Los inmortales (Manuel Vilas)
No me llames Miguel, llámame Saavedra, mi segundo apellido, es el que uso desde hace unos cuantos años, demasiados años, me gusta mucho Saavedra, pero aún me gusta más SA a secas, llámame SA, y cuando lo escribas, pon la «a» con mayúscula para que no se confunda con el pronombre «se», tan frecuente en el español; ese «se» que, por otro lado, vuelve locos a los gramáticos porque tiene usos variopintos y oscuros; me cae bien ese «se», tan español, y en el fondo tan brutalmente latino; es increíble la cantidad de funciones gramaticales que tiene encomendadas ese pronombre «se»; yo diría que es la palabra más enigmática del español; me gusta cuando aparece con valor reflexivo, pero también en las llamadas pasivas con «se», donde ya no hace de pronombre, y también en las impersonales del tipo «En España se bebe mucho», donde tampoco es pronombre. Nadie sabe muy bien qué es o en qué se convierte cuando no hace de pronombre, una especie de criatura gramatical enigmática y maligna. Es fascinante. El «se» es una criatura mutante. Por eso, llámame SA, y la «a» con mayúscula, una buena A, grande y firme, para que no haya colisión con esa superpalabra. El español es una lengua inventada por el Diablo. Todos somos seres inventados por el Diablo, o por Dios, y su mismísimo hijo Jesucristo, da lo mismo.
MANUEL VILAS, Los Inmortales -fragmento- , Alfaguara 2012, págs. 16-17.
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