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Antonio Pérez Morte

Labordeta, casi un retrato. (Antón Castro)

Labordeta, casi un retrato.   (Antón Castro)

José Antonio Labordeta ha sido probablemente el aragonés más popular y más querido del último medio siglo. Falleció hace dos años y más de 50.000 personas desfilaron ante su féretro en el Palacio de la Aljafería, la nueva Casa del Pueblo. Labordeta se sentía un ciudadano del mundo y un aragonés de las tres provincias: de Zaragoza, donde nació y donde vivió, donde paseó con el fantasma de San Lamberto y donde compuso sus canciones, sus poemas, y conversó con sus amigos. Era un aragonés de Huesca: solía refugiarse en Villanúa y en Canfranc, lugares en los que buscaba la belleza deslumbrante del paisaje. Labordeta se sintió un aragonés de Teruel: allí vivió años inolvidables. Los vivió en la capital mudéjar, pero también en el Maestrazgo, en el Javalambre o en Albarracín. Y contemplando la serranía y la soledad de las masadas dio con la vieja, con los leñeros o los masoveros que le inspiraron poemas y canciones.

Labordeta llegó a ser un aragonés universal casi sin proponérselo. Poseía el código secreto de la empatía y la comunicación. Era llano y rudo a la vez, humanísimo y tierno, visceral y levantisco. Solía decir que, en el fondo, más que escritor, periodista, cantante, historiador, político de izquierdas o compañero de viaje de industrias culturales, era un ser que dudaba. Aquellas 50.000 personas y tantas y tantas otras sintieron su adiós y le rindieron homenaje a él y a su legado infinito.

Fue, sin pretenderlo, un Costa de nuestro tiempo que nos llegó al corazón de múltiples formas: por su actitud y su rebeldía, por su nobleza y sus contradicciones, por su sencillez y por su constante batallar con la música, con la literatura o en el Congreso de los Diputados. Era fácil percibir: “Labordeta es como nosotros y uno de los nuestros”.

Labordeta compuso ‘Somos’, ‘Aragón’, ‘Regresaré a la casa de mi padre’, ‘La albada’ o ‘Mar de amor’. Y dejó temblando en el aire y en las sienes su grito que nunca deja de ser utópico: ‘El Canto a la libertad’. El himno sentimental de su país de polvo, viento, niebla y sol. Hay seres tocados por el cariño unánime: Labordeta fue uno de ellos. Dio y recibió afecto. Cantó con todos y para todos, incluso para aquellos que quisieron desoír su canción.

 

*Labordeta en un retrato de Cano.

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