La dictadura de la inmediatez (Pablo Urbiola)
Los medios de comunicación se han empeñado en narrarnos la actualidad en riguroso directo a través de las redes sociales: el “minuto a minuto” de la reciente huelga del Metro de Madrid, los dimes y diretes del debate sobre el estado de la región o las fotografías de las primeras inundaciones veraniegas. Todo tiene que ser contado en el preciso instante en que está ocurriendo. Y no conformes con hacerlo a través de Twitter, donde los mensajes de unos y otros se mezclan en una marea de constante actualización, algunos diarios como El País han abierto redes sociales propias donde sus periodistas nos informan de los últimos hallazgos informativos al mismo tiempo que ellos los van conociendo.
A esta moda, que prima la inmediatez sobre cualquier otra cualidad, se han sumado con fervor empresas, partidos políticos, organizaciones sociales y cualquier otro sujeto interesado en difundir sus mensajes. ‘Tuitean’ para mantenernos al corriente de su actividad en “riguroso directo”, dos palabras sagradas en esta nueva dictadura de lo inmediato.
Unos días atrás, mientras en Rioja2.com seguíamos en directo el debate sobre el estado de la región a través de Twitter, me preguntaba cuántos internautas estarían siguiendo nuestros comentarios. ¿Cuántas personas tienen tiempo, capacidad o ganas de pegarse a una pantalla para no perder detalle de lo que está ocurriendo? Desde luego, muchas menos de las que prefieren leer un resumen horas después, con la información seleccionada y jerarquizada, resultado del trabajo periodístico. A veces, quienes ensalzan las redes sociales y las señalan como camino de futuro para el periodismo, olvidan el valor del tiempo como bien escaso y la pequeñísima fracción de este que los ciudadanos están dispuestos a dedicar a informarse.
No se si Twitter será una moda pasajera o permanecerá en el futuro como red de masas, pero me aterra la cultura de la inmediatez, el exhibicionismo y el culto al protagonismo que está implantando a golpe de ‘tuit’. Nos estamos obsesionando con recibir continuamente información (relevante o no), vivir conectados con cientos de personas a las que apenas conocemos y presumir en la red de nuestra apasionante actividad vital. La cuestión a debatir no es si nuestros ‘tuits’ interesan o no a los demás, sino si nuestra felicidad aumenta o disminuye viviendo enganchados a una pantalla en la que nunca dejan de aparecer caras con sus 140 caracteres. Mensajes inmediatos, que caducan en segundos y que nos roban tiempo de otras muchas actividades; porque todos los minutos que dedicamos a conectarnos con la inmediatez se los quitamos, por ejemplo, a la lectura de un libro (sin caras) que no caduca. ¿No estaremos siendo prisioneros de una nueva dictadura de lo inmediato, una cárcel de la que no escapamos por miedo a ser los únicos fuera de ella?
Pablo Urbiola
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