiero tener un hijo para perpetuar la esencia del arcoiris de lágrimas. Sólo tú puedes ayudarme. Este es el objetivo fundamental de esta carta. Has de saber que en aquella mañana aciaga con el joven camionero rubio, me quedó destrozado un ovario por el navajazo. Y un tiempo después me descubrieron en el otro, que yo suponía sano, un quiste, que al cabo de unos meses, terminó con el. 

Rey de mi alma, como esclava tuya que soy, te pido humildemente que te apiades de mí. Como ves no puedo tener hijos por mí misma. Y estoy arruinada, no tengo recursos. Te demando un milagro, porque yo sé que eres el sustituto de Dios en la tierra ahora. Rey mío, haz que un hijo surja de mis entrañas. Yo sé que el dinero todo lo puede. He leído cosas increíbles en periódicos, avances espectaculares en la genética. Y si ningún metodo científico lograra el cumplimiento de mi deseo, por favor, cómprame un niño con dinero de las arcas del Estado para así hacer que la beldad aceitosa de los mares cubra la tierra para toda la eternidad. Te ofrezco a cambio un hechizo que hará que todos los inviernos nieven pétalos en el día de Navidad. 

Javier Corcobado

 

LA POÉTICA DE RILKE EN SUS PROPIOS TEXTOS (Óscar Portela)

LA POÉTICA DE RILKE EN SUS PROPIOS TEXTOS  (Óscar Portela)

Si sólo en imágenes habita el hombre, en el espíritu, que ata al hombre a la totalidad, se hallará también lo salvador. La mirada del poeta deberá ser de tal modo que pudiera ver aún en lo terrible y en apariencia sólo repulsivo lo que Es, y que también tiene importancia con todo el resto de lo existente. "Así como no se admite elección alguna, tampoco se permite al creador que se aparte de ningún ser existente: un solo rechazo - afirma R. M. Rilke, y es menester escucharlo sobre todo hoy -, en cualquier momento lo arroja del estado de gracia, y lo convierte irremediablemente en pecador ("Cartas a Cézanne") y también enfatiza: "Acostarse con un leproso y compartir con él todo el calor de uno mismo hasta la calidez del corazón en las noches de amor: es necesario que eso haya sucedido alguna vez en la vida de un artista como superación hacia una nueva beatitud".

Esta beatitud es una nueva manera de comunión entre hombre y mundo, no un relegarse místico en las entrañas de un absoluto allende el habla y las apariencias. "Ah, canta ditirámbicamente Rilke -, nosotros contamos los años, y hacemos divisiones aquí y allá; acabamos y comenzamos y vacilamos entre lo uno y lo otro. Pero hasta qué punto es uno todo lo que nos sucede, cuánta relación hay entre una cosa y otra; surge y crece, y va hacia sí misma, y nosotros en el fondo sólo tenemos que estar aquí, pero simplemente, pero con empeño, como la tierra que consiente las estaciones, clara y oscura, y totalmente inserta en el espacio, no anhelando descansar sino en la red de los influjos y fuerzas en que las estrellas se sienten seguras" (Cartas a Cézanne).

Y así llegamos a ver en la muerte no la duplicidad ontológica que mancha todo ente y la percepción de todo lo real, sino "el lado de la vida que no se halla vuelto hacia nosotros y que nosotros no iluminamos"; es preciso - insiste Rilke en una carta al conde von Hulewicsz -, que tratemos de realizar la mayor conciencia de nuestro existir, que se halla en los dos ilimitados dominios y se nutre inagotablemente de ambos. La verdadera forma de la vida, y la sangre del más amplio circuito, corre a través de ambos; no hay un más acá ni un más allá, sino la gran unidad, en la cual los seres que nos rebasan, los "ángeles", encuéntranse en su morada. Y ahora, la posibilidad del problema del amor en este mundo, ampliado así por su más importante mitad, total al fin y a salvo".

En otra parte concluye Rilke esta afirmación: "Fortalecer la confianza en la muerte desde las más hondas alegrías y magnificencias de la vida y a la misma muerte, que nunca fue algo extraño, y ajena, hacerla de nuevo como a la callada cosavedora de todo lo que vive, más reconocible y palpable": ("Epistolario Español").

Y ya en el vislumbre de la total unidad donde todo instante conlleva en sí la impronta de lo eterno porque pertenece a la totalidad del Ser, Rilke escribe: "Este ligero estar ahí de un hombre, de un viviente, sobre la cara de la muerte, es como el hechizo de aquel poema griego en que dos amantes intercambian sus vestidos, y así confundidos y trasmutados se abrazan cada uno en la envoltura y en el calor del otro". ("Epistolario Español").

Suprimidos los dualismos de la diferencia ontológica, preparados para recibir a los muertos que viven en nosotros, podemos también advertir: "tensa y animosa, sin prisa, la estrella cayendo a través del espacio de la noche, era como si cayera al mismo tiempo a través de mi interior", y en otra parte escribe también: "la llamada de un pájaro, sobre la cual yo tuve que cerrar los ojos, son simultáneamente en mí y fuera de mí como en un espacio único e indiferenciado" ... Al fin, encontramos el alma de Orfeo, padre del poema, origen de lo invisible que se encarna y rehuye eternamente lo visible. El, es el Dios de la transformación y su canto (el canto del poeta) es la reunión de todo lo que ES.

Por eso pudo Rilke escribir en los "Sonetos Orfeos": "Canto es existencia". El canto es la fuerza pura que atrae todo ente en pos de sí, hasta la noche del desamparo sagrado; así lo afirma Heidegger cuando dice: "El canto ni siquiera necesita imitar lo que hay que decir. El canto es el pertenecer al todo de la recepción pura. El cantor es atraído por la corriente del viento del inaudito medio de la naturaleza plena. El canto es él mismo: "Un viento" (Sendas perdidas - Trad. Rovira Armengol). Rilke es, en este sentido, el único poeta órfico de nuestra edad. Orfeo representa la necesidad de que todas las cosas desaparezcan: "¿No es demasiado si el vaso de rosas a veces sobrevive? / ¡Oh! ¿Cómo no comprenden que le es preciso desaparecer?" (V S. de Orfeo). Mas; "por encima del cambio y del movimiento / más vasto y más libre / perdura aún tu preludio. Dios que empuñas la lira".

El ángel donde se opera la transformación de lo visible en invisible es vástago del Dios de la lira, que fundió en su canto redentor los reinos de Dionisos y Apolo; lo invisible e inmensurable y el ámbito mesurable, que hace al aparecer de cada ente en su ser. La lira de Orfeo es la música del Dios que hace mover los mundos; el canto, es la ley más profunda de todo lo que existe. Orfeo es de este modo, el poeta de lo abierto en donde el divorcio contra todo lo que es, queda superado en la "reminiscencia inversora", donde la muerte es: "'La ley ("gesetz"), así como la sierra ("gerbirge") es la unión de las montañas ("berge") es el conjunto de su estructura": (Heidegger - Sendas perdidas).

No puede dejarse de lado la afirmación de Blanchot de que Orfeo convierte el movimiento de morir en movimiento infinito y posibilidad infinita de seguir muriendo en el interior de lo que es, por lo cual se regresa eternamente desde el no ser al ser. Por fin el hombre se ha convertido en pastor y guardián del ser contra el elaborar objético y su medida; la caducidad de todo ente y de todo el mundo sujeto a la representación y a la conjunción de lo "realizable del elaborar y lo objético del mundo". (Heidegger).

"Para nosotros -dice Rilke-, es grande ser flor". Su itinerario se remonta constantemente a las faldas del monte Kaukaión. Como Orfeo, Rilke, va en busca del amor (Eros es más antiguo que cualquier otra divinidad) y por él cruzó de lo visible a lo invisible: "Tal como somos nosotros, los fugitivos, pasamos sin embargo, por entre las fuerzas perdurables para cumplir un cometido divino"; también para salvar al todo de la noche del mundo (el corto día de la técnica) acudió a la revelación de la palabra poética que es cura por la luz: Orfeo o Arpha: de "aquel que cura por la luz" (Edouard Schure); hablar así es ya una transparencia gloriosa, dice Blanchot en "El espacio literario".

Como Orfeo, Rílke se convirtió en su propio canto, haciendo de la naturaleza la trascendencia misma, la unión de todas las cosas en el país de los hiperbóreos y el camino que conduce al templo de Delfos: "Almendros en flor, la única tarea que podemos realizar aquí es la de / reconocernos, sin el menor resto de duda / en la manifestación de lo terrenal". (Epistolario Español).

A partir de Holderlin, de Rilke, de Nietzsche, es posible pensar hoy el significado de esta frase: "No hay nada nuevo bajo el sol sino lo antiguo en el inagotable poder de metamorfosis de lo inicial . . ."La historia es acontecer (advenimiento) (ankuft) de aquello que no ha dejado de ser, y nada sino esto, viene a nosotros": (Heidegger -Principios del pensamiento.).

Sólo por ello podemos nosotros cantar con Rilke en medio del corto día de la técnica: "La existencia aún reserva encantos; en cien lugares está todavía en sus comienzos / un juego de fuerzas puras / y a las cuales nadie toca a menos que se arrodille y venere". (XX - S. a Orfeo).

La veneración del poeta sólo se dice celebrando; la celebración del poeta, es el fundamento de un originario acordar, tomar medida de lo que es (el ente), la celebración es el cofundamento que recibe el mundo en cuanto tal y su correspondiente hábitat; la celebración es el corresponder del hombre a la libertad como fundamento; es el libre claro de lo abierto en donde luz y sombra juguetean libremente recreando de este modo, eternamente, el mito y la génesis del poetizar y devolviendo al hombre, el cetro de una nobleza verdadera: el antiguo poder de desaparecer para que lo invisible y lo visible, el tiempo y la eternidad, se funden en la belleza de una rosa. La misma, por supuesto, del epitafio de Rainer María Rilke, por todos conocido.

Óscar Portela

Langostinos (Manuel Vilas)

Langostinos    (Manuel Vilas)
Me dan pena los langostinos. Y no miento, es así. Vengo del Hipercor y hay miles de langostinos en exposición: en cajas, congelados, frescos, de todos los tamaños. Está el langostino tigre y el langostino salvaje y el langostino extra y el langostino XL. Las cigalas, las langostas, y el bogavante son la aristocracia del mar y hay muy pocos a la vista. Los mejillones y las gambas arroceras son el proletariado del mar, los exponen amontonados. Pero el langostino es la clase media. De ahí que triunfe en las pescaderías. Los españoles le hemos declarado la guerra al langostino. Y luego están los carabineros, que son langostinos armados. Imagino que hay más langostinos en los océanos que langostas y cigalas. Me parece el langostino una especie honrada, trabajadora y decente. Veo unas cigalas que valen 70 euros el kilo. En cambio, veo unos langostinos tigre por 14 euros el kilo. Los mejillones siempre están tirados de precio. Y las sardinas están tan tiradas de precio que ni las exponen. Hay una jerarquía marítima. Los percebes valen un riñón, y aquí la comparación me parece pertinente. A cada langostino que me como le asigno un nombre: Pepe, Mariano, Ramón, Jaime, Luis, Roberto, Manolo. Así me los como más tranquilo. Me chupo la cabeza de los langostinos con amor a todo lo creado, qué menos. No me gustaría ser un langostino en estas fechas. No me creo que los langostinos vengan del mar. No los veo entre las olas. Me parecen seres ficticios, creaciones biológicas de las Navidades, ecuaciones rojas del capitalismo festivo.
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M.V., "Heraldo de Aragón", 28-12-10.