312 (Para Rafa Gargallo)
Lo sabes. Lo intuyes. Lo notas. No hace falta decir nada. En el silencio de los hospitales, los gestos son más importantes. Una mueca de dolor es siempre una mueca de dolor, por más que el paciente disimule e intente disfrazarla, permanecer inmóvil. Aquí, se ve crecer la sed, blanquecina, sobre los labios amoratados y secos después de la anestesia.
Aquí la sangre es vida, muerte y vida más que metáfora y en los pasillos el ir y venir de médicos, celadores, auxiliares y enfermeras, coincide a veces también, con el ajetreo de las visitas y los familiares que intentan traer algo de luz a estas habitaciones lugubres donde los tubos, las gomas, los goteros, las vías, las tolvas y las sondas. Aquí todo huele a fiebre y a lejía, a antisépticos y verdura hervida. Todo parece seguro, controlado, hasta que llega otra nueva bolsa que cuelga sobre ti como una duda y el reloj vuelve a mover el segundero con el discurrir de cada gota.
Puedes abandonar momentáneamente la habitación en la que intentas gastar bromas para levantar el ánimo a tres hombres con su equipaje de orines, e ir a por fruta o a por agua, o a deglutir, en la cafetería, un bocadillo de tomate con jamón a toda prisa: Sin embargo sigues ahí, conectado tres plantas más arriba, donde la respiración sólo es un síntoma más de la fatiga.
Lo sabes. Lo intuyes. Lo notas. No hace falta decir nada. Cuando el día acaba y es hora de irse: Te dejo todo a tu alcance (los mandos, el móvil...) y me señalas, el vaso blanco de plástico, para verter en él la última dósis de agua de este larguísimo día.
Antonio Pérez Morte
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