La cantante (Antón Castro)
Tu voz es un tesoro inagotable.
Lo sé desde que era un adolescente,
desde hace siglos, desde antes de conocerte.
Tengo anotados en mi cabeza
todos los detalles, todas las anécdotas,
todas las puestas de sol: cómo te conocí,
qué pájaros cruzaban el cielo, el suspiro
de los árboles al verte pasar por la plaza,
tu timidez casi infinita y aquella mochila
llena de discos, de melodías, de dibujos
y de piezas que modelabas en arcilla
con la pureza glacial de un desnudo o un beso.
Iba siempre a esperarte, cuando salías del aula,
cuando volvías de las clases de batería
o cuando cerraba el pub donde servías copas
y ponías la mejor música de Janis Joplin, de Kate Bush,
o de aquella K. D. Lang indómita que tanto te gustaba
porque veía, desde el aire, la tierra, la noche y el mar.
Recorríamos la ciudad a pie o en bus, recorríamos
sus porches y sus parques, sus calles ancestrales
donde los gatos asomaban a los balcones
y el viento esculpía la bohemia en cada rincón.
Nos íbamos al río y en la ribera, bajo los sauces,
Soñábamos poemas, gritos y melodías inconfesables.
Cuánta vida teníamos entre los dedos y los labios.
Cuánta sed de belleza y de ritmos. Qué locura de amor.
Ahora todo ha cambiado, pero quizá no tanto.
Vivimos en otra ciudad, en pisos separados
por un parque con lago, terrazas y cisnes.
Todo ha cambiado, pero son idénticas las emociones,
el deseo de verte: aún me muero por oírte.
Tras el yoga y el taichí de las diez salgo hacia el estudio.
Imagíname: salgo a buscarte, con mis cascos
y la bicicleta de paseo. Casi como entonces: temblando.
Tu voz es un tesoro inagotable. El canto y el cántico,
el surtidor de la luz, el rumor imprescindible de mis días.
Salgo a buscarte y te encuentro como anhelo:
ante el pentagrama, abrazada a la guitarra
y la armónica, y dispuesta a seguir cantando
una melodía abrasadora y perfecta, una tras otra.
Estás en el centro de la tormenta y eres la tormenta,
la lluvia, el cierzo y el temblor de los manantiales.
Saco mi guitarra acústica, la afino y te acompaño:
es cierto, lo reconozco, desfallezco cuando cantas
y resucito minuto a minuto mientras te amo.
Antón Castro
(El paseo en bicicleta, Ediciones Olifante, Zaragoza 2011)
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