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Antonio Pérez Morte

El murciélago.

A plena luz del día,
buscaba unas pequeñas bolas oscuras,
que con esfuerzo atrapaba, encaramándose al techo.
Entre sus pequeñas manos las tomaba,
como si de una porción de plastilina se tratara.
Después, desde el oscuro corredor de la escuela,
daba voces.
Rompiendo el silencio exclamaba:
¡Aquí tiene el culo!
Y bajo la superficie viva,
latente, de aquel cuerpo menudo,
encendía un viejo mechero.
Juraba, que aquel pobre animal,
sometido a la tortura, blasfemaba,
más cerca de Dios que cuando volara.
Los sonidos del murciélago abrasado,
me llegan todavía,
desde la orilla lejana de la infancia,
mientras recupero la imagen del verdugo,
en la página de sucesos,
del primer diario de la mañana.

(Publicado en "Cuadernos del Matemático", Diciembre de 2003)

3 comentarios

Carolina -

Me encanta tu página y la visito a menudo.
Gracias.

Silvio -

¡Maravilloso!

Julio -

Hay poemas tan intensos que duelen. Este es uno de ellos.
Cada verso quema como una llama.