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Antonio Pérez Morte

El fantasma de Grancasa (Para Manolo Vilas)

El fantasma de Grancasa   (Para Manolo Vilas)

      Bajo las mariposas multicolores de Antonio Saura vuelvo a entrar en el laberinto de Grancasa.  Ana y Pablo se pierden entre los pasillos de chandals, sudaderas, mallas, calcetines y  calzado deportivo de Decathlón.    Les sigue un fraile viejo con cinto ancho de cuero y hábito color crema, un hombre al que le falta una pierna y le sobra una muleta; una mujer con dos cestas...

      Juan y yo pasamos deportivamente del viacrucis de tanto pasillo repetido y buscando una  puerta, a la medida de cada uno, acabamos, una vez más en Imaginarium:  Las muñecas aquí, ahora, son de verdad y parecen mitad parvulitas, mitad dependientas.  Miramos con detenimiento  los objetos de madera mientras, lejos, el fraile y su acompañante ojean tablas de surf.  Nos ponemos de acuerdo y hacemos el pacto de dejar las compras para otro día por si las chicas que parecen de juguete, todavía no han aprendido matemáticas. Caminamos hacia el fondo de la planta y damos una vuelta, en redondo, por el espacio alegre y colorido de Kukuxumuxu, pero desgraciadamente no hay tantos articulos naranjas como mi hijo pequeño esperaba.

      En Super-Ocio  los juguetes no son de juguete y los precios tampoco, así que acordamos que cuando nazcamos otra vez, si algún día  lo hacemos, seremos ricos y compraremos un millón y medio de maquetas y aparatos de aeromodelismo para llevarlos a África.

      En Media Markt, rebajas de Otoño y temperaturas de Agosto: Nos entra el agobio y después de que nos pidan, como siempre, el código postal, salimos de la tienda por piernas, con un puñado de cd´s  a precio de saldo.   En El Corte Inglés está el Ferrari rojo que Juan necesita como agua de Mayo y lo compramos...  Se nos olvidan las pilas.      Mientras él y Ana tratan de averiguar la referencia que lleva el mando táctil del diminuto Ferrari,  Pablo y yo entramos a Game a por un nuevo juego.   La cola para llegar al mostrador da la vuelta a la tienda, así que para ir adelantando le doy la funda del disco al dependiente y éste le prepara el soporte al cajero.  Sigo esperando mi turno, agitando un folleto para frenar el calor, mirando el ir y venir de las gentes a este reino de consumo, a este pasatiempo absurdo, tonto del comercio.   La fila apenas avanza: Se habla de formateos y de pulidos, de calidad garantizada, de cosas más raras que todavía no entiendo.  Mientras, envuelto en agua por la fortísima calefacción, pierdo la mirada más allá de la puerta y creo ver junto a ella al cronista del lugar, al poeta enamorado de Zeta.  Entra una vez y otra en solitario. Distraido. Aburrido. Para nada entra: Para olvidar un bostezo y reposar la mirada  sobre un montón de cajas amarillas.  Manolo tiene la vista cansada y escribe, de cerca, poemas de amor.  Una inquietud que late bajo su chaqueta grisácea, baila, tira de él, le arrastra, se lo lleva... 

      Después de pagar, salgo en su busca, pero Manuel Vilas ha desaparecido deprisa, como si fuese un fantasma, como si nunca hubiese existido, como si nunca hubiese escrito los extraordinarios poemas que constantemente nos regala.  Le busco por todas las plantas, en cada heladería...  por si hubiese salido a la caza del Mágnum.

      Desde hoy, Martes 8 de diciembre a las 13:21  recorro cada rincón de Grancasa con un retrato de Mordzinski.   ¡Habrá recompensa!

Antonio Pérez Morte    (Diario, 8-12-10)

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