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Antonio Pérez Morte

Agustín García Calvo

Agustín García Calvo

Sé que me perdonas, cuando hablo en voz baja contigo, aunque sepa que ya no estás.  Sé que me perdonas, porque no eres rencoroso y porque si lo hago todavía, lo hago desde esa existencia absurda, que tú como otros incrédulos del mundo ayudaste a dignificar.  

No puedo decir a estas horas, nada nuevo, nada que no nos hayamos dicho hace ya tiempo y ni siquiera quiero alargarme en elogios desmedidos como los de quienes hoy van a ponerte por las nubes por luchar denodadamente contra la dictadura, cuando ellos son responsables directos de haberte sacado -no hace tanto- por la puerta trasera de un medio de comunicación público: Ya ves, quienes te negaron la voz en democracia, te ensalzan hoy sin el más mínimo pudor, por eso, quizá sea mejor este recuerdo contenido, para evitar que la admiración y el afecto más sincero vuelva, una vez más, a mezclarse con la puesta en escena histriónica de tanto sinvergüenza oportunista.     Además, si continúo, no podré contenerme la emoción y acabaré llorando como una vieja plañidera.                                

¿Sabes qué?  Que mejor voy a dejarlo y hago un himno, un himno de aquellos que como a ti, a Rubianes o a nuestro inolvidable Labordeta, nos arranque de tanto tedio acumulado y se convierta en altavoz contra tanta, tantísima miseria.
Antonio Pérez Morte 
 
"Tantas cosas me han ido saliendo, a las márgenes de la poesía literaria, de la gramática escolar, de la ciencia o filosofía, por debajo de mi persona... Contra el imperio del Futuro, contra la muerte... No sé qué podrán seguir haciendo esas cosas entre la gente viva: si al menos siguen encontrando a algunos que descubran en ellas lo común, lo que ellos, sin creérselo, sentían y pensaban..."   
Agustín García Calvo
(Zamora, 15 de octubre de 1926 - Zamora, 1 de noviembre de 2012)

A cántaros

A cántaros

Ramalazo (Antonio Pérez Morte)

Ramalazo                 (Antonio Pérez Morte)

Es posible que metiese la pata, que me diese un ramalazo de aquellos que me acojonaban a mí mismo y me saliera de madre.    

Es  posible  que fuese  el  miedo, mi  instinto  protector  incluso  en la distancia. Sí, debió de ser eso, que temía que amanecieses cualquier día en cualquier lugar, lejos de casa, cosido a machetazos, sin que nadie te echase en falta.  

Te agobié.   Me convertí, sin saberlo, en el padre que no tuviste, en la pareja que te incapacitaba, en el perro viejo escarmentado, que tanto tiempo después olisquea tus pasos todavía, perdidos para siempre en la distacia.    

Si Fernando (Antonio Pérez Morte)

Si Fernando      (Antonio Pérez Morte)

          Para Fernando Malo

¡Si Fernando no hubiese trocado en piel
el barro,
no mirarías esta pieza
como se contempla a una mujer!

¿Qué soy yo? Joaquín Carbonell

¿Qué soy yo?                   Joaquín Carbonell

Celebramos ayer la Fiesta Nacional. También de Zaragoza. Pero se escogió el día del Pilar para englobar a martillazos una festividad que no es elogiada en todos los países latinoamericanos. A poco que conozcan esas tierras o simplemente esas gentes, se encontrarán con ciudadanos que les reprocharán que aquel viaje deColón fue algo más que una visita cordial.

Cuando nos preguntamos algunos qué somos, y sobre todo, de dónde somos, lo mejor es responder con cierta naturalidad: somos de donde somos. La madre de Serrat dijo un día que mis hijos son de la tierra que les da de comer. Es bien cierto. Los patriotas inventaron palabras para apropiarse de los sentimientos y sobre todo, para descalificar a los que no sentían como ellos. Palabras como patria, bandera, virgen, te las arrojaban (y siguen haciéndolo) al rostro para calificar tu calidad como ciudadano. Poco patriota, poco español, aragonés de pura cepa, son latiguillos y látigos, que algunos hemos recibido. Desde el confín de sentirte hombre del mundo, yo también me siento español. Y aragonés. Pero nunca nacionalista, un profesional de los sentimientos. Soy de aquí porque no puedo ser otra cosa. Con cierto orgullo por compartir territorio con Picasso, Goya, Buñuel, Quevedo. Y bajo ningún concepto tolero que otros vecinos utilicen el "españoles" como insulto. Compartiendo con Labordeta, esos versos de Somos: "Tiempos que traigan en su entraña/ esa gran utopía que es la fraternidad". Esa es la única patria de algunos.

Joaquín Carbonell

13 de Octubre de 2012

Pido perdón: ¡Yo también leí "El País"! (Antonio Pérez Morte)

Pido  perdón:      ¡Yo también leí "El País"!            (Antonio Pérez Morte)

A finales de los setenta yo también leía El País cada día. Siempre me ha gustado ese columnismo sólido y potente que es capaz de comprimir en unos pocos módulos una historia que te hubiese gustado firmar a renglón seguido. Este periódico nos parecía un pionero en eso y lo fue, si bien la línea editorial fue perdiendo fuerza a medida que el PSOE se derechizaba y PRISA asumía compromisos con el gobierno de Felipe González. Quienes profesional o vocacionalmente, como colaboradores o lectores, accedimos por vez primera a sus páginas, creímos asistir a una aparente revolución y democratización de la prensa escrita. Luego vimos que no, que de eso nada de nada; y por si quedaba algún resquicio para la duda, la mano negra de Hachuel y la ONCE, le hicieron el favor a Alfonso Guerra de cerrar El Independiente. Dejé de leer El País, como lo hizo Jorge Riechmann, cuando me dí cuenta de que aquel no era mi periódico sino el de Felipe y Cebrián y a veces, también el de una renovada Maruja Torres, que echaba víboras por la boca cuando escribía de alguien, por ejemplo Pepa Flores, que osaba rebasar las lindes del estrecho pasillo socialdemócrata. La Guerra del Golfo llegó (guardo todavía en mi casa de Zuera todos los ejemplares de esos días) y con ella, la vergüenza de haber sido, en su día, suscriptor de El País. Sánchez- Harguindey me agradeció cariñosamente dos “maravillosos trabajos, excelentemente documentados” que no verían nunca la luz por motivos de oportunidad y espacio.

Maruja Torres, una de las voces más complacientes con el poder de aquellos años, vuelve ahora (a la vejez viruela) disfrazada de eterna inconformista, arengando a los más jóvenes y yo tengo miedo: Aún recuerdo cuando en su Charla de la Expo, nos invitó a no tirar de la cadena, si sólo hacemos “aguas menores”.
Antonio Pérez Morte

Mi amigo Javier Delgado cumple años...

Mi amigo Javier Delgado cumple años...

Javier es un buen tipo.  Se lo había oído muchas veces a mi hermana Maribel.   Un buen poeta también.  Para saber  esto último, no me hicieron falta recomendaciones de amigos comunes, tan sólo leerle. Descubrir cuatro versos en la lejanas "galeradas" de Andalán y dejarme  llevar por la poesía fluida de su Zaragoza Marina.  
Javier es un buen tipo. Estuvo siempre en el centro de los corazones inquietos, poniendo orden a los sueños con sus ojos vivarachos y pequeños y sus camisones largos y chalecos, que paseaba, repartiendo octavillas a la cabeza de cada reivindicación, y tras la alegría y la lucha de las mejores utopías.     Cuando casi éramos niños anduvo cercano y más tarde, a nuestro lado, en los momentos de infinito dolor.    
Javier es un buen tipo  ¿cómo si no?   Un hombre que escribe poesía, y sueña futuros colectivos bajo la Sabina de Villamayor.   Un lector infatigable que se transforma en novelista o biógrafo   y convierte las servilletas de los bares y los klinnex en fichas de botánca...  Javier que conoce cada calle  de su ciudad como la palma de su mano, lleva 59 años caminando por ellas,  y a cada paso, a cada pensamiento suyo, se hacen más humanas, más transitables.    
Javier es un buen tipo,   un humanista que trae en la memoria el eco enamorado de la vida, y que con civismo sensato no se resigna a rendirse:  Javier, es ese eterno caminante, que como aquel otro, el de la mochila, le ha puesto música y sentido a una vida que se nos hacía demasiado dura.   Yo he compartido con él:  El amor por la música y la poesía, por los libros, la flora y el mar;  un montón de amistades (Rey, Labordeta, Maribel, Romé...)  y un lejano cabreo, perdido para siempre en fondo del pozo más hondo del recuerdo. ¡Felicidades! ¡Besos!

Escuela de Idiomas (Diego Ojeda)

Escuela de Idiomas      (Diego Ojeda)

Me di de baja en la escuela de idiomas,
nunca aprenderé el lenguaje de las despedidas.

 

 

Diego Ojeda

(A pesar de los aviones, Origami, Sevilla 2012)

Indignación y destino (Ángel Guinda)

Indignación y destino (Ángel Guinda)

Todo lo que hay que hacer es deshacer.

Ángel GUINDA

(Esto no rima, Antología de la poesía indignada, Origami, Sevilla 2012)

Somalíes blancos (A. Fernández Fernández)

Somalíes blancos  (A. Fernández Fernández)

Si le quitas la piel
ya no es tan negro.

Si le mondas la carne
sale un hueso
completamente blanco.

Y la calavera,
desprendida del pelo
ríe como el nácar
más occidental.

Pero no es necesario
que profundices.

El mando lo tienes
ahí, al lado.

Apaga el televisor.

 

Ángel Fernández Fernández

(Las lágrimas del Pato Donald, Origami, Sevilla, Junio de 2012)
 

De puño y letra (Antonio Pérez Morte)

De puño y letra  (Antonio Pérez Morte)

De puño y letra

1974 - 1991

Descarga gratuita aquí! *

 * http://www.publicatuslibros.com/bibliotec/libro/de-puno-y-letra/

 

¿Violaciones legítimas? Antonio Pérez Morte

¿Violaciones legítimas?   Antonio Pérez Morte

Inmersos, como andamos en un mundo de locos, a veces llegan a nuestros oídos declaraciones tan indignantes como absurdas, y uno se pregunta cómo es posible que todavía existan individuos tan retrógrados, incultos y malvados como para remover un abanico de sentimientos tan grande, con parecida intensidad:   El congresista republicano de Missouri Todd Akin, en una entrevista televisiva, en la que defendía una postura contraria al aborto en casos de violación, aseguró que hay “violaciones legítimas”: En ellas, las mujeres no se suelen quedar embarazadas, porque cuando se trata de uno de estos abusos, el cuerpo femenino tiene mecanismos para cerrarse” y evitar el embarazo. No aclaró, claro está, cuando considera él que puede producirse una “violación legítima”, sin embargo, teniendo en cuenta su vergonzante concepción del mundo, me parece más que evidente que Todd Akin es uno de esos adalides del machismo más profundo, que tiende a justificar las violaciones con el enfermizo razonamiento de que siempre son las propias mujeres las que provocan a sus violadores.  Tampoco aclara este tipejo (tal como lo denominaba, con justicia, Fran Sevilla en una reciente crónica) en qué se basan, supuestamente, los médicos, para aseverar que en una violación el cuerpo de la mujer se cierra por dentro, impidiendo que el esperma pueda fluir y fecundar al óvulo. Explicación científica de perogrullo.

 

 

 

Aragón (Ángela Labordeta)

Aragón                                                    (Ángela Labordeta)

Los países son colores, recuerdos, sabores, futuro, calles, nombres, amigos, canciones. Los países son lo que recuerdas y lo que deseas, son lo que amas y lo que odias. Son sus días y sus atardeceres. Son sus carreteras, sus rincones, sus montañas y las noches en vela. Mi país es Teruel, donde con cuatro años me dispongo a dejar que se empañe mi percepción de que la vida está ausente de dolor: todavía recuerdo mis lágrimas cuando vi cómo se despeñaba acueducto abajo aquel primer regalo importante que mis padres acababan de hacerme. Mi país es Teruel, sus atardeceres rojos y los amigos que todavía no tengo. Son los pájaros de fieltro que recorta mi abuela en las tardes de invierno y las palabras que escucho sobre ese Aragón que todavía no existe. Mi país es Zaragoza, donde aterrizo con seis años, y donde al cabo del tiempo aprendo a vivir dos vidas, quizá más. Mi país es feminismo, gritos en la calle, cine club, canción protesta, noches, y al grito de "Aragón ye nazion" pensar que hay un futuro capaz de anestesiar un pasado feo y demasiado oscuro. Mi país es Villanúa y Canfranc: su estación, las verbenas y los primeros amores en aquellas noches heladas de julio. Mi país vuelve a ser Canfranc: su estación, ahora vacía y cada día más abandonada, y las noches en Hecho, donde alguien nos canta en aragonés y nosotras, mis hermanas y yo, soñamos con un Aragón que es inmenso, como un padre increíble, que cada noche nos roza las mejillas para ayudarnos a dormir. Mi país es Peña Forca y los Mallos de Riglos y San Juan de la Peña y todos los sueños que imaginé mientras atravesaba Los Monegros en busca de un dios inexistente. Mi país es mi madre y también son las tardes de invierno y las castañas a la vuelta de la esquina y los conciertos en las plazas de los pueblos: interminables tardes donde Carbonell, La Bullonera y mi padre nos enseñaron palabras y sentimientos que de verdad valían la pena. Y son los gritos de libertad que se filtraban por todas las esquinas en aquella mañana de abril, en la que miles y miles reclamaban un anhelo, el de la autonomía y el autogobierno para Aragón. Y mi desencanto hacia aquellos que no supieron amar Aragón, porque unas siglas políticas eran mucho más que el sueño de ser Aragón. Y seguimos creciendo, inevitablemente, y lo hicimos con la niebla y el cierzo y con el Ebro pegado a nuestros pies. También con el Pilar y con su túnel de los deseos, donde deseé todo lo que no se puede desear. Mi país, poco a poco, se fue convirtiendo en mi vida e inundó las páginas de los libros, los que escribí, y los que otros escribieron por mí. Mi país son las noches en Casa Emilio y es el fuerte de Rapitán, donde nos creímos libres y felices, y aquella tarde noche de un 20 de septiembre de 2010 en la que, ante la entrada del Palacio de la Aljafería, fui una voz más entre una multitud que sin quererlo me llevó hasta mis mejores recuerdos. Mi país son muchas cosas bellas y otras que no lo son tanto, más bien nada. Mi país es política, es CHA y un miedo infinito a que las palabras nos excedan y se desvanezcan. Y ganas de gritarle al viento que fuimos y seremos, pero que sobre todo somos. Mi país no está en venta, porque los que ya no están a mi lado me enseñaron que aquello que se ama no tiene precio. Mi país es verdad y el deseo de sentirnos vivos, a pesar de que a veces falten las ganas y sobren los motivos para huir. Mi país eres tú.

 

En recuerdo a mi padre.

Labordeta, casi un retrato. (Antón Castro)

Labordeta, casi un retrato.   (Antón Castro)

José Antonio Labordeta ha sido probablemente el aragonés más popular y más querido del último medio siglo. Falleció hace dos años y más de 50.000 personas desfilaron ante su féretro en el Palacio de la Aljafería, la nueva Casa del Pueblo. Labordeta se sentía un ciudadano del mundo y un aragonés de las tres provincias: de Zaragoza, donde nació y donde vivió, donde paseó con el fantasma de San Lamberto y donde compuso sus canciones, sus poemas, y conversó con sus amigos. Era un aragonés de Huesca: solía refugiarse en Villanúa y en Canfranc, lugares en los que buscaba la belleza deslumbrante del paisaje. Labordeta se sintió un aragonés de Teruel: allí vivió años inolvidables. Los vivió en la capital mudéjar, pero también en el Maestrazgo, en el Javalambre o en Albarracín. Y contemplando la serranía y la soledad de las masadas dio con la vieja, con los leñeros o los masoveros que le inspiraron poemas y canciones.

Labordeta llegó a ser un aragonés universal casi sin proponérselo. Poseía el código secreto de la empatía y la comunicación. Era llano y rudo a la vez, humanísimo y tierno, visceral y levantisco. Solía decir que, en el fondo, más que escritor, periodista, cantante, historiador, político de izquierdas o compañero de viaje de industrias culturales, era un ser que dudaba. Aquellas 50.000 personas y tantas y tantas otras sintieron su adiós y le rindieron homenaje a él y a su legado infinito.

Fue, sin pretenderlo, un Costa de nuestro tiempo que nos llegó al corazón de múltiples formas: por su actitud y su rebeldía, por su nobleza y sus contradicciones, por su sencillez y por su constante batallar con la música, con la literatura o en el Congreso de los Diputados. Era fácil percibir: “Labordeta es como nosotros y uno de los nuestros”.

Labordeta compuso ‘Somos’, ‘Aragón’, ‘Regresaré a la casa de mi padre’, ‘La albada’ o ‘Mar de amor’. Y dejó temblando en el aire y en las sienes su grito que nunca deja de ser utópico: ‘El Canto a la libertad’. El himno sentimental de su país de polvo, viento, niebla y sol. Hay seres tocados por el cariño unánime: Labordeta fue uno de ellos. Dio y recibió afecto. Cantó con todos y para todos, incluso para aquellos que quisieron desoír su canción.

 

*Labordeta en un retrato de Cano.

MI QUERIDO LABORDETA (Joaquín Carbonell)

MI QUERIDO LABORDETA   (Joaquín Carbonell)

 

 

 

 

Al presentar “Pongamos que hablo de Joaquín”, mi mirada personal sobre la vida y obra de Joaquín Sabina, me hice la pregunta que me hago siempre. Había dedicado tres años de trabajo a encauzar esa biografía. ¿Y ahora? Lo supe de inmediato: ahora toca Labordeta.

 

Le había pedido a José Antonio que me escribiese una introducción para el libro de Sabina, y no le quise comentar que un día tendría que afrontar su propia biografía. En otro tono, y con otra fórmula, ya lo había hecho: con José Miguel Iranzo le propusimos grabar una película de una hora, donde el propio cantautor va desgranando los episodios más destacados de su vida ante la cámara. Labordeta se muestra brillante como siempre fue, tan habituado a los focos y las miradas. Se muestra ingenioso, divertido, ocurrente, pero también profundo y asolado por esa tristeza que de ninguna manera se podía quitar de encima. También ese día supe que tenía que escribir los momentos únicos que pasamos a lo largo de 40 años.

Todo eso lo supe, pero no se lo dije nunca. La enfermedad le castigó con tal crueldad que al poco de escribir la biografía de Sabina, falleció. No pudo asistir a la presentación que hicimos en tantas ciudades y pueblos.

 

Alguna vez le he comentado a Juana, su viuda, que después de ella soy la persona que más tiempo ha frecuentado su existencia. Desde aquella mañana de 1967, cuando lo descubrí en el escenario del teatro del Instituto Ibáñez Martín, de Teruel, se puede decir que ya nunca dejamos de vernos con mayor o menor frecuencia. Son muchos años, son 43, que se cerraron la madrugada del 19 de septiembre de 2010, cuando falleció en una habitación del Miguel Server de Zaragoza, a la una y media del domingo.

Tenía necesidad urgente de poner eso por escrito, de contar a quien quisiera leerlo, que mi vida cambió de eje a partir de ese momento en que le vi dirigir a unos chicos tímidos e inexpertos, nada menos que una cumbre como “El mercader de Venecia”.

Tenía ganas de contar todo eso. En realidad lo he hecho desde pequeñas colaboraciones que a menudo me han pedido. Pero la mies era tanta, el agua de esa vida era tan caudalosa, que exigía todo un libro. Una biografía que no alcanza las 500 páginas por 1, qué pena...

Piensen si pueden, qué significa para unos chicos de aquella España gris y amodorrada, de un Teruel devastado y acobardado, acudir por vez primera a un instituto alejado de tu miserable pueblo. Llegábamos con timidez que casi era miedo, para enfrentarnos a una nueva forma de aprender y enseñar. Calculen qué les hubiera parecido cambiar aquellos maestros que solían encauzar a sus alumnos, con una vara de nogal o avellano, por un señor profesor que al saludar a sus chicos el primer día de clase les anunció: “Ya sé que tenéis mucho interés en aprobar, que vuestras becas dependen de sacar buena nota. No os preocupéis: estáis todos aprobados ya. Y el que no quiera venir a clase que no venga”. Fue nuestro primer choque con la modernidad, con un mundo desconocido, donde por vez primera se nos trataba como adultos. Por supuesto, nunca faltábamos a sus clases.

He tenido la fortuna de compartir a este maestro toda mi vida. Por eso este libro ha sido sencillo de redactar; solo tenía que poner a trabajar mi memoria para extraer pasajes de cada una de las etapas de su vida, que en gran medida, ha sido la mía. No me dejo vencer por la nostalgia ni por la ternura que nos suele deparar el recuerdo de la juventud, para endulzar aquellos años. Por fortuna hay otros testigos que también coinciden en la trascendencia de aquellos maestros como Labordeta, que quizás sin saberlo, hicieron de nosotros lo que hoy somos. Recuerdo que mi compañero de pupitre Federico Jiménez Losantos destacó sobre aquella etapa escolar una sentencia luminosa: “En aquella época de Teruel éramos los más modernos de España. Lo que pasa es que España no lo sabía y Teruel tampoco”.

En gran medida, José Antonio Labordeta fue uno de los responsables de que aquellos chicos crecieran hacia un futuro, donde la ética y la responsabilidad fueran agujas de nuestra brújula. Se lo conté a José Antonio una mañana, en esas visitas cuando ya la enfermedad le impedía pisar la calle. Se lo solté con cierta solemnidad, esperando que captase mi ironía gruesa. Le dije: “Labordeta, gracias a ti hoy día puedo decir que soy un desgraciado”. Labordeta me miró sospechando que detrás de esa sentencia venía el chascarrillo. Nos conocíamos tanto que a menudo el simple tono de nuestras voces anunciaba si aquello iba en serio o en broma. Pero la contundencia de mi afirmación lo desconcertó: “¿Un desgraciado?”, preguntó. “Eso es. Mira, yo a los quince años me fui a la Costa a trabajar de botones, luego de camarero, luego de somelier… A estas alturas yo podría ser un empresario hotelero de gran fortuna. Pero fui a Teruel a estudiar, apareciste tú y gentes como Eloy Fernández o Pepe Sanchis Sinisterra, me inyectastéis en vena libros y músicas y aquí me tienes: hecho un desgraciao”. Labordeta descubrió ya que mi relato traía buena carga de somardería, esa veta del humor que crece en Aragón. Me miró con la misma desgana y me sentenció: “No Joaquín, tú no eres un desgraciao. Eres un pringao, como yo”.

Tenía ganas de poner todo eso por escrito porque sé que el personaje lo merece. No abundan tipos como este Labordeta que fue capaz de mandar al carajo a un grupo de señores diputados sentados en las poltronas de todo un Parlamento nacional. Eso no suele suceder. Por eso, la noche en que soltó aquella agreste frase, media España supo que todos los políticos no son iguales, media España confirmó lo que ya sospechaba: que Labordeta era uno de los suyos. Un tipo así merece que su vida sea contada. No andamos sobrados de personajes tan auténticos, nobles, valientes, audaces y rebeldes. En realidad, una vez ausente Labordeta, yo no conozco a ningún otro.

 

Recorrer la vida de José Antonio Labordeta es pasear de la mano por la historia de los últimos 50 años de Aragón y por supuesto de España. En Aragón su huella es abrumadora: creador de la Nueva Canción Aragonesa (que él con su humor socarrón definió como “Nova Cançó Baturra, recogiendo el soniquete de la Nova Cançó). Cofundador de “Andalán”, esa revista cultural de izquierdas, que trató de quitar la costra baturra a un Aragón soñador de nubes. Siempre contracorriente, siempre fuera de la parva, siempre peleando contra una tierra que pretende regresar a un futuro de opacas miserias. Labordeta se convirtió de inmediato en la diana de una burguesía (¡) local que odiaba que alguien leyese novela americana… Ahí estaba reluciente la figura de su hermano Miguel, añorada toda la vida por José Antonio, como alocado tocapelotas de esos mediocres funcionarios zaragozanos.

Y la televisión. Y la cultura. Y la orientación a los más jóvenes. Y las canciones. Y el Parlamento nacional. Son muchas cosas. Tantas que ahora me doy cuenta de que he redactado la biografía del último español añorado con sinceridad innegociable por un pueblo necesitado de referencias. De gestos nobles y de experiencia doctoral. Ya no hay locos, gritaba el poeta, después de enterrar a Don Quijote. Labordeta es de momento el último taciturno, el eterno mosqueado, el fundador de la IDA, la Izquierda Depresiva Aragonesa, un reflejo de estos seres iluminados, de los que entran cuatro en ocho docenas. Y él fue el primero.

Joaquín Carbonell

YO SOY EL HOMBRE QUE LANZÓ UN ZAPATO A BUSH (Ángel Petisme)

YO SOY EL HOMBRE QUE LANZÓ UN ZAPATO A BUSH  (Ángel Petisme)

YO SOY EL HOMBRE QUE LANZÓ UN ZAPATO A BUSH,
el hombre que no puede evitar su destino.
Yo soy los niños sin cabeza, los de un ojo en la frente,
los de escamas en el cuerpo
a causa del uranio empobrecido.
...

Yo no soy Vargas Llosa
justificando la invasión en "Diario de Irak",
soy el Museo de Bagdad y la desolación de las vitrinas rotas,
las máscaras rituales, los tocados reales, los recipientes de oro
que llegaron a vuestros museos ¡milagrosamente!
Yo soy los niños con bolas de billar en los ojos
que les sobran sonrisas pero les faltan dientes.
Soy la sangre por las calles de Faluya, de Tikrit, de Mosul,
de Baquba, de Kirkuk, de Kerbala…
Los gritos de un mundo de aflicción,
quizás no merecíamos existir,
venid a ver.

Yo soy el hombre de las lágrimas secas,
soy Muntazer al-Zaidi,
el que cuelga en su apartamento
una foto del Che,
el que cumple quince años de cárcel.

Soy el azufre de antes de la lluvia,
soy uno de los ochenta mil de Abu Grhaib,
desnudos, cabezas de bolsa de cartón,
defecan sobre nosotros y nos aplican
electricidad en ano y genitales.

Yo soy la tristeza de la desobediencia,
en ese zapato iba la rabia del Planeta,
los niños harapientos con más huesos que carne,
yo soy el relámpago que brinca desde Asia.

-¡Este es el beso de despedida del pueblo iraquí,
perro!-, le grité una mañana
en la rueda de prensa
un 15 de diciembre de 2008.

Yo soy la primera guitarra conocida en el mundo,
el texto original del Poema de Gilgamesh,
la biblioteca de Asurbanipal en mármol esculpido,
las tablillas con los primeros escritos del hombre…
Me quedé corto, os hubiese lanzado
todas las armas de destrucción más IVA
que esgrimisteis como razón para invadir
mi hogar.

Este es el zapato más aciago del mundo,
este es el zapato del Nuevo Amanecer.

Yo soy un millón de gotas que murieron de sed,
un millón de iraquíes.

Del libro "La noche 351" (Premio Jaén de Poesía. Hiperión,2011)

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Joan Gonper escribe sobre Escombros

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MOLINOS EN LA CABEZA

Escombros

JOAN GONPER. ED. CELYA

He tomado vermouth con Antonio Pérez Morte bajo el cielo mismísimo de Toledo: entre correrías de hormigas, por el laberinto. Subimos y bajamos por donde las formas femeninas del Tajo, haciéndose remolón él por su atajo de Sabiñánigo. Vinimos en dar donde un cementerio de animales para pasar pronto hasta el barrio de Covachuelas, pues deseaba mostrarle donde naciese el escultor Alberto Sánchez en la calle de la Retama.  Llegó porque, ahora, después de la trashumancia dimos en leer su última obra “Escombros” en la tranquilidad, junto a él y sin distancia y a pesar de ella, contagiándonos por los sarpullidos de la amistad, soñándole como desde hace miles de siglos, mientras le encuentro entre aljibes de memoria donde las palabras, donde los versos, siempre cual jaculatoria de oración menuda musitada en mitad de una de estas noches infinitas, como dijo J.A. Labordeta en su jardín de la memoria.   Todo esto cuando los políticos se llegaron de vacaciones para tocar el badajo de la Campana Gorda. Fue cuando me vino aquí el poeta de Sabiñánigo.

Sólo desilusión nos queda a estas alturas de la vida, musita. Y añade: el recuerdo obsesivo del continuo sangrar de la utopía, del hombre en cenizas que agoniza. Buen libro, buen poeta, y grande el poeta. Se anticipa a los momentos del vendimiario y a su después. Es premonitorio. Tan solo desilusión, escombros, ruina. Tan solo soledad y una verdad; hemos paseado en Toledo. Vinimos por el claustro de la catedral, donde el horno milenario, un carro viejo, un microondas laboral, restos de andamios y las imágenes sacramentales del suegro de Goya tintándose reblanqueadas en la pared del claustro, bajo balconadas de piedra escritas por grafito escolar.  Junto a Antonio Pérez Morte fue un espejismo.

Es preciso destruir un error acerca del alimento de los presos. Y le digo de estos nuestros políticos presos al cargo, abocados a la rutina de separarse cada día, y cada vez más, del pueblo que los eligió en la urna para esa prisión de la que no desean escapar. Deberíamos alimentarlos según la medida de su apetito. Sí, pero su apetito es desmedido. Pues quítenles la barra libre de sus perennes bodas de Camacho y pónganles a yantar media ración de carcamusas dos días por semana para que a través de su apetito creciente estimulen la necesidad de ganarse el pan con el sudor de su frente como hacen las clases laborales más laboriosas. Y no tanta gratificación contractual. Y erradiquen los licores fermentados al que se dan sin moderación, que han de entrar en razón una vez que han perdido la sensibilidad social y se alejan hacia el precipicio de lo dictatorial a través de las urnas.

Volvemos al paseo toledano; a los detalles por las calles para ocultarnos del calor. De la Plaza Mayor de Salamanca siempre se dijo que una guadaña cortaba la cabeza a todo aquel que osaba levantar la testuz. Aquí, todavía no lo sé. Quizás es un péndulo demoníaco que se suelte libre en cada noche desde donde los cobertizos. Pierde el bozal y se da a la dentellada. ¿Se come a los políticos? No hay un orden. En la conversación pasamos del asesinato de Facundo Cabral a las imágenes quijotescas del quijote Javier Sánchez Rubio, el pintor de Mazarambroz y Cobisa, mientras el arqueólogo Javier Marañón López continua con las explicaciones catedralicias, los hallazgos, las humedades, portones desvencijados, ¿quizás un cortometraje con Cayetana Guillén Cuervo donde Tristana?

Antes de irse Antonio, aquí y allá miramos los entresijos de Pérez Galdós, aforismos escritos sobre la cárcel de la piedra; y vimos. Y al irse, la cicatriz en sus palabras: Solo queda esperar el milagro de perder la razón y volverse masoquista para gozar el dolor que cada día nos brinda. Y porque si el mundo es redondo, no sabemos qué es ir adelante.    

 

Joan Gonper, Editor de Celya  

(La Tribuna de Toledo, Toledo, 9 de Septiembre de 2011)