Joan Gonper escribe sobre Escombros
MOLINOS EN LA CABEZA
Escombros
JOAN GONPER. ED. CELYA
He tomado vermouth con Antonio Pérez Morte bajo el cielo mismísimo de Toledo: entre correrías de hormigas, por el laberinto. Subimos y bajamos por donde las formas femeninas del Tajo, haciéndose remolón él por su atajo de Sabiñánigo. Vinimos en dar donde un cementerio de animales para pasar pronto hasta el barrio de Covachuelas, pues deseaba mostrarle donde naciese el escultor Alberto Sánchez en la calle de la Retama. Llegó porque, ahora, después de la trashumancia dimos en leer su última obra “Escombros” en la tranquilidad, junto a él y sin distancia y a pesar de ella, contagiándonos por los sarpullidos de la amistad, soñándole como desde hace miles de siglos, mientras le encuentro entre aljibes de memoria donde las palabras, donde los versos, siempre cual jaculatoria de oración menuda musitada en mitad de una de estas noches infinitas, como dijo J.A. Labordeta en su jardín de la memoria. Todo esto cuando los políticos se llegaron de vacaciones para tocar el badajo de la Campana Gorda. Fue cuando me vino aquí el poeta de Sabiñánigo.
Sólo desilusión nos queda a estas alturas de la vida, musita. Y añade: el recuerdo obsesivo del continuo sangrar de la utopía, del hombre en cenizas que agoniza. Buen libro, buen poeta, y grande el poeta. Se anticipa a los momentos del vendimiario y a su después. Es premonitorio. Tan solo desilusión, escombros, ruina. Tan solo soledad y una verdad; hemos paseado en Toledo. Vinimos por el claustro de la catedral, donde el horno milenario, un carro viejo, un microondas laboral, restos de andamios y las imágenes sacramentales del suegro de Goya tintándose reblanqueadas en la pared del claustro, bajo balconadas de piedra escritas por grafito escolar. Junto a Antonio Pérez Morte fue un espejismo.
Es preciso destruir un error acerca del alimento de los presos. Y le digo de estos nuestros políticos presos al cargo, abocados a la rutina de separarse cada día, y cada vez más, del pueblo que los eligió en la urna para esa prisión de la que no desean escapar. Deberíamos alimentarlos según la medida de su apetito. Sí, pero su apetito es desmedido. Pues quítenles la barra libre de sus perennes bodas de Camacho y pónganles a yantar media ración de carcamusas dos días por semana para que a través de su apetito creciente estimulen la necesidad de ganarse el pan con el sudor de su frente como hacen las clases laborales más laboriosas. Y no tanta gratificación contractual. Y erradiquen los licores fermentados al que se dan sin moderación, que han de entrar en razón una vez que han perdido la sensibilidad social y se alejan hacia el precipicio de lo dictatorial a través de las urnas.
Volvemos al paseo toledano; a los detalles por las calles para ocultarnos del calor. De la Plaza Mayor de Salamanca siempre se dijo que una guadaña cortaba la cabeza a todo aquel que osaba levantar la testuz. Aquí, todavía no lo sé. Quizás es un péndulo demoníaco que se suelte libre en cada noche desde donde los cobertizos. Pierde el bozal y se da a la dentellada. ¿Se come a los políticos? No hay un orden. En la conversación pasamos del asesinato de Facundo Cabral a las imágenes quijotescas del quijote Javier Sánchez Rubio, el pintor de Mazarambroz y Cobisa, mientras el arqueólogo Javier Marañón López continua con las explicaciones catedralicias, los hallazgos, las humedades, portones desvencijados, ¿quizás un cortometraje con Cayetana Guillén Cuervo donde Tristana?
Antes de irse Antonio, aquí y allá miramos los entresijos de Pérez Galdós, aforismos escritos sobre la cárcel de la piedra; y vimos. Y al irse, la cicatriz en sus palabras: Solo queda esperar el milagro de perder la razón y volverse masoquista para gozar el dolor que cada día nos brinda. Y porque si el mundo es redondo, no sabemos qué es ir adelante.
Joan Gonper, Editor de Celya
(La Tribuna de Toledo, Toledo, 9 de Septiembre de 2011)
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