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Antonio Pérez Morte

CAPITULO X (HELIACO)

CAPITULO X    (HELIACO)

Todo quedó como en el recuerdo de una mandolina abandonada.  Todo quedó atrás, en la primera fila de una hermosa lluvia, como en la serenidad de aquel soldado que espera ser relevado y ver amanecer un nuevo día, sin pensar que el futuro tal vez sea arrasado por su propia mano presente.

Todo quedó como entre la luz de una caricia suave, lejana. El ciego siguió cantando el número de la suerte. Grandes torrentes de espuma y agua, bajaban buscando la puerta que cerrase su furioso viaje.

Miradas implorando súplicas. Alguien quedó volcado en una lejana y solitaria cuneta.  Allí, marcado por los látigos de la fiebre y del frío, sigue implorando la invisible mano que lo salve.

A veces, cuánta prisa tiene la sangre, huir es su destino, huir, huir hacia la nada. (Yo cortaré una flor para tu frente). (Cantaba la blancura del día con sus alas fijas en la tierra y, frente al sol, giraba un resplandeciente torno recogiendo luces de alegría y cómo te llevas, querido Heliaco, rozando las fuentes de tu universo imaginado y saludando, desde las cimas de tu asombro, entre risas, noches y sollozos)...

No cierres las manos, que no desangren más sobre la cúpula de tu alma, déjalas que busquen diente a diente, la voz, la pregunta que aclare los suburbios de tu enigmática selva en la vida.

¿Caerás en la boca de un puntiagudo mundo cubierto entre transparentes e indomables cristales?

¿Cómo esperaste recibir el perfume caído en la paz de la existencia, si de ella tan sólo pudiste sentir un frágil alarido? ¡Ay! de la solfa de las aguas que nunca llegaron.

 

Mariano Esquillor (Oda de Látigos / Heliaco, Colección Puyal,   Publicaciones Porvivir Independiente, Zaragoza 1977)

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