¡AGUR, GETARIA!
Entre la montaña de papeles manuscritos crece la pereza, sobre los libros de Blas de Otero y Gabriel Celaya; entre los recuerdos más recientes de Getaria el txirimiri de la melancolía crece y cala. La voz de Benito Lertxundi, de Mikel Laboa e Imanol. La frescura ácida de la sidra como una canción de Txomín Artola. La fuerza del txakolí en las incurisones rockeras de Ruper Ordorika...
La noche vuelve a ser un puerto donde repescar el tiempo ganado al mar, justo en aquel momento en el que, sin darnos cuenta, nos convertimos en cangrejos negros, moviéndonos por el filo rocoso del abismo.
Vuelven los ecos del idioma entre las olas. Entre la olor a salitre y a salmuera, unos versos no escritos, que activan las defensas del espíritu, versos medidos como un patrón de Balenciaga. Me gusta esta tierra, este mar, este cielo, esta luz, esta montaña. Me gusta zambullirme en estas aguas y ver ponerse el sol desde el rompeolas del Ketarri, mientras nos sobrevuelan los sueños y las gaviotas. Me gusta desayunar en Izarri antes del paseo, vemouthear en Itxas-Etxe. Pasear por el Boulevard de Donostia y descansar en los porches. Llevar a Juan al tiovivo antiguo y ascender en funicular al Monte Igueldo. Me gusta comer en La Fábrica de Íñigo Bozal y vaciar de pintxos la barra del Astelena, pasear con Pablo por el casco viejo y visitar a uno de los pocos supervivientes del naufragio musical (Donosti-Rock) y celebrarlo comprándole discos y camisetas.
Volver a Getaria, al Getariano, es volver a casa. Nos gusta escuchar las cosas que nos cuenta María Cruz (la matriarca) mientras vemos jugar a la pelota vasca y oir la hermosa y poderosa voz de María Ángeles junto a la cálida, grave y sosegada de Juanjo; encontrarlos igual que siempre, mientras la familia crece y sus hijos Eider y Maihalen les convierten en abuelos tontos, divertidos, como tienen que ser todos los abuelos: Presumidos y orgullosos de sus nietos.
Me gusta leer en la terraza de la casa y charlar pausadamente. Me gusta deambular de madrugada por las viejas calles empedradas y tomar una copa en el Mahasti o en el Txoko, al lado de un músico, un vendedor artesano o un viejo marinero. Me gusta ver a los pescadores, con barcas o cañas, en mitad de la mar y de la noche y vislumbrar los rayos del faro marcando la silueta del enorme Ratón a través de la distancia. Una cosa duele, a-penas nada más: hacer las maletas, decir ¡agur!.
Antonio PÉREZ MORTE
(Getaria, 30 de Julio de 2009)
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merche lópez -