CUENTOS DEL DOMINGO: LAS BREVAS Y EL OTOÑO (Antón Castro)
Durante casi un mes he celebrado un rito: tras levantarme, acudía a la higuera y le arrebataba tres o cuatro brevas, verdes, dulces, de ese demorado sabor que se enriquece día a día bajo el sol de agosto. Las brevas eran el fruto dilecto de mi niñez. Me gustan las higueras porque son enrevesadas y sombrías, ofrecen refugio y olor, y bajo ellas he accedido a los primeros misterrios. El del amor, la contemplación de una noche lunada, una conversación ideal de complicidades y secretos mientras algo más allá sueñan las voces de familia. Ahora ya no quedan brevas en casa. O quedan pocas. Han vuelto las palomas, los perros ladran desesperadamente y han llegado las primeras lluvias torrenciales. Veo ahí la higuera, que es un árbol de poetas (de Alfonsina Storni, de Lorca, de Juan Ramón...), y percibo ya el primer vendaval que la azota. Ha entrado el otoño, se cuela con pequeños avisos y cambia la forma de vida. Ahora entramos en otra medida del tiempo y de la luz. Suena el bufido de los aviones, como siempre, y la ciudad vuelve a estar densa de tráfico, descubriendo de nuevo la ira de la lentitud. Zaragoza, tan acogedora y doméstica, ha cambiado. Cambia a cada hora. En circulación en bullicio, en ritmo. Zaragoza se asoma al umbral: desde ahora todo serán prisas, el sinvivir de los días, la urgencia de que todo esté alzado a la hora en punto. Zaragoza necesita una nueva política de comunicaciones, otra concepción del tráfico, más servicios públicos, un nuevo estadio... Cuando pienso en eso, miro la higuera: me relajan sus hojas y las últimas gotas de miel de septiembre.
Anton Castro
(Heraldo de Aragón, Domingo 23 de Septiembre de 2007)
2 comentarios
Antonio -
Elena -
aunque sea igualmente válido para este sábado.