Manolo Lafuente...
Era otro tiempo, un tiempo de radio y televisión en blanco y negro. Un tiempo en el que los niños andábamos disfrazados de hombres pequeños, comiendo pipas, chufas secas, regaliz de palo... Era otro tiempo y en él, casi todos los practicantes se llamaban Manolo, como Manolo Lafuente el practicante de Zuera.
Cuando Manolo llegaba a casa, para inyectarnos los antibióticos, los críos salíamos pidiendo frenos, en desbandada, despavoridos, para ocultarnos debajo de cualquier cama, preferiblemente cualquiera que no fuese la nuestra. Mientras se llevaba a cabo el ceremonioso, riguroso y lento ritual de hervir agujas y las jeringuillas, escuchábamos la conversación siempre amiga de Manolo con nuestros padres. Luego y no sin esfuerzo, entre los tres conseguían sacarnos de nuestro escondrijo y convencernos para que estuviésemos quietos el tiempo justo que duraba el punchazico. Al marchar, nuestra madre nos hacía pedirle perdón a Manolo, por habernos portado mal y Manolo se reía: ¿Verdad que no os he hecho mal? ¿Verdad que no?
Otras veces, acudíamos a la peluquería que Manolo regentaba junto con su hermano Julio en la calle Mayor de Zuera, y que durante muchísimos años fue lugar de encuentro y charla para multitud de zufarienses: Allí recuerdo haber visto por primera vez a Mariano Constante (siendo yo, apenas un niño), contando, pormenorizadamente las atrocidades sufridas en el campo de esterminio nazi de Mauthausen; otras veces Julio contaba las anécdotas más inverosímiles y divertidas aderezándolas con sobradas dotes histriónicas.
La última inyección que Manolo me puso en el pequeño reservado de la peluquería, ya era mayor y recuerdo todavía su cara de chufla incontenible. Me dijo: Toño, voy a premiarte por haberte portado tan bien y no haber llorado. Te gusta la poesía ¿verdad? Pues escucha este poema tan precioso que me enseño mi padre...
"¡A las dos de la mañana le cogieron a mi padre,
le cogieron los civiles,
a las dos de la mañana le soltaron a mi padre,
le soltaron los civiles,
le soltaron un guantazo en mitad de las narices!"
Nunca había oído nada tan malo, divertido y contundente como esos versos, en la engolada voz de Manolo. Pocas veces creo haberme reído tanto y tan a gusto como entonces. Otras veces he llorado con él. Hoy, en su adiós definitivo, lo hago solo, completamente solo, porque ya soy valiente.
2 comentarios
Antonio PÉREZ MORTE -
Abrazos, Víctor!
víctor -
También nosotros huíamos del practicante y de aquel ritual del miedo: la cajita metálica en la que esterilizaba la jeringuilla, el algodón, el olor a alcohol... Otro tiempo