Mi padre (Eduardo Boix)
Hasta los dieciséis años mi padre no fue mi padre, era el señor que dormía con mi madre. Y así transcurrió la infancia. Realmente no recuerdo casi su voz en la etapa de la niñez. Mi padre era aquel señor que dormía mucho. En la sobremesa, las tardes de domingo, los días de lluvia. Siempre dando cabezadas. Era hombre de pocas palabras. De la etapa de la niñez no me vienen recuerdos del timbre de su voz, pero sí de sus ronquidos y alguna que otra canción que tarareaba mientras paseábamos. A veces me vienen a la memoria aquellos paseos por la calle el Salvador, mientras uno tras otro, morían aquellos ducados en su boca. Una de las sensaciones más latentes es el olor a tabaco de sus dedos. Enormes manos de carnicero que me arropaban la mano dándome seguridad. Pero no hablábamos. Paseábamos por aquellas calles sin mediar palabra. Era una extraña figura que se perdía en sus sombras.
Entre semana por las noches al volver de trabajar me traía morcillas calientes, que yo devoraba. Quizás él me miraba complaciente sin alcanzar a entenderme. Nunca nos llegamos a entender el uno al otro. Mi infancia transcurrió casi sin su presencia. Mi abuela, mi abuelo, mi madre, mis tíos; suplieron sus innumerables ausencias. Mi padre estaba casado con mi madre y con Corberó, Balay, Zanussi, Seat, Iberdrola y un largo etcétera de empresas que según ellas te hacen la vida mejor. En el colegio presumía de un padre lejano. Conocía su profesión pero jamás profundizamos mucho más. En los viajes cantaba y reía. Jamás pude tener una conversación normal con él. Vivíamos los dos en dos mundos tan distantes pero muy parecidos. Le suponía bastante egoísta porque prefería irse a trabajar que estar conmigo. Quiso la vida llevarnos por un sendero raro y tortuoso para que nos conociéramos de verdad. Uno de esos domingos tan extraños, le acompañé a hacer la visita de rigor a mi abuela. Yo fuí ensimismado en mis cosas. Él como siempre acomodado en sus silencios fumaba con devoción aquellos ducados. Caminábamos ajenos el uno al otro. Tras una estancia breve en casa de mi abuela, regresamos a casa donde mi madre estaba dándole los últimos retoques a la paella. Un extraño mal comenzó a ceñirse en su cabeza. Un mareo hizo que a trancas y barrancas lográramos llegar a casa. Muchos meses pasaron hasta que pudieran erradicarle aquello -HEMORRAGIA INTRAPARENQUIMATOSA CEREBELOSA DERECHA- dijeron los médicos, es lo que viene a ser un coágulo de sangre en el cerebelo. Después de una aparatosa operación, una prolongada rehabilitación , mucha paciencia y alguna que otra discusión, mi padre llegó a salvar todos los obstáculos. Tan sólo un escollo le costó asimilar. La pronta jubilación hizo que se sintiera inútil pero lo superó. Consiguió apreciar la vida con sus virtudes y sus defectos, convirtiéndose en un hombre nuevo lleno de ilusión por lo que antes no tuvo tiempo de apreciar.
A partir de marzo de 1996 mi padre comenzó a ser mi padre. Los dos intentamos recuperar el tiempo perdido. Nos fuimos descubriendo el uno al otro. Comenzó lo que hoy es una gran amistad y admiración mutua. En días como hoy que tan raro me siento, pienso en todo lo que hemos ido dejando atrás en estos doce años de lucha contra el tiempo. En ocasiones me viene a la memoria aquel hombre tosco y malhumorado que era. Otras veces, no logramos entendernos el uno al otro, aunque sabemos que nos tenemos ahí para apoyarnos. Siempre que tengo tiempo para reflexionar, me detengo pensando en lo duro que debe ser que tu vida cambie de golpe, todo por un mero capricho del destino. No sé si por falta de tiempo o por orgullo nunca encuentro el momento ni las palabras para agradecerle muchas cosas. A veces me gustaría haber sido más brillante y haber conseguido algún triunfo del que se hubiera sentido orgulloso, pero siempre he estado del lado de los perdedores.
Eduardo Boix
2 comentarios
Manuel -
Manuel
laMima -
Para otros muchos episodios como ése son la puerta definitiva que cierra cualquier acercamiento.
¡Cuanta vida perdida!.