Veneno
Abel, mi primer maestro, me inculcó el amor por la poesía y marchó dejándome, bien inoculado, el germen de esta enfermedad crónica, cuyos síntomas no desaparecerán jamás. Desde entonces he buscado en vano y he descubierto que no hay tratamiento mejor que el veneno: soluciones en prosa, inyecciones de versos...
Leo y releo prospectos sin caducidad de mis amigos eternos, Luciano y Guilllermo, y reabro con urgencia un libro de Leopoldo de Luis: Con los cinco sentidos.
3 comentarios
Cide -
Gracias por mantener este blog abierto. Es una ventana con vistas muy agradables en otoño.
Antonio -
víctor -
¡viva don Abel!
abrazos