Carta a Miguel Garulo Muñoz
Querido Miguel: Entre el tráfago cotidiano que me atrapa te he llamado esta mañana al teléfono de casa, a esa hora difícil para mí, en la que no duermes, comes o descansas. Mi Nokia 2760 me ha dicho, como en los últimos días: "No ha sido posible realizar la conexión". He repetido varias veces el intento sin éxito: Un símbolo rojo, terco como una obsesión, como una pesadilla reincidente, como un presagio, ha salido de la pantalla para entrarme por los ojos hasta adentro, inflamándose en mi pecho. He sentido crecerme ahí, ese maldito círculo, encarnado como una frustración, como un deseo perdido, como un dolor infinito y sin saber por qué, he tenido la certeza de que te habías ido de mi vida como llegaste a ella, por sorpresa, para siempre. Sé que nunca llegaremos a vernos en este rincón del Pirineo de donde debía proceder nuestra familia, tampoco nos perderemos con mis hijos (tus sobrinos) en un paseo largo tras una buena comida en el Tierra de Biescas. Me quedaré recordándote en silencio, rompiéndote el secreto de todo cuanto recibí, discretamente: Esas pautas de bondad, de humanismo, de humildad y de servicio que dejabas caer en el transcurso de una conversación sin darte cuenta, y a las que tu estatura de hombre bueno hubiera impedido por pudor llamar consejos.
¿Sabes? Se me han quedado un montón de cosas pendientes en la agenda: Un puñado de poemas por compartir, un libro comprometido que acabo de publicar y que creció "de puño y letra"; las memorias de un beduino llamado José Antonio Labordeta y la Cinta transportadora de nuestro querido Ángel Petisme (cuya obra tanto amamos ambos). Ojalá esa magia irresistible, inexplicable e incombustible que fue para nosotros siempre la poesía, fuese, siquiera por una única vez, la cinta transportadora que nos diese la oportunidad de reencontrarnos entre recuerdos y anhelos imposibles, para darnos ese abrazo infinito que nunca nos dimos, porque apenas sin saberlo, se nos pasó el tiempo como un sueño.
Antonio Pérez Morte
0 comentarios