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Antonio Pérez Morte

Noches en blanco (Antonio Pérez Morte)

Noches en blanco         (Antonio Pérez Morte)


           Entre el insomnio y la narcolepsia, sigo sin poder dormir como quisiera, o como el cuerpo me reclama, que es peor, así que me levanto de madrugada,  para buscar entre las cajas de mi estudio, alguna prueba que me lleve a encontrar el motivo de esta vigilia:  quizá una pista en la primera foto que aparece, la de ese niño de abrigo abotonado que da de comer, boca-pico a una paloma y que Francesc Catalá Roca captó en Las Ramblas de Barcelona en 1953.  No, no soy ese niño, ni tampoco el arlequín en el que intuyo, desdibujado, el rostro, casi infantil, del poeta Leopoldo María Panero.  

 

       Agustín García Calvo  reaparece, después de tanto tiempo, para sentenciar un claro “No al futuro”.  Claro que mi eterno profesor fue hijo predilecto de  aquel levantamiento de Mayo del 68 y yo, por entonces sólo era un  niño pequeño y hortera que cantaba de memoria, como tantos otros críos, aquel gran éxito de Massiel en la única televisión de España, ajeno a la polémica previa con Serrat. Otro Agustín, otrora menos sabio y más cercano me devuelve a los ecos eternos de Buñuel y la Historia maravillosa, siempre llena de  historias, de nuestro cine, pero tampoco Agustín ni don Luís tienen la culpa de nada. 

 

        Los cuentos de Carlos Castán, tan asumidos como si fuesen propios, ya  no me duelen, siempre los llevo al día  y además no sería fácil tener cuentas pendientes con una persona tan entrañable como Carlos.   De repente Verdejo, Javier Verdejo, eternamente extraviado entre las páginas más oscuras de la transición española y dispuesto a morir de nuevo, con las manos manchadas de tinta; mientras otros miembros, incluso de su propia familia, se lavan las suyas, para desvincularse  de los sueños revolucionarios, de las esperanzas y siglas hacia las que siempre sintieron tanto rechazo y tanta inquina.

  
         Los panes compartidos de Pablo Serrano, nos ayudan a pasar el trago amargo del dolor  y  a saborear la guinda agridulce de esa duda, que como nos dijo en su día  Antoni Tápies  es  el camino más próximo al acierto.   Habrá que dudar, dudar todo lo que haga falta, cualquier cosa antes que el camino de la estupidez improductiva…  y no hay mayor estupidez que la de seguir en pie, levantado, acumulando cansancio a ese sueño que tarda en llegar, que desconozco y que podría liberarme para siempre de  tantas noches en blanco.

 

  Antonio Pérez Morte

 

 

 

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